Los hermanos Soler, el linaje perfecto
“Del más bello quisiéramos aún más.
Que su belleza pudiera continuar.
De quien, viejo y marchito, quizás.
Un pequeño heredero ha de quedar”.
Sonetos, de William Shakespeare.
us padres eran Irene Padia Soler y Domingo Díaz García, pareja de actores españoles que llegó a México en 1898. Su compañía artística ganó aplausos en una permanente gira, lo que hizo que los herederos tomaran carta de nacimiento en lugares diferentes, comenzando por Fernando, a quien se certifica como oriundo de Saltillo, Coahuila, si bien otras versiones indican que tenía año y medio cuando sus padres tocaron tierra azteca. Lo importante es que los pequeños tuvieron el contacto directo con el escenario desde la misma cuna, que recibió a Mercedes, la menor, en Los Ángeles, California, ya que el fuego revolucionario hizo que la familia cruzara la frontera. Cinco de esos niños formarían la gran dinastía del cine nacional, con una baraja compuesta por Fernando, Domingo, Andrés, Julián y Mercedes, los distinguidos y queridos hermanos Soler.
El primer teatro
Padres e hijos constituyeron la Compañía Soler, una decisión de don Domingo, quien consideró que era el nombre que mejor podía calar en el público. El éxito los metió en giras por todo el continente. Sus temporadas tuvieron dos impactos centrales: Fernando e Irene fueron llamados a Hollywood para participar en The Spanish Jade (Wilfred Lucas, 1915); posteriormente, Fernando fundó una compañía teatral en Cuba en 1923, pero en 1924 la familia entera se movió a México para hacer teatro y fincar raíces.
Fernando
Fernando destacó desde niño, sorprendió con su vigor juvenil y se consagró como maduro intérprete que fue considerado el mejor actor de México. Suele destacarse poco su trabajo como director, pero tiene piezas muy interesantes, como El barbero prodigioso (1942), en la que dirige y actúa la historia de un barbero al que se cree milagroso. El actor tiene muchos papeles de primer orden, como el viejo enamorado Ponciano Robles en la destacada Rosenda (Julio Bracho, 1948), y el adusto patriarca don Rodrigo en Una familia de tantas (Alejandro Galindo, 1949). Más allá de premios, que tuvo muchos, el público se queda con lo que aportó en personajes como en El gran calavera (Luis Buñuel, 1949). Fue el entrañable manejador de boxeo don Fer en Campeón del barrio /Su última canción (Rafael Baledón, 1964), impulsando la carrera del prospecto, futuro campeón y yerno Javier Salinas (Javier Solís).
Fernando creó el estilo
de la interpretación norteña con el personaje Don Cruz Treviño Martínez de la Garza en el gran clásico La oveja negra (Ismael Rodríguez, 1958). Enamorado incapaz de aceptar el paso de los años, sólo es confortado por su compadre Laureano (su hermano Andrés). Junto con El gran calavera, Don Cruz es probablemente el personaje más recordado en su extensa carrera. Lo rehizo la comedia Los tales por cuales (Gilberto Martínez Solares, 1965). Arturo Ripstein lo llevó a hacer el personaje prototipo de esos veteranos jocosos y señeros para su película El lugar sin límites (1978), que resultó un buen epílogo de su importante carrera (aunque todavía aparecería en otro par de cintas). También dejó huella en la televisión con la producción de teleteatros.
Domingo
Pocas películas han convulsionado a la sociedad mexicana como lo hizo La mujer del puerto (Arcady Boytler, 1933), gran éxito del incipiente cine sonoro nacional, que ponía a una mujer (Andrea Palma) y a un marinero de paso a enamorarse apasionadamente, para después descubrir que eran hermanos. Ese hombre de mar era Domingo Soler. Alto y con la misma gama de interpretación que sus hermanos, marcó una línea con personajes históricos a partir del Centauro del Norte que creó para ¡Vámonos con Pancho Villa! (Fernando de Fuentes, 1936), aunque también fue el Siervo de la Nación en El padre Morelos (Miguel Contreras Torres, 1943). Repetiría a ambos personajes en otras producciones. Mostró sus condiciones en todo tipo de largometrajes, dejando huella con La barraca (Roberto Gavaldón, 1945) y destacando siempre ante las noveles estrellas como en La posesión (Julio Bracho, 1949), en la que compartió créditos con Miroslava y Jorge Negrete.
Hizo al Señor Godínez en la muy exitosa Las dos huerfanitas (Roberto Rodríguez, 1950), sobresalió en el drama de boxeo El último round (Alejandro Galindo, 1950), y la comedia Caballero a la medida (1954), con Mario Moreno Cantinflas, donde hace al Padre Feliciano, cuya base fue el importante personaje que interpretó en la estupenda cinta de Emilio Indio Fernández Río escondido (1948). Se puso sotana en otras historias, especialmente en la importante película de Roberto Gavaldón El rebozo de Soledad (1952). Fue también el Profesor Durán en el exitoso serial Nostradamus, que dirigió Federico Curiel Pichirilo, lanzado en 1961 y 1962.
Andrés
Andrés fue uno de los rostros más queridos del cine. Muy simpático, de aspecto endeble por su extrema delgadez y baja estatura, fue indispensable en comedias clásicas como ¡Que lindo cha cha cha! (1955) o El conquistador de la Luna (Rogelio A. González, 1960). Fue también el Profesor Frankenstein en la aventura de terror Orlak, el infierno de Frankenstein (Rafael Baledón, 1960) o capaz de hacer a gente maledicente de pocas pulgas como Don Tomás en la premiada Tlayucan (Luis Alcoriza, 1962). Los mismo podía ser el agudo escritor Tío Hipólito en Dos caras tiene el destino (Agustín P. Delgado, 1952), que el mismísimo Lucifer en Un día con el diablo (Miguel M. Delgado, 1945).
Con un altísimo nivel actoral, fue sobre todo soporte de galanes y héroes intrépidos como Joaquín Cordero en El gato (Miguel M. Delgado, 1961), René Cardona Jr. en El puma (René Cardona, 1959), o de Luis Aguilar en El tigre de Guanajuato, leyenda de venganza (1965). También destacó con Germán Valdés Tin Tan como el divertido monarca en Lo que le pasó a Sansón (Gilberto Martínez Solares, 1955), juez Justo en el drama de Emilio Indio Fernández Paloma herida (1962). Andrés fue también guía y maestro de muchas figuras en el teatro y en el cine, constituyendo el Instituto Andrés Soler.
Mercedes
Mercedes fue la única de las hermanas con presencia en el séptimo arte nacional, después de que Irene lo hiciera fugazmente en Hollywood. Con talento y belleza, pudo hacer una carrera grande luego de su debut en Águilas de América (Manuel R. Ojeda, 1933); fue de hecho la primera de los Soler en aceptar un contrato del cine mexicano e hizo una veintena de películas antes de contraer matrimonio con Alejandro Ciangherotti y abandonar el cine. Sin embargo, estuvo siempre vinculada a éste por su linaje familiar, extendido a su hijo Fernando Luján, quien haría también carrera importante en el séptimo arte. Como actriz, es mayormente recordada por su personaje de Isabelita en ¡Así es mi tierra! (Arcady Boytler, 1937), al lado de Cantinflas.
Julián
El más joven de la dinastía empezó como actor, de hecho, como galán. Pero, pese a tener papeles destacados, como el de Santos Luzardo en Doña Bárbara (Fernando de Fuentes y Miguel M. Delgado, 1943), Julián se inclinó por el trabajo detrás de cámaras. Dirigió por primera vez en 1941 con el largometraje Me ha besado un hombre. Realizador prolífico, obsesivo (tenía fama de severo en el set) y de capacidades claras, trabajó lo mismo comedias que musicales o melodramas de todo estirpe, aventuras a caballo, dramas urbanos o temas literarios y del fantástico como El hombre y la bestia (1973), que adaptó el relato de Robert Louis Stevenson Dr. Jekyll y Mr. Hyde, empleando un equipo técnico que también filmó Satanás de todos los horrores (1974). En el cine de luchadores dejó el clásico Santo vs Blue Demon en la Atlántida (1970).
Dirigió comedias exitosas como Platillos voladores (1956), El castillo de los monstruos (1957), Aladino y la lámpara maravillosa (1958) y Locura de terror (1961). Con la misma artesanía fílmica impecable, pudo pasar a dramas sicológicos laberínticos como Pánico (1970) y el drama Secreto de confesión (1970). En otro costado, presentó con gran efectividad los dramas familiares en la estupenda Azahares para tu boda (1950). En el western encumbró a Eulalio González Piporro con cintas como Calibre 44 (1960), El padre Pistolas (1961) y Escuela de valientes (1961).
Huella dinástica
Los Soler cambiaron el teatro mexicano (eliminaron lo seseos y los vosotros para mexicanizar
diálogos y expresiones) y robustecieron al cine con su talento, sin olvidar que en 1945 con varias figuras fundaron al Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC). Más de 500 películas son el acervo más grande que una dinastía haya legado a cualquier cinematografía del mundo.