na serie de viñetas sucesivas muestran a un hombre que acaba de olvidar que un auto mal estacionado es el suyo; mientras tanto, otro personaje masculino se despierta, luego de un largo trayecto en autobús, sólo para descubrir que ha olvidado por completo qué hace a bordo de la unidad, de dónde viene y hacia dónde se dirige. Este tipo de escenas se repiten diariamente en una ciudad no identificada sobre la que se ha abatido una extraña epidemia de amnesia, todo con una mecánica del absurdo similar a la que priva en el territorio urbano imaginado por José Saramago en su novela Ensayo sobre la ceguera, recuento fantasioso y duro del drama cotidiano que vive toda una población de nuevos invidentes. El relato, se recordará, fue adaptado para la pantalla en 2008 con el título Ceguera por el cineasta brasileño Fernando Meirelles. En Fruto de la memoria (Apples, 2020), primer largometraje de ficción del griego Christos Nikou, con guion suyo y de Stavros Raptis, la acción se sitúa en un futuro distópico, muy cercano a la época actual, donde todo parece preparado para manejar, de modo eficaz, los efectos y estragos sicológicos de una discapacidad mental que, sin distinción alguna, afecta a todo mundo.
Después de ser interrogado y comprobarse su pérdida parcial de la memoria, Aris (Aris Servetalis), hombre cercano a los 40 años, desprovisto de un documento de identidad, es llevado por una ambulancia a uno de las nuevos centros neurológicos (clínicas de la memoria) donde se intentará, mediante un programa de readaptación, hacerle recuperar paulatinamente sus recuerdos y pasadas experiencias. En caso de revelarse esto imposible, y sin familiar alguno que acuda a reconocerlo y ayudarlo a recuperar elementos de su antigua identidad, el paciente deberá someterse a un programa diseñado para que él mismo, con guía de dos neurólogos asistentes, consiga fabricar sensaciones y experiencias nuevas. En una nueva vivienda, facilitada por la clínica, Aris será el conejillo de Indias de sus científicos guardianes, para quienes tendrá que elaborar un álbum de selfis en polaroid mostrando sus progresos recientes (volver a aprender a circular en bicicleta, descubrir nuevamente el cine y las fiestas, también el flirteo amoroso y el sexo), todo con el propósito de recuperar en poco tiempo los gustos, sinsabores y entusiasmos de una niñez y una adolescencia y una primera edad adulta, etapas su vida de las que parece no guardar registro alguno.
Al centrarse en la experiencia íntima de Aris, el realizador griego deja un tanto de lado lo que pudo haber sido una variante narrativa más inquietante que incluyera el desconcierto y pánico de los habitantes que contemplan el aumento exponencial de los casos de amnesia que provoca la epidemia. Sorprende que el antiguo colaborador del director Yorgos Lanthimos (Canino/Dogtooth, 2009; El sacrificio del ciervo sagrado, 2017), no haya incursionado con mayor fuerza dramática e ironía en un tema tan sugerente como el diseño de una identidad y personalidad nuevas a partir de vivencias construidas clínicamente. Hay algunas debilidades en la trama. La relación sentimental de Aris con Anna (Sofía Georgovassili), joven paciente más avanzada que él en el proceso de recuperación de la memoria, se antoja insustancial e intrascendente. Tampoco ayuda la inexpresividad del propio Aris, marioneta indolente de sus guardianes manipuladores. Sin embargo, en un giro inesperado, la cinta insinúa algo más interesante: la posibilidad de que todo lo que vive y padece el pretendido paciente amnésico sea simplemente una simulación, una impostura urdida por él mismo. Para reponerse tal vez de una experiencia dolorosa, el hombre habría fingido una pérdida de la memoria y, aprovechando los beneficios de una terapia deliberadamente prevista, logrado inventarse una vida nueva con el fin de exorcizar un pasado incómodo. Clave de esto es su revelador rechazo de su fruto favorito, la manzana, al enterarse de que su consumo favorece lo último que él desea conservar: la memoria. De modo astuto, Christos Nikou desdibuja un poco las pistas y deja a los espectadores la tarea de resolver por sí mismos el enigma que plantea la personalidad empecinadamente ambigua de Aris, ese misterioso desmemoriado que se sirve de una epidemia y de sus médicos tutelares para dar un sentido nuevo a su propia vida. Fruto de la memoria semeja así una parábola social sobre el poder del individuo frente a una autoridad científica o política que al rediseñar su identidad pretende ejercer sobre él un control absoluto.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 14 y 18:15 horas.