Los mundos de José G. Cruz
“P. Tu padre se levantaba muy temprano para escribir, ¿verdad?
R. A las cuatro de la mañana. A las siete tenía un argumento terminado, en tres horas escribía un argumento de 30 páginas, y luego el segundo, porque a veces, si tenía que salir, debía adelantar trabajo, nunca dejaba a la gente sin trabajar, las revistas tenían que salir”. Griselda Cruz, hija de José G. Cruz, en entrevista de Ricardo Vigueras para
Tebeósfera (2016)
erminaba enero de 1917 cuando nació en Teocaltiche, un pequeño poblado de Jalisco, un niño que no sólo dibujó para cumplir las primeras faenas escolares, sino también para inventar sus propios mundos, después de que conociera el mundo de los cómics en Estados Unidos, adonde su familia llegó por una temporada con el sacudimiento de la guerra cristera. Con un talento natural para contar historias, encontró en lápices y colores, al igual que en tijeras y pegamento, la forma de crear universos inéditos para hacer historias y personajes que con los años se convertirían en piezas fundamentales de los puestos de revistas. José Guadalupe Cruz Díaz revolucionó la industria editorial firmando como José G. Cruz, una figura de relevancia capital en la historieta, el cine y la televisión en México.
El mundo en sepia
José G. Cruz es ampliamente conocido por sus historietas, pero exploró con la misma habilidad distintos campos creativos como la fotografía o la pintura, antes de ser argumentista, locutor o pionero creador de contenidos para la televisión, aunque ciertamente todo comenzó con el trazo en carboncillo, tan vital como los argumentos. El autor entendía qué era lo que más atraía a los lectores de un amplio sector popular, siendo él mismo una persona de provincia, sin condición acomodada, que recolectó, como muchos legendarios autores literarios, el mejor material que puede obtenerse de la propia calle, de los barrios donde el habla, la problemática, la diversión y los peligros tienen un propio tono y ritmo, a veces deslavado, sepia, como muchas impresiones periodísticas, fotográficas, y del propio papel de las historietas.
Luego de vivir en Aguascalientes, llegó a la Ciudad de México queriendo ser cantante profesional, pero el joven encontró silla de trabajo en la editorial de José García Valseca, en particular para la revista Pepín, a la que aportó historia, personajes y trazo. Apenas tenía 17 años cuando produjo su primer cómic: Remolino y tango. Primero de una serie amplísima de temas y personajes, con títulos que le ganaron un prestigio en el medio como Juan sin miedo, Carta brava, Percal, Revancha, El plebeyo, Adelita y las guerrillas, Ventarrón, Percal y Tenebral, que también sería radionovela con su guion y su voz (además sería extra en algunas películas). Varias de ellas llegaron al cine, como en las adaptaciones que contaron con su propia mano en el guion (si bien diría que en el cine deshacían sus argumentos), como las cintas de 1949 Carta brava (Agustín Delgado) o Ventarrón (Chano Urueta). Desde 1952 tuvo su propia compañía editorial, conformando un enorme equipo de producción artística, en la que se concentró estrictamente en los argumentos, contratando dibujantes y formadores, aunque pintó muchas portadas. Su producción es tan amplia como su búsqueda de historias en todo tipo de fuentes, lo mismo fílmicas, que literarias, fonográficas, teatrales, etcétera.
Desde 1943 es que experimenta con el fotomontaje. Distintos investigadores y fuentes bibliográficas le otorgan paternidad conjunta de la técnica en México junto a Ramón Valdiosera, sin que ninguno coincidiera o se propusiera hacer una reforma técnica en la manufactura editorial. En su estudio mitos y monitos: Historietas y fotonovelas en México, Irene Herner apunta: “Se ha afirmado que la fotonovela es de origen italiano y data de 1947. Sin embargo, a principios de los años 40 encontramos fotomontajes hechos por mexicanos. Por ejemplo, Pókar de ases, de R. Valdiosera, en la historieta Pinocho (1943), Revancha, de José G. Cruz en Pinocho (1944). El investigador Armando Bartra les otorga el mismo crédito innovador antes de la concepción de los fummetti italianos.
