Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Legítima preocupación

A

l margen de cuánto dure y cómo termine la guerra en Ucrania, ya en este momento podemos constatar que la época de 30 años de cooperación en general constructiva, aunque no sin problemas, entre Rusia y Occidente terminó de modo irreversible.

Textual, salvo que él prefiere usar la expresión operación militar especial que no altera la esencia de lo que está pasando del otro lado de la frontera, esta es la conclusión principal de un destacado exponente de una nueva generación de diplomáticos rusos, Aleksei Drobinin, quien se desem-peña como director general de planeación de la política exterior en la Cancillería local.

A partir de ahora, Rusia se encuentra en una fase aguda de confrontación con una alianza de países hostiles, medio centenar según la clasificación del Kremlin, encabezada por Estados Unidos. La meta del enemigo es infligir a Rusia una derrota estratégica, eliminarla como competidora geopolítica, sostiene Drobinin.

Legítima preocupación, sin duda, pero para ganar esa batalla los halcones del consejo nacional de seguridad ruso no quieren diplomacia y apuestan por tener más armas nucleares y con mayor capacidad de devastación. En realidad, blandir armas supuestamente invencibles –hace falta tener la capacidad de fabricarlas en cantidades que rompan el equilibrio estratégico y que el rival tampoco comience a producirlas– sólo desata una carrera armamentista que acaba arruinando al más débil.

Desde que se inventó la teoría de la disuasión, Rusia (antes la Unión Soviética) y Estados Unidos llegaron al tácito entendimiento de que en caso de que uno atacara al otro, con o sin armas nucleares, el resultado de esa osadía sería la destrucción mutua asegurada. A cambio, garantizada la enérgica condena por parte del otro, hacen lo que les da la gana frente a países que no poseen ese tipo de armamento, y la lista de intervenciones militares, golpes de Estado, injerencias en asuntos de otros, asesinatos, chantajes y amenazas es muchísimo más extensa en el historial vergonzoso de Washington que en el de Moscú.

Y cuando se establecen, con o sin razón, líneas rojas que nadie debe cruzar y se proclaman zonas de intereses vitales en todo el planeta, surge otra preocupación no menos legítima: que se pierda el sentido común y todo acabe en hecatombe nuclear.