n las noticias, las calles son ríos caudalosos y traicioneros, arrastran carros, camas, pollos, gente. Huracanes, ciclones, tormentas con nombres propios y desastres de lodo, olas, viento. Es la temporada. Son los tiempos que se viven. La que los boletines llaman población afectada
pasó de brincacharcos a náufraga. Una mujer recita a cámara el desalentado recuento de sus pérdidas. Y a seguirle chingando, bajo el dominio poderoso del agua desbordada que se llevó el portón, la lavadora y la cerca.
Dirán las noticias lo que sea pero Gregorio lo que ve son calles humeantes, calientes. ¿Se acuerdan de las tintorerías de fuelle que llenaban de vapor las aceras? Ojalá fuera vapor. Ve chapopote virgen y negro, caldo de grava con petróleo, pasta de lodo viscoso que solidifica en nombre del progreso. De la conectividad. De la civilización a cargo. Debería alegrarse: resuelven los baches, alisan los pasos, abren nuevas vías francas, aceitan las distancias.
Gregorio no califica ya para lo de Jethro Tull, Too Old to Rock ‘n’ Roll: Too Young to Die, sino más allá. De él ya nadie espera que muera joven. Sospecha del futuro, no confía en él. Lo considera el opio del pueblo. Lleva años encontrándose con el futuro, y dejándolo atrás. No se lo traga así nada más. No se cuece al primer hervor. Ni al segundo.
Tampoco deja de soñar para darse ánimos. Llena el tiempo, muerto de por sí, con alguna actividad que lo distraiga. Hereda los tiempos híbridos de Rockdrigo: Era un rancho electrónico / Con nopales automáticos / Con sus charros cibernéticos / Y sarapes de neón
. Igual puede voltear la página, o arrancarla, arrugarla, tragársela.
Ese mi Greg, lo cabulea Sabás, joven y optimista, positivamente universitario como proclama la publicidad. Ese mi Grinch, mi cascarrabias, mi jeta de nopal espinoso. Es que contigo no hay manera, a todo le sacas mugre. A Sofía, prima hermana de Sabás que ahí anda siempre, Gregorio le da ternura. Todo negativo, viendo el lado oscuro, pensando mal de las buenas noticias, convencido de la insinceridad de los políticos, adivinando desastres, prediciendo divorcios y entierros.
Enfundado en su gran abrigo, incongruente con el estilo de la ciudad, como no se trate de vagabundos, camina entre vapores y humo, nublados los ojos de tanto ver miserias y decepcionarse. Tose por el humo de la mezcladora y la aplanadora. Pero si algo redime a Gregorio es su aceptación casi infantil de los pequeños placeres, las bellezas inescapables, el sabor de un bocado, el escozor amigable de la cerveza. Después de un rato deja de quejarse de sus achaques, de culpar a los demás de lo que le pasa, de gruñir a la televisión.
Sabás de veras ríe, y los compadres habituales le pagan las rondas y le pican la cresta con optimismo y ligereza de espíritu. Gregorio consigue reírse de sí mismo al verse como lo ven los demás. Comprende que puede resultar gracioso. Ni así cambia sus opiniones, pero brinda por las de los muchachos.
Los compadres le reconocen que sabe un chingo. Para todo tiene respuesta, y no parece que las invente. Qué voy a saber, me informo nomás, acota, socrático, alza el vaso, salud mientras haya con qué, dice con gravedad de hipocondriaco. Un pesimista es un optimista bien informado, agrega.
Ahora resulta que somos ignorantes, protesta Sabás. No lo desmiente Gregorio, hace un gesto de inefabilidad, alza ligeramente los hombros, el rictus de su boca se regocija en tener la razón.
Celebro que no viviré lo que les espera, dice. Nos tienes envidia, reconócelo, Greg. Y él, sí, claro, los odio por jóvenes y porque tienen esperanzas, a cualquiera de mi rodada le darían envidia.
No nos odies, exclama Tito a su lado. Únete a nosotros, dice Sofía, y no falta quien la mire con la extrañeza de ¿nosotros
, Kimosavi? Los compadres son casi puro hombre, y en presencia de mujeres pierden la confianza. Un club de Toby
clásico. Gregorio palmea a Tito en el hombro, de todos modos orita que salgamos las calles estarán humeando, sentencia, y se sigue predicando con fervor ludita:
En este mundo que hemos hecho no se dejan de construir autopistas, rascacielos, grandes fábricas, trenes para reducir las últimas selvas, hoteles donde hubo milpa o playa de tortugas, millones de toneladas de concreto a la derrama, se quema hasta la última ramita, se vacía el más recóndito venero de energéticos, humo, simple humo que sólo sabe dejar cenizas. Debemos acabar con las máquinas de nuestra locura.
Pérate, exclama Sabás, para tu carro, ¿qué esperabas? Por fin están cambiando el revestimiento por toda la colonia, va a quedar re chula. Con banquetas nuevas para mejor mear de los perros, replica Gregorio, y citando a Godard dice enigmáticamente: La belleza es sólo el comienzo del terror que podemos soportar
.