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Jesuitas: tradición de frontera
E

l testimonio de Javier Campos y Joaquín Mora, jesuitas asesinados el 20 de junio en Cerocahui, Chihuahua, sigue iluminando e inspirando esfuerzos y reivindicaciones que desde la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús y la Iglesia católica en México, en general, han impulsado para el diseño de una urgente agenda de paz y justicia en el país. Al mismo tiempo, la tragedia de Cerocahui ha dado cuenta de la importancia de la labor de los jesuitas en México y la relevancia de su misión al servicio de la justicia social y la paz.

La vocación por estar presentes en territorios de frontera no es nueva, y se remonta a los inicios de la Compañía de Jesús en su interés por la evangelización en los lugares adonde pocos se atrevían a ir. Tras su llegada a la Nueva España a finales del siglo XVI, los jesuitas obraron bajo la encomienda de fundar centros educativos en las principales ciudades del virreinato. No obstante, su vocación cristiana orientó su interés por una misión que también beneficiara a las poblaciones alejadas. Fue así como, en el transcurso del siglo XVII, los jesuitas comienzan a establecerse en zonas marginales, de frontera, iniciando su larga trayectoria de trabajo con los pueblos y comunidades indígenas.

Desde entonces, y hasta hoy, las misiones indígenas en México han sido una expresión clara del impacto de su obra como cuerpo apostólico que históricamente ha apostado por acompañar, lado a lado, la vida y cultura los pueblos y comunidades, fortaleciendo la fe a través de la esperanza, la justicia y la paz mediante la construcción de puentes sincréticos.

Hoy son tres las principales obras y misiones indígenas, siendo la ubicada en la Tarahumara con el pueblo rarámuri la de mayor trayectoria, pues fue una de las primeras regiones periféricas atendidas por los jesuitas a su llegada a la Nueva España. Si bien su misión se vio interrumpida por la expulsión de los jesuitas en 1767, su labor no claudicó en el acompañamiento a las comunidades indígenas de la sierra, desde el sincretismo espiritual y la construcción de proyectos que han sido fermento de esperanza para la región a través de la defensa de sus raíces culturales y su dignidad como comunidades indígenas.

Otra de las misiones indígenas es la Misión de Bachajón, Chiapas, donde se trabaja junto al pueblo tseltal desde 1958, apostando por la construcción de presentes dignos en una de las regiones más conflictivas del país desde épocas coloniales, y con apoyo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, que históricamente ha estado comprometida con las causas de los pueblos indígenas. El acompañamiento espiritual, la construcción de una iglesia autóctona, el desarrollo integral y sustentable de las comunidades y el fortalecimiento de su cultura desde un enfoque de la interculturalidad han hecho de esta misión una obra distintiva de la Compañía de Jesús en su apuesta por la construcción de paz en lugares históricamente marcados por el despojo, la discriminación y la violencia.

Por último, merece mención la obra social de los jesuitas en Huayacocotla, Veracruz, donde atienden a un conjunto de comunidades nahuas, otomíes y tepehuas para la defensa de sus derechos humanos, la promoción de sus raíces culturales, y el fortalecimiento de sus tejidos comunitarios. Todos los esfuerzos en esta obra se encuentran respaldados y articulados por el proyecto de comunicación social Radio Huayacocotla, La Voz Campesina, una radio comunitaria en operación desde 1969 que proféticamente denuncia la injusticia y anuncia la esperanza, articulando y dando voz al trabajo de las comunidades campesinas e indígenas frente a las problemáticas de su contexto.

El próximo domingo 31 la Iglesia celebra el Día de San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, quien hace 501 años fue herido en una campaña militar, y cuya convalecencia provocó en él una conversión profunda que le hizo desear ya no la vanagloria militar al servicio de la corona, sino la trascendencia de su vida al servicio de la fe. Este mismo domingo, junto con la festividad de San Ignacio, se celebra el cierre del Año Ignaciano, un año cuya agenda convocó a la reflexión para la conversión, reivindicando el sentido de la fe al servicio de los desposeídos de nuestro mundo. Impensablemente, este año cierra con el asesinato de los hermanos Javier y Joaquín, cuyo testimonio es ofrenda viva de la conversión que hace 501 años movilizó a un hombre a dedicar su vida al servicio de los demás, y que hoy moviliza a toda una congregación en su servicio por la fe y la justicia, especialmente en territorios de periferia y frontera.

En el marco de los festejos del 31 de julio y el cierre del Año Ignaciano, la vida y obra de Javier y Joaquín son signo de luz y esperanza que confirman la apuesta histórica por el trabajo con los pueblos y comunidades indígenas, como tierra fértil para la construcción de la esperanza en los lugares más alejados y con mayor vulnerabilidad. Hoy son tres las misiones que trabajan en suelo indígena, pero son muchos más los proyectos y lugares desde donde obramos y colaboramos como cuerpo apostólico desde distintas trincheras para una sola misión: el anuncio de la justicia y la esperanza en un país azotado por la violencia, la injusticia, la desigualdad y la exclusión.