ara quien haya visto la cinta Dr. Strange en el multiverso de la locura (2022), la idea de la condición multiversal no debe resultar ajena. El Dr. Stephen Strange, neurocirujano, sufre un accidente en las manos y pierde la habilidad para continuar con su carrera. Por azares del destino, llega al santuario Kamar-Tag, donde es iniciado a la manera de un hechicero supremo. Los monjes lo dotan de varios superpoderes. Pronto descubre que el mundo que habita –el de los seres humanos– no está compuesto por uno, sino por múltiples universos: el metaverso. Cada universo tiene su textura, sus leyes propias, sus seres propios. La misión de Strange es combatir a un enemigo anónimo que está en búsqueda de América Chávez, una adolescente mexicana que ostenta el único poder que le falta al hechicero: puede transportarse de un universo a otro, sin saber a ciencia cierta de dónde proviene su poder y cuáles son sus alcances. Los apoya el antiguo sirviente chino de otro hechicero, Wong, también dotado de facultades extranaturales. Todos ellos, personajes conceptuales que, traducidos como metáforas étnicas, se convierten en una alianza entre un gringo, un chino y una mexicana, el nuevo sostén del metaverso. El nombre de América Chávez es casi propagandístico: la suma de América
con la figura de César y Fabela Chávez, líderes chicanos que encarnaron la parte mexicana del movimiento por los derechos civiles en los años 60.
Strange pide ayuda a una hechicera poderosa del metaverso, Wanda Maximoff, quien representa precisamente la enemiga que están combatiendo. La homologación de Maximoff
con una resonancia rusa es inevitable, aunque ello se omita en la película.
El metaverso es un mundo constituido por múltiples universos que se rigen por algunas reglas emblemáticas: a) la conexión entre ellos se encuentra en una twilight zone (dimensión desconocida); b) cada persona podría tener una o varias vidas paralelas en otro universo; c) las leyes que rigen a cada uno son traducibles, pero no compatibles entre sí. Debe reconocerse que esta concepción del metaverso puede tener múltiples derivas, y no tan sólo para los campos de la ficción. Sin duda un acierto incluso conceptual de la película, a pesar de que se hunde finalmente en el aburrimiento de una copia del sistema político estadunidense: un hechicero absoluto (equivalente a un soberano imperial), un tribunal viviente (el poder supremo que emula a la corte suprema de justicia) y una antinomia a la Carl Schmitt de amigo/enemigo (tan en boga en el populismo actual).
Pero el acierto es loable. La idea de la condición multiversal no es nueva. En el reportorio de Steve Ditko y Stan Lee (las cabezas de Marvel), se remonta a los años 80 con Capitán Britania; y se disemina en muchos de los cómics posteriores. En su versión de 2022 se constituye casi como una de las refutaciones posibles y materiales del logos de los universales modernos, que distinguen a la retórica universal desde el siglo XVIII.
Una primera instancia sería repensar el concepto de lo político. Nada se antoja más cercano a un universo unísono que los grandes relatos políticos de la modernidad. Recuérdense tan sólo las coordenadas definidas por la insoportable reducción de su complejidad: liberales y conservadores en el siglo XIX; revolucionarios vs maniqueos en el XX; neoliberales y populistas en la actualidad. En cambio, visto desde el metaverso, lo político aparece no como un universo, sino como un pluriverso, si pensamos que la política tiene qué ver no tanto con las formas de la representación, sino con los modos de conducción de la vida. Una visión multiversal de la política es hoy más urgente que nunca, si se considera que lo que está en juego ya no es este o aquel sistema político, sino cómo modificar las formas mismas de la vida.
Quien demanda una reformulación radical de su sustancia es la escritura de la historia. El que piense que el logos de la historia universal ha desaparecido, se equivoca. Basta con examinar a sus clones actuales de la historia global o de la historia de la mundialización para vislumbrar este tan sólo aparente relevo. Ambos simples simulacros de la estrategia de Ranke, sólo que pasados por agua. Ranke, al menos, atribuía las potencias de lo universal a las grandes potencias políticas, mientras la historia global fue formulada para erradicar los conceptos de imperio e imperialismo.
¿Pero cómo escribir una historia multiversal? O una historia que no pasa una y otra vez por subsidiar y subsumir toda existencia al rostro gélido de los signos del vacío de la representación metahumana. Habría que empezar acaso en la pregunta de Nietzsche: una historia que sirva para exaltar y dignificar la vida y no para sucumbir bajo los cadáveres del pasado. No las grandes metáforas del historicismo y los gobernantes de almas, sino hechiceros y seres vivientes, que habitan en el mundo de la infrahistoria desembarazados de la tentación de ser sujetos.