El Enmascarado de Plata
José G. Cruz creó en 1951 Santo: El Enmascarado de Plata, haciendo un convenio con el luchador, quien ya despuntaba en los programas estelares del ensogado. El éxito fue monumental, convirtiendo al plateado en un personaje de primer orden en la historieta y más allá de ella. Como la estrella tenía una agenda saturada de compromisos en arenas y sets cinematográficos, José se vio obligado a sacar mejor partido de las sesiones fotográficas del ídolo, buscando mayor cantidad de angulaciones para dotar a las historias de diferentes estampas atléticas del héroe. Se sabe también que en ocasiones usó dobles para algunas poses, a las que sólo agregaba la careta del enmascarado, e incluso usó asistentes y asimismo para algunas gráficas con máscara puesta. Impresiones de material antiguo también pasaban por retoque de pincel o lápices para lucir diferentes y poder anexarse en nuevas historias. En ocasiones también lo pintaba por completo.
La fórmula buscó repetirse con figuras como Black Shadow, pero ninguna se acercaría a lo que logró con El Santo, quien lo mismo encaraba seres de ultratumba que amenazas alienígenas, bandas de traficantes, mafiosos de la lucha libre o asesinos urbanos. La estatura heroica del protagonista pasaba por la creación científica, la investigación y la invención. Esos argumentos no tendrían crédito de referencia, pero sin duda motivaron o influenciaron a gran parte de los guiones que desarrollaría el género fílmico del encordado al año siguiente de que Cruz hiciera el cómic de El Sant o.
Dueño de un ingenio sin par, Cruz fue capaz de mantener un equipo a punto para hacer historias que mantuvieran el interés de un mercado lector extendido a América Latina y Estados Unidos, con el récord de millón y medio de ejemplares a la semana, un tiraje monstruoso que ayudó al ramo editorial, pero también extendió su empuje a la lucha libre y al cine de luchadores. En los años 70, El Santo y José G. Cruz tuvieron diferencias, el luchador dejó la revista, buscó hacer la propia, y el editor buscó un relanzamiento del título original con el fisicoculturista Héctor Pliego portando careta con mismas aplicaciones, pero con una S
en la frente. Aunque G. Cruz había creado la frase El Enmascarado de Plata, el atleta ganó la querella en tribunales como profesional en el ring y primer personaje de la saga del cómic. Decepcionado, G. Cruz se fue a Estados Unidos, tras un agrio enfrentamiento. Probablemente ninguno hubiera sido tan grande sin el otro gracias a la historieta, pero las acusaciones de plagios, registros comerciales y hasta que el editor filtró gráficas del luchador sin tapa, no fueron el epílogo justo de su colaboración y de una publicación que sigue siendo objeto de culto.
Los argumentos fílmicos
Cuando se inauguró el género del cine de luchadores en 1952 con cuatro cintas, no podía faltar la mano de G. Cruz para producir uno de los argumentos: El Enmascarado de Plata (dirigida por René Cardona) fue el largometraje que contó con su mano, trabajando en conjunto con Ramón Obón. Se sabe que el de plata no pudo participar en la cinta, misma que estelarizó El médico asesino. También hizo trabajos para múltiples géneros y cintas populares como En los Altos de Jalisco (Chano Urueta, 1948), Cabaret Shangai (Juan Orol, 1950), además de la exitosa Manos de Seda (1950), estelarizada por David Silva y Rita Macedo, que coescribió con el director Chano Urueta. El mismo Orol hizo adaptaciones de la historieta Percal, con Cruz tras la máquina argumental de los largometrajes El infierno de los pobres, Hombres sin alma y Perdición de mujeres, de 1951.
Leyenda y exilio
José G. Cruz tenía 72 años cuando falleció en Los Ángeles, California, en 1980, seguro evocando las historietas que lanzó, y que ahora son materia de estudio y tesoro de coleccionistas. El tiempo sigue, pero cuando las páginas se abren, los personajes viven de nuevo, con el mismo paso acelerado con que él disfrutó el baile, la novela negra o la ciencia ficción. Aunque su obra es conocida en general, pocas veces figura como lo que fue: un creador definitivo de los medios de comunicación en México. José Buil hizo un homenaje especial a José G. Cruz en su estupenda cinta La leyenda de una máscara (1990), donde el periodista Olmo Robles (Damián Alcázar) hace la gran investigación sobre el encapuchado El Ángel Enmascarado (Héctor Bonilla), debiendo pasar por Juan J. Luna (Héctor Ortega, divertidísimo), quien catapultó al gladiador con su historieta. La referencia es natural, dando el merecido sitio preponderante al escritor, dibujante y editor.