a oposición, y su férrea crítica aliada a la política de seguridad, se han dedicado a extenderle certificados de flagrante inoperancia. Las condenas han sido por demás sonoras y concurrentes. Han sido también cotidianas y abarcantes. La estrategia –dudan si la hay– se resume en la torpe consigna abrazos y no balazos
que, cuando mucho, sostienen con sorna, aspira al ridículo. La base de sustentación de la gobernabilidad de un Estado recae, bien se sabe, en este factor que lo constituye como tal. La legitimidad, además de radicarse en el voto ciudadano, contiene una expresión básica de convivencia pacífica. Pero la postura opositora ha sido por demás desatada y echada para adelante, sin titubeo alguno, alegando el fracaso total de las pretensiones del gobierno. Las miles de muertes violentas, año con año, avalan sus apreciaciones. Pero no han atendido, y menos confiado, en los recientes informes, presentados con apertura y detalle, por los encargados de la seguridad. Se les descarta como prédica propagandística que tropieza, frontalmente, con la terca realidad, pero discordantes con sus sesudos dictados.
Nada o muy poco de lo que viene conformando esta visión reactiva es sorprendente. Así ha quedado plasmada respecto de todos y cada uno de los programas, supuestos o tesis gubernamentales. No hay acción o decisión originada en Palacio que haya sido exceptuada de tan activa repulsa. Ha de ser una tarea por demás ingrata de estos críticos, magnificar cada día el predicado terremoto oscuro, negativo y destructor que derruye a la nación. Punto por punto, la cotidianidad se presenta a la atenta o desprevenida mirada de los ciudadanos como un fantasmagórico caos. Y sus causantes son los mismos de siempre: el Presidente, sus caprichos, invenciones apasionadas seguido por sus empecinados seguidores. Una pandilla de alucinados que, ante todo lo construido con años de esfuerzo y talento, avientan torcidas consignas y peores alternativas o insulsos remedios ideologizados. Nada satisface o tiene, aunque sea, un recóndito hálito de eficacia. De esta dura, doctoral, rotunda manera, se ha ido levantado la crítica opositora. No han querido, los numerosos voceros de tal corriente, poner atención a lo que acontece ante muchos otros ojos ciudadanos. En concreto, los datos, ya bien estructurados, que revelan lo que viene sucediendo en la operación diaria de la lucha contra el crimen. Al final de este año el panorama será transparente y la credibilidad no aparcará en esos feroces críticos.
Hay que destacar dos ángulos complementarios: el número excesivamente alto de los homicidios dolosos que, día a día, mes con mes, vienen contabilizándose. Un horror, sin disculpa alguna o palabra que tienda a atenuarla. En medio de esa terrible circunstancia se inauguró el gobierno. Con esas cadenas inició sus trabajos con el ánimo de darle humana salida. En el último año de la administración pasada (Peña Nieto) se alcanzó –julio 2018– la terrible cifra de 3 mil 74 homicidios. Este fue el pico de la tragedia. A partir de ahí, se logró, por un tiempo, estabilizar su ocurrencia para iniciar el esperado y prometido descenso. Se llevan tres años y siete meses consecutivos de lentos, pero consistentes, descensos (con ciertos altibajos). Pero la tendencia es, decididamente, descendente. La estrategia diseñada desde un inicio está dando resultado. Esa es la conclusión central de la cuestión a debatir. Son los datos duros los que se deben tomar como base de toda comparación con otros tiempos. En especial entre 2006 y 2012, donde los llamados daños colaterales
fueron inaceptables. De los mil 412 civiles fallecidos en 2011 se ha pasado a sólo 162 actualmente. Una cifra, sin embargo, alta y que ojalá desaparezca.
Para completar el cuadro de las críticas y los logros que se oyen y aprecian en estos días de despegue final, habrá que citar otros datos contundentes. Éstos respecto de lo que ocurre con el ingreso laboral per cápita y la inversión externa. En lo primero, después de la explicable caída entre 2019 y 2020, se ha ido recuperando y hasta superado lo sucedido con este ingreso, alejándose así de la pobreza. De un ingreso de 2 mil 455 pesos mensuales, en 2018, se ha pasado a 2 mil 881 pesos en 2022. Una muy pronunciada recuperación que abarca a toda la población. En cuanto a la inversión externa se captaron, durante este primer semestre de 22, la cantidad de 27.5 mil millones de dólares. Mucho más que los ocho semestres de años anteriores. Y eso a pesar de todas las alarmas que solicitan desalientos a tan apreciada inversión. En cuanto al porcentaje de la población con ingreso laboral por debajo del costo de la canasta básica, la mejora es reconocible. De 46 por ciento alcanzado a mediados de 2020 se ha descendido hasta alcanzar 38 por ciento. Una pronunciada caída que, se espera, siga en esa dirección por lo que falta del presente sexenio.