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Relatos del ombligo

Tan lejos del diablo y tan cerca de Polanco

E

xiste la percepción de que el barrio de Polanco es exclusivo para personas que traen la cartera bien cargada de billetes. Nada más falso. Si bien es cierto que esta zona de la Ciudad de México reúne restaurantes, hoteles y comercios cuyos precios son pagables sólo por unos pocos, también ofrece paseos que no implican gastar más que en otro lugar de la capital. A un costado suyo se ubica el Bosque de Chapultepec, lugar de recreo que desde antes de que llegaran los españoles era utilizado como sitio de esparcimiento y cuya entrada es gratuita. Además, a unas cuadras del Bosque se puede disfrutar de un agradable paseo que, entre estanques donde los niños juegan con barcos de papel o de motores y control remoto que ahí mismo rentan, puede hacer mientras recorre una vereda que sube colinas y conduce a un aviario no lejano al monumento a Abraham Lincoln que nos recuerda que, a diferencia de Estados Unidos, aquel presidente sí fue amigo de México.

Con una gran oferta de museos, Polanco es un barrio relativamente nuevo, donde hoy conviven casas de estilo californiano y rascacielos delimitados por grandes avenidas entre calles con nombres de filósofos, dramaturgos y pensadores, hace cien años sólo había campo y el casco de una hacienda –hoy restaurante– cuya principal actividad fue la producción de morales, árbol que da moras, sin relación con la disciplina filosófica llamada moral, conjunto de costumbres y normas tan desconocidas por una añeja clase política que cuando se les menciona creen que se trata de esa fruta que se producía en Polanco.

Aquella tierra de campos de cultivo y colinas no tenía nombre, pero se le llamaba de manera coloquial los morales, zona también de ríos y arroyos, entre éstos el caudaloso San Joaquín, que llegaba al canal de San Lázaro para de ahí desembocar en el Lago de Texcoco, y el río Polanco, nombrado así en honor a quien fuera secretario de Ignacio de Loyola, Juan Alfonso de Polanco, de quien también se tomó el nombre para llamar a esta colonia que, después de la Revolución y con la expansión de la Ciudad de México, fue urbanizada por un grupo de desarrolladores inmobiliarios que aprovecharon la ampliación de la avenida Reforma hacia el poniente.

Aunque no de manera geográfica, el corazón de Polanco se ubica en el parque Abraham Lincoln, lugar que lleva el nombre de tan importante personaje estadunidense como agradecimiento no a aquella nación, sino a la persona. Antes de que Lincoln ocupara el cargo de presidente de Estados Unidos, siendo representante del congreso, se opuso de manera determinante, valiente y con argumentos de peso a que su ejército invadiera México y extorsionara a nuestro país para arrebatarle más de la mitad del territorio.

Lincoln arriesgó su carrera política al plantarse ante la Cámara de Representantes y acusar al presidente James Polk de invadir territorio mexicano sin provocación e inducir al Congreso –con engaños– a declarar una guerra como respuesta a que supuestamente sangre americana había sido derramada en suelo americano. En su declaración, Lincoln dejó en claro que cualquier sangre que hubiera sido derramada lo fue en suelo mexicano, y que Estados Unidos era el agresor, algo que no gustó a Polk ni a sus secuaces, quienes lo acusaron de apoyar al enemigo en un conflicto sobre el que posteriormente el general Ulysses S. Grant, capitán del ejército invasor, llamó la guerra más injusta jamás librada por una nación fuerte contra una débil.

Con la llegada de Maximiliano a México, Lincoln apoyó de manera clandestina, con el fin de evitar que los franceses se unieran a la Confederación, la causa de Benito Juárez y la segunda transformación de México. El entonces presidente estadunidese y Mary Todd, su esposa, entablaron amistad con Matías Romero, a quien pusieron en contacto con banqueros y empresarios para conseguir dinero que recibiría el Ejército Republicano que finalmente derrotó a una monarquía que jamás debió existir.

Lincoln fue amigo de México, y los mexicanos sabemos agradecer a nuestros amigos, una pequeña muestra son el parque que en Polanco lleva su nombre y el monumento que rinde honor a la oposición que tuvo contra los oscuros intereses de su nación para intentar evitar que se cometiera injusticia en contra de la nuestra. Así que dese una vuelta por Polanco, disfrute sus calles, parques y museos, y póngale una ofrenda a Lincoln, algo que no es traición, sino todo lo contrario.