De ida y vuelta
inerva, ante su madre que, sorprendida, la recibe en su departamento.) –No te avisé que vendríamos porque creí que no iba a alcanzarnos el tiempo. Gracias a Dios que el maestro Rojas le entregó temprano el coche a Luis Antonio. Por cierto, él fue quien me dijo: Güera, ya que andamos por aquí, pasemos a darle una saludadita a tu mamá y de paso le avisas que nos vamos de vacaciones con Roberto.
Te juro que este año no pensábamos salir, pero como llevamos al niño al doctor y nos dijo que por su asma le hará mucho bien el aire de mar, decidimos irnos a Veracruz.
(Minerva, ante la expresión atenta de su madre.) –Si lo hubiera sabido antes, juro que te lo habría dicho para que arreglaras tus cosas y pudieras acompañarnos. Lástima que así, tan rápido, ya no te alcance el tiempo para ir con nosotros. (Toman asiento, una frente a la otra.) Y creo que hasta es mejor. Ya que ahora es imposible que hagamos gastos extra, no vamos a viajar en avión, sino en el coche. Como no es grande, irías muy apretada, muy incómoda, y antes de que empezáramos las vacaciones estarías muerta de cansancio. Hay otra cosa por la que pienso que este año está bien que te quedes en tu casita: dicen que por allá está haciendo un calorón espantoso, que cuando llueve el bochorno es tremendo y hasta causa urticaria. Con lo molesta que es, no más de imaginarlo, me pica todo.
(Minerva, ante el asombro de su madre.)–Como las carreteras se han vuelto tan peligrosas, nos iremos el miércoles muy de mañana. Sé bien que nunca te ha gustado levantarte temprano, y si nos acompañaras tendrías que pegarte un madrugón de aquellos que lo dejan a uno atarantado todo el día. Francamente, no quiero causarte esa incomodidad, y menos ahora que amanece tan fresco.
Pero a ver, dime, ¿qué se te ofrece que te deje antes de que me vaya? Encárgame lo que quieras y yo te lo compro en el súper. Mañana tengo que ir porque necesito llevarme refrescos, agua mineral y cervezas para no comprarlos allá, porque ya sabes cómo son los tenderos: aprovechan las vacaciones para subir los precios.
(Minerva, ante la sonrisa generosa de su madre.) –Estoy muy contenta porque vamos a llegar a la Casa Korita, donde estuviste con nosotros, ¿te acuerdas? Y qué te cuento, la señora Norma nos dejará el cuarto al mismo precio que hace cuatro años y no hará cargos extras por la camita adicional para Roberto. A mí francamente no me gusta que los tres durmamos juntos –pienso que tampoco te sentirías a gusto con mi marido allí–, pero es que, a como están las cosas, uno tiene que ver la forma de ahorrar donde se pueda.
(Minerva, ante la mirada inquisitiva de su madre.) –Estoy pensando que ojalá la señora Norma nos dé un cuarto de los grandes, pero eso va a estar difícil, porque como Luis Antonio no hizo con tiempo la reservación, pues tenemos que aceptar lo que haya. Bueno, pobre, tampoco es su culpa: de verdad no teníamos planeado salir de vacaciones. Lo hacemos por Roberto, para que respire el aire de mar y camine sobre la arena tibia: según dice mi suegra, eso evitará que ya más grandecito se enferme de anginas.
(Minerva, ante su madre sonriente.) –Ya estuve contigo un buen rato y no quiero quitarte más tiempo. Además, tengo que irme. Dejé a Luis Antonio y a Roberto en la peluquería de la vuelta y voy a pasar a recogerlos para que vayamos a la Mega Plaza. El niño quiere que le compremos un traje de baño y unos goggles. Te aseguro que Luis Antonio acabará comprándole un montón de porquerías que a lo mejor ni va a necesitar. Pero dime: ¿qué no hace un padre con tal de que su hijo esté contento? No sé para qué te lo digo, si lo sabes mejor que yo, hermosa.
(Minerva, ante su madre que la escucha emocionada.) –Y tú, mami linda, ¿me prometes que no estarás triste porque nos vamos? Será nada más una semana y el tiempo pasa volando. En menos de lo que te imaginas estaré visitándote para entregarte tus regalos… Ay, mamá, déjate de tonterías: ni que fuera a gastar millones… Pero bueno, a ver, dime qué se te antoja que te traiga: ¿una hamaca, una lámpara de conchas, una marina de terciopelo? No, ya sé: un pez espada disecado como el que tengo en el comedor. Cuando me visitas siempre me lo chuleas… A ver, pensemos en otras posibilidades: ¿qué te parece que te traiga unos dos o tres collares de semillas? ¿Por qué te ríes? No son escandalosos y dan mucho color.
(Minerva, ante su madre que, de pie, al fin toma la palabra): –Si puedes, te agradecería que me trajeras un caracol grande, de esos que son muy blancos por fuera y color de rosa por dentro. Siempre he querido tener uno porque dicen que guardan durante años y años todos los rumores del mar.