n vísperas de las elecciones presidenciales de Brasil, uno de los datos que circula como relevante y hasta decisivo de cara a los resultados de la primera vuelta es la proporción mayoritaria de votantes mujeres, que llegan a 52.65 por ciento del electorado.
Se ha hecho notar, asimismo, que esa mayoría de votantes muestra, según diversas encuestas, un perfil propio en la intención de voto, pues se inclinan en mayor proporción hacia Lula y muestran más alto rechazo a Bolsonaro.
Una mayoría que contrasta con la subrepresentación en el poder político: en 2018 fueron electas sólo 7 por ciento de senadoras y 15 por ciento de diputadas federales. Desde 2009 rige una ley que establece un mínimo de candidaturas de 30 por ciento y un máximo de 70 por ciento para hombres y mujeres, pero la evolución se muestra muy lenta, pues para esta elección apenas supera ese mínimo (33.3 por ciento).
Junto a estos números, está una trayectoria política de las mujeres brasileñas que conjuga variadas dimensiones y muestra un protagonismo que desborda lo electoral, pero que sin duda hoy será decisivo. Se trata de un protagonismo fundado en sus luchas por la defensa y ampliación de la democracia, por la conquista de derechos; que se arraiga en su trabajo para la generación de condiciones de vida para toda la población, en la búsqueda de transformaciones estructurales para un país que figura entre los 10 más desiguales del mundo.
Nuevas formas de hacer política y de liderazgo han sido desarrolladas por las mujeres en su proceso de construcción de cambios y de resistencia al neoliberalismo y el neoconservadurismo. En el marco de avances y retrocesos marcados por los gobiernos en lo que va del siglo, la transformación del sistema político ha encarado duros reveses en los últimos años. Algunos momentos destacan en este difícil trayecto.
Uno de ellos tuvo que ver con la reacción de la derecha ante la primera presidenta electa en Brasil, Dilma Rousseff. Las dimensiones patriarcales de un poder político masculinizado se desataron en el proceso de impeachment al que fue sometida en 2016, sin sustento alguno. Las mujeres movilizadas defendían la democracia y apoyaban el poder legítimo de una mujer identificada con sus causas, en tanto una mayoría de hombres decidían en el Senado su salida.
Ya en la fase de directo ataque a la democracia de los años subsiguientes, los niveles de violencia que adquiere el ejercicio de esta forma de poder se expresaron en el asesinato de la concejala Marielle Franco, en 2018. No se trató de un hecho aislado, sino de la expresión del sistemático ataque a estas nuevas formas de hacer política: “el liderazgo de Marielle expresa la diferencia del quehacer político de las mujeres que enarbolan, en variados espacios, un compromiso con la vida, con las condiciones para su continuidad inseparables de transformaciones radicales. Desde ese compromiso con la vida, profundamente político, las mujeres brasileñas han protagonizado las movilizaciones y acciones de resistencia (…) configurando una suerte de contrapoder que desafía el poder violento, armado y patriarcal de las fuerzas de una derecha que atenta de variadas maneras contra la vida para sostener y profundizar un capitalismo depredador. Por eso ahora estas líderes se tornan ‘peligrosas’, por eso ahora se cierne la amenaza del feminicidio político”.1
La campaña El No
impulsada por el movimiento de mujeres en las elecciones de 2018 alertó acerca de los peligros que se cernían sobre Brasil en esos momentos, cuyas consecuencias hoy padece la mayoría de la población. Pero fue también en ese año cuando salieron a la luz expresiones preocupantes de un alineamiento hacia la derecha de ciertos sectores de mujeres. Se identificó entonces un “nuevo grupo formado de ‘mujeres de derecha’ compuesto principalmente por las clases media, media alta y las élites. Son jóvenes, con edades comprendidas entre 20 y 30 años, sin hijos o con niños pequeños (...). Son mujeres financieramente independientes que han construido su imagen y discursos sobre el concepto de empoderamiento y las ganancias individuales, en la línea del movimiento estadunidense ‘Vayamos adelante’ ( lean in) (...). Son firmemente críticas del discurso de victimización de las mujeres
(…) Su lema es ‘soy mujer, pero no soy feminista”.2
Atravesar la crisis pandémica agravada por el gobierno de Bolsonaro, cuya gestión evidenció odio hacia las mujeres, ha tenido tales implicaciones que se percibe que la vida misma está en juego en caso de continuar ese nefasto gobierno.
Como ha sucedido en todo el mundo, durante la pandemia el trabajo de las mujeres se intensificó pero en condiciones más precarizadas, agudizando una situación ya crítica por la destrucción de políticas redistributivas y de protección social. De ahí que las movilizaciones de mujeres en esta campaña de 2022 enfatizan en la urgencia de reconstrucción de un país y una democracia devastados, en la necesidad de ubicar la vida en el centro de la política.
De su lado, la candidatura de Lula, encarando esta realidad, ha señalado que la recuperación económica empezará por las mujeres. Contempla generación de empleos, políticas de igualdad salarial, prioridad a las jefas de hogar en diversos programas de protección social, ampliación de la red de cuidados a todo nivel y renegociación de deudas.
Para las mujeres se trata de una fase de reconstrucción con un horizonte hacia la igualdad. Como dice Nalu Faria: No podemos pensar la igualdad si no es para todas, todos y todes. Eso significa pensar una transformación integral de este modelo, romper con las bases materiales en las que se organizan las relaciones de opresión y desigualdad en la sociedad
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1 Manifiesto Justicia para Marielle Franco, una líder popular de nuestro tiempo
, GT CLACSO, Feminismos, resistencias y emancipación, marzo 2018.
2 https://www.academia.edu/40062926/Informe_sobre_las_elecciones_presidenciales_de_Brasil_2018.
* Economista ecuatoriana. Red de Mujeres Transformando la Economía