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Pelosi: imprudencia catastrófica
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a visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, duró menos de 24 horas, pero sus consecuencias serán profundas y se harán sentir, al menos, en el mediano plazo. China ya anunció una serie de represalias comerciales contra Taipéi, entre las cuales se incluye el bloqueo a las exportaciones de arena natural, componente básico en la fabricación de semiconductores, sector en el que la isla es líder mundial. Asimismo, se puso en pausa la construcción de una planta de producción de baterías de litio que suministraría a empresas como Tesla o Ford, y ha trascendido que varios proveedores de Apple suspendieron sus envíos.

Pelosi es la más alta funcionaria estadunidense en pisar Taiwán en un cuarto de siglo, desde que hizo lo propio su antecesor Newt Gingrich, integrante del ala más derechista del Partido Republicano. Por lo que esto supone en materia de respaldo oficial de Wa-shington al régimen de Taipéi, Pekín se tomó con toda seriedad las informaciones de que la legisladora haría una parada en la isla como parte de su gira asiática, y la semana pasada el presidente Xi Jinping advirtió a su homólogo Joe Biden no jugar con fuego en lo que respecta a Taiwán.

En este clima, la determinación de la dirigente parlamentaria de reunirse con autoridades taiwanesas, aunada a las incendiarias declaraciones que hizo durante su estancia, no pueden leerse sino como manifestación de ciega arrogancia imperial, que lleva a la clase gobernante estadunidense a emprender actos de provocación sin reparar en las consecuencias y sin respeto alguno por la soberanía y los intereses de otros estados. Más allá de Pelosi, la postura estadunidense hacia la isla es muestra de las contradicciones e incongruencias en la política exterior de la superpotencia: por ley, el gobierno de ese país debe asegurar medios de defensa a una entidad a la que ni siquiera reconoce diplomáticamente.

Si tales actitudes son condenables en cualquier contexto, resulta desconcertante que se desplieguen en momentos en que la comunidad internacional ya encara el desafío de encontrar una salida al conflicto bélico en el Este europeo, y en que la interrupción de las cadenas de suministro como efecto tardío de la pandemia, la guerra y las sanciones impuestas por Occidente contra Rusia han desatado una crisis inflacionaria que tiene a la economía global contra la pared. Al considerar, además, que la sociedad estadunidense es una de las más agitadas por el malestar económico y que un enfrentamiento con China no haría sino agravarlo, queda claro que el afán de Pelosi de desafiar a Pekín tiene más que ver con agendas propias que con las preocupaciones y necesidades de sus conciudadanos.

Los círculos de poder de Washington deben desistir de su trato insultante e incitador hacia Pekín, renunciar a la tentación de escalar la confrontación con China, reconocer que el futuro de Taiwán es un asunto interno chino en el que nada tienen que hacer las potencias occidentales y adoptar una política de distensión que evite un desenlace catastrófico cuyo peor escenario sería la guerra abierta entre potencias nucleares, pero que también tendría repercusiones comerciales, financieras, tecnológicas y políticas de alcances imprevisibles.