n cada nación se podría listar un conjunto de hechos que apuntan a la profunda transformación social ocurrida en lo que corre de este siglo. En tales listas habría muchos elementos comunes a todas las sociedades y otros, por supuesto, de índole específica.
Todo país enfrenta condiciones cambiantes en su sociedad y en su relación con el resto del mundo. A pesar de la crisis de la globalización, ésta no se acabará, se reconformará de alguna manera que hoy no es clara. Será más o menos inestable, con otro tipo de alianzas y de conflictos, algunos de los cuales ya se prefiguran, y con un distinto armazón del poder, tanto en la zona del Atlántico y del Pacífico y de sur a norte.
Una breve enumeración de hechos, por supuesto que sólo de modo ilustrativo y desordenado, advierte sobre dicha mudanza social: el clima y sus consecuencias, crisis económicas recurrentes, incapacidad de los estados para proteger a los ciudadanos, débiles o muy cuestionables liderazgos políticos, un sistema económico rígido que no difunde la prosperidad, proliferación de la pobreza, sentimiento de pertenecer a sociedades que no son funcionales, la cuestión energética, guerras y enfrentamientos, migraciones, racismo e inseguridad.
Ante esta situación, por ejemplo, los dos aspirantes al liderazgo del Partido Conservador del Reino Unido y para sustituir a Johnson como primer ministro: Truss y Sunak, se declaran abiertamente identificados con la versión conservadora de Margaret Thatcher que ejerció el gobierno de 1979 a 1990.
De modo muy esquemático el dogma del conservadurismo político se ha formulado en algunos principios: libertad individual, gobierno limitado, estado de derecho, la paz conseguida mediante la fuerza, responsabilidad fiscal, mercados libres.
Ciertamente, dicha versión ya exhibía su agotamiento desde hace más un par de décadas. La crisis financiera de 2008 puso en entredicho al capitalismo ultra-liberal y desregulado, con los ingresos salariales estancados y confrontaciones cada vez más patentes.
Un rasgo muy notorio del conservadurismo como el del Partido Republicano de Estados Unidos, es que no sólo se expresa en la arena política y legislativa, sino que se ha judicializado. Las acciones y los postulados son cada vez menos flexibles.
Del otro lado del espectro político, el de los progresistas, recurro aquí algunas nociones del filósofo español Daniel Innerarity que considera que éstos, tanto como sus antagonistas, comparten la idea de que la historia va por una vía que los primeros quisieran recorrer hacia adelante con rapidez y los otros –conservadores y reaccionarios– quieren frenarlo o hasta retroceder a un tiempo pasado que se supone mejor y se vuelve una referencia para sus propuestas y acciones.
Estas fuerzas políticas, dice Innerarity, admiten que hay un camino de la historia y se distinguen por ubicar la catástrofe hacia atrás o hacia adelante en el tiempo. Esto, concluye, hace que las ideologías de derecha e izquierda se expresen en la forma de prisa y nostalgia.
El discurso político y la gestión de gobierno en muchas partes aparecen como un campo ideológico en el que las nociones expuestas por el progresismo y el conservadurismo tienden, en ciertos aspectos, a confundirse.
En todo caso la cuestión abierta acerca de la relación entre capitalismo y democracia, así como el incremento de las desigualdades y otras formas de antagonismo social con distintas intensidades ha propiciado una vuelta del populismo y, además, de vertiente autoritaria. En algunos casos se exhibe, de plano la barbarie.
Las ideologías parecen estar hechas de retazos de idealizaciones, prejuicios, mitos, subterfugios y, también, falsificaciones. Esto se presenta como fórmulas para superar situaciones indeseables y que acaban por convertirse en expresiones distintas de tensiones y conflictos viejos y nuevos. La cuestión se aprecia en las políticas públicas, en la gestión de la administración del Estado, en el deterioro de los servicios que provee. También se expresa en los espacios que se ofrecen a la población en materia de apertura política, transparencia, seguridad, mayores y reales oportunidades y bienestar y calidad de vida.
Movimientos, partidos y liderazgos políticos se presentan reiteradamente como la encarnación de la única vía posible a seguir en una sociedad. Guiar políticamente: ejecutar, legislar, administrar la justicia e implantar las formas institucionales para hacerlo es una cuestión que debe aclararse política y prácticamente y convertirlo en un instrumento de la sociedad frente al gobierno.
Innerarity señala que la democracia, hoy, se asienta en la idea de estancamiento más que en la disputa entre el avance de la sociedad –para no decir aquí progreso– y su regresión. El cambio, afirma, se manifiesta como un seudomovimiento, una aceleración que es improductiva (como había propuesto Gabriel Zaid hace mucho tiempo).
Ese estancamiento sólo puede producir sometimiento, ineficiencia, limitaciones, distorsiones y una creciente mediocridad. Una oferta ciertamente exigua para poblaciones que necesitan, quieren y merecen más.
La exacerbación del discurso y la confrontación como método que se observa en todas partes no produce necesariamente un cambio positivo en las sociedades.