n relato de ciencia ficción orientado a la comedia romántica y que culmina sin embargo en un sobrio drama sentimental, tal es la híbrida propuesta de El hombre perfecto ( Ich bin dein Mensch, 2021), tercer largometraje de ficción de la realizadora alemana Maria Schrader. Basada en un breve relato homónimo de la escritora Emma Braslavsky, la cinta relata las tribulaciones sentimentales de la joven arqueóloga Alma (Maren Eggert), interesada en descifrar hallazgos recientes en el museo Pérgamo en Berlín, y en participar, al mismo tiempo, en experimentos sobre el comportamiento humano a partir de la interacción de personas reales con robots humanoides. La acción se desarrolla en un futuro cercano, y esa misma indefinición temporal permite a los espectadores sentir que tecnologías muy avanzadas, incluso