e acuerdo con la dialéctica materialista, nada permanece inmóvil sobre la tierra. Hay evolución, cambios y transformaciones. Algunas se dan en forma lenta, otras de manera rápida y vertiginosa, como en el caso de las revoluciones sociales. Los cambios y transiciones experimentados en el país después del 68 se han dado de manera lenta y hasta lastimera. La protesta y rebelión pacífica sesentayochera, que reclamaba cambios en el orden político y social, apenas si afectó a un pequeño eslabón de una cadena autoritaria enmohecida.
Lo cierto es que no había suficientes condiciones, ni objetivas ni subjetivas, para romper esa cadena. La conservación del statu quo y la defensa a ultranza del bloque histórico de poder lo impidieron. Los cambios ocurridos en el terreno político y democrático se hicieron a cuentagotas. A los tradicionales bastiones de dominación del capital: Ejército, Iglesia, medios de comunicación masivos y el Poder Judicial, hoy se han adherido institutos y tribunales electorales. Prácticamente todos han permanecido inamovibles durante el último medio siglo, sirviendo como fieles cancerberos al bloque de poder semioligárquico y excluyente.
El M68 fue una protesta social brutalmente reprimida el 2 de octubre. De docenas de eventos similares que se sucedieron por todo el planeta, nuestro movimiento fue el único que sufrió y vivió una represión de tal magnitud. Por ello no se le podía pedir más de lo que pudo dar. Los seis puntos del pliego petitorio constituían demandas profundamente democráticas, con una base más política y social, que superaban con mucho los reclamos puramente estudiantiles. Se luchaba por la vigencia del estado de derecho, el establecimiento de libertades civiles, de expresión y de asociación. Esta lucha fue respaldada por dos huelgas de hambre. Por su número de participantes, una de ellas fue la más prolongada de la historia. También fue brutalmente reprimida por Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
Los halcones, la guerra sucia de los 70, las sucesivas crisis del modelo de acumulación capitalista, la corrupción in extremis, las devaluaciones, los fraudes electorales y las alternancias en el régimen político actuaron bajo el principio y la divisa gatopardista de cambiar algo para que todo siguiera igual. Se impidieron avances verdaderos, de gran calado y dinámicos como la sociedad los requería. Esa fue la respuesta, pero también el resultado no deseado de la gesta antiautoritaria. Se recurrió a la represión en lo económico y social, a la represión violenta y hasta a formas de transformismo y cooptación con la llamada alternancia y contubernio PRI-PAN, representantes genuinos de un establishment deslegitimado y decadente, hasta lo indecible e inimaginable.
¿Habría que volver al 68?, nos preguntamos 54 años después. Hoy la realidad nos muestra que apenas si se está ensayando un cambio de régimen político, con nuevos paradigmas orientados hacia formas de democracia avanzada, reivindicando causas populares, reconociendo, al mismo tiempo, que las dificultades, resistencias y tropezones no son menores que las que vivimos entonces.
Como ejemplo tenemos Ayotzinapa, que no sólo lacera, sino que constituye uno de los saldos pendientes por la verdad, justicia y contra la impunidad.
Pero dentro del espectro político nacional, también rondan y acechan muy activos los émulos mexicanos de los Trumps, Bolsonaros y Melonis, aquellos que querrían volver al México del 68.
*Doctor en Economía. Sobreviviente del 2 de octubre