as creencias de estos tiempos, dan cuenta de un ánimo social dominado por el encono generalizado, un espíritu que, como mencionaba la entrega pasada, se ha manifestado de manera nefasta mediante la violencia física y ataques armados, especialmente en Estados Unidos y otras regiones.
El impacto negativo de las redes sociales no se limita, sin embargo, a dichos ataques, las agresiones no ocurren en el vacío, sino en contexto más amplio de polarización política que domina el espíritu de nuestros tiempos.
A diferencia de otras crisis políticas históricas, y quizá solo comparable con las guerras religiosas europeas de los siglos XVI-XVII, la crisis financiera de 2008 coincidió con un cambio cualitativo y cuantitativo en las telecomunicaciones que amplificó sus alcances y consecuencias.
En retrospectiva, la crisis financiera implicó la implementación de medidas difíciles y asimétricas que no fueron bien recibidas por amplios sectores de la población mundial. El rescate gubernamental de instituciones financieras en quiebra, las cuantiosas compensaciones de los CEO que las habían quebrado y el colapso del mercado inmobiliario, sin mencionar la frustración de millones de jóvenes endeudados que se integraban al mercado laboral por esas fechas bajo condiciones poco favorables, creó la inercia suficiente para surgimiento de movimientos como Occupy Wall Street (reconocer al otro como semejante).
La baja en la demanda de petróleo y la revolución shale
americana significó el fin del financiamiento fácil para las decenas de productores de hidrocarburos autócratas de Medio Oriente, que verían su suerte en la Primavera Árabe, movimiento que, lejos de tener un desenlace feliz, supuso un gran desplazamiento de refugiados hacia Turquía y Europa, conflictos bélicos como el de Siria y el surgimiento de juntas militares, que como en el caso egipcio, sepultaron la ilusión democrática de la revuelta.
En las democracias occidentales, la resolución vertical y antipopular de la crisis financiera comenzó a revelar las grietas del sistema político desgastado, un sistema que, en aras de resolver la crisis económica, implementó una serie de medidas democráticamente insuficientes. Dicho déficit democrático ha encontrado su punto de fuga en las nuevas tecnologías de la información, creando una crisis político-moral que ha desestabilizado el aparente exitoso antiguo statu quo.
En contraste a la carencia de participación política en las instituciones públicas y supranacionales, particularmente en lo que se refiere a decisiones sobre asuntos económicos, el ciudadano contemporáneo ha encontrado en las redes sociales un mecanismo de participación constante, llenando el hueco dejado por las instituciones políticas.
El proceso algorítmico que regula el consumo de información en las redes sociales, sin embargo, busca la optimización de la interacción satisfaciendo el gusto particular del usuario, invirtiendo el proceso tradicional de deliberación: no es el individuo el que se adapta y busca la conciliación con la narrativa esgrimida en el diálogo público, sino que el diálogo público se produce para satisfacer el gusto del individuo en aras de la maximización del beneficio monetario personal.
Actualmente, el panorama parece ofrecer únicamente alternativas dicotómicas bajo diferentes signos: izquierda vs derecha, tecnocracia vs populismo, que parecen sucederse en una danza interminable de radicalismos, anulando paulatinamente la posibilidad de acercar posiciones.
Lo que resulta más riesgoso, es que esta dicotomía parece, como lo demuestra la derogación de Roe vs. Wade que en 1973 que protegía a las mujeres para decidir sobre su embarazo, por parte de la Suprema Corte de Estados Unidos, estarse transformando en una nueva forma de hacer política, en la que el poder y el control de las instituciones,se utilizanW para irritar, humillar y hacer enfadar al otro asegurando una victoria pírrica de los propios, una victoria de índole discursiva moral, y así conservar una audiencia.
En este contexto, una de las críticas más comunes que se le hace al centro político
es su falta de compromiso ideológico y su excesivo pragmatismo. A este respecto cabe recordar que el pragmatismo responde a la función regulativa de la política y se nutre de la experiencia histórica para asegurar la convivencia. Más que exigirle un compromiso ideológico a las posiciones de centro, hay que reconocer que su valor está en liberarnos de la polarización y avanzar. Por ello, más allá de discusiones filosóficas ante nuestra realidad, hoy más que nunca, tenemos que reconstruir el centro.