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Y sin embargo se mueve
E

l estudio de los movimientos sociales es importante en tanto nos indica, entre otras cosas, algunos de los grandes problemas nacionales que preocupan y movilizan a diferentes sectores sociales. Hay movilizaciones y movimientos de izquierdas y de derechas; identificar las diferencias entre unos y otros no implica mayor complicación que revisar sus antecedentes, el tipo de demandas, los actores que los componen, la estructura, los financiamientos, el repertorio de protesta y otros elementos que, puestos en conjunto, ayudan a entenderlos. Hay movilizaciones que no alcanzan a convertirse en movimientos, es decir, que no logran darse estructura, objetivos o ruta estratégica. Hay también movimientos que son la articulación de diversos movimientos, los movimientos de movimientos. E igualmente existe lo que se denomina partidos-movimientos, que, entre otras cosas, aspiran a poner la estructura partidaria al servicio de los movimientos sociales.

En el México de hoy, existen diferentes movimientos sociales que hacen voltear a ver viejos problemas que se han agudizado y otros que han ido surgiendo. Son movimientos que defienden honestamente valores e ideas identificadas como de izquierda, y que enarbolan distintas causas. En otro momento vale revisar iniciativas de grupos abiertamente de derechas, como el Frente Nacional por la Familia, u otras iniciativas que retoman banderas sociales, pero que en realidad buscan preservar y restaurar privilegios de las élites desplazadas.

En el análisis de estos movimientos hay que fijar dos momentos que resultan importantes para entender su contexto. El primero es el 1º de julio de 2018, con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador como presidente. El segundo es la emergencia social y sanitaria por la pandemia y los efectos que desató.

El triunfo y llegada de AMLO a la Presidencia de México es un momento clave, debido a que fue la expresión masiva de rechazo a gobiernos anteriores llevado a las urnas. Fue también una especie de síntesis de muchas demandas de distintos sectores. De hecho, dirigentes sociales se incorporaron a ese gobierno y a su partido y se alejaron de la lucha social. De cierta forma, el malestar y movilización social constante y en ascenso fueron encauzados por el obradorismo, expresión política que colocó su agenda y objetivos en otros movimientos. Pero esto no significó la incorporación de todos los movimientos al bloque gobernante, ni que los que se sumaron a ese momento estratégico de 2018 apostaran en su totalidad por el proyecto prometido.

También es clave 2018 porque llevó a que diferentes organizaciones y colectivos hicieran una pausa en su proceso de movilización, a que se distanciaran o confrontaran con actores del movimiento o con otros movimientos, principalmente por anteponer los intereses partidarios y de Estado a las causas y dinámicas de las organizaciones populares. Incluso hubo quienes reorientaran sus fines: en la disputa por presupuestos, recursos, por cargos en el partido o en las estructuras de gobierno, hay quienes empezaron a apoyar políticas y proyectos a los que antes se opusieron. Con las adelantadas elecciones federales y estatales, estas dinámicas se profundizan bajo el argumento de la continuidad del proyecto. Un análisis detallado de lo anterior, así como de las variaciones que se puedan presentar, son importantes para saber qué nos llevó al actual momento. En todo caso, lo que es necesario destacar es el proceso de desmovilización que vino con la llegada del nuevo gobierno en 2018.

La emergencia social y sanitaria por la pandemia de covid-19, así como las políticas de enclaustramiento y distanciamiento, son otro momento en que se quebraron y modificaron dinámicas sociales que repercutieron en procesos organizativos. En México se truncó el proceso de rearticulación política independiente desde abajo. Por ejemplo, muchos pueblos y comunidades tuvieron pocas posibilidades para responder articuladamente a la construcción de los megaproyectos que continuó durante esta etapa. Nuevas formas de solidaridad y actores surgieron en los días más difíciles del encierro, colectivos que se organizaron para distribuir alimentos y despensas entre los sectores más empobrecidos, impulso a las economías locales y familiares, y hasta redes de solidaridad para ubicar hospitales y centros de distribución de oxígeno.

Sobrevivir a la pandemia, sobrevivir como organizaciones independientes y sobrevivir también a la violencia criminal que se vive en el país han sido parte de los retos que las organizaciones sociales independientes han sobrellevado en los últimos cuatro años. Pero parece que esto está por llegar a su fin. Si bien distintas colectividades no han dejado de organizarse y luchar, han comenzado a rencontrase, a rearticularse. Son los movimientos de desaparecidos, de pueblos originarios, de jóvenes y estudiantes, de profesores, de mujeres, organizaciones sindicales y un abanico muy amplio. Son movimientos que responden a problemas propios de su sector, pero que han tenido un punto de encuentro en días recientes: la lucha contra la militarización y por la justicia.

* Sociólogo (@RaulRomero_mx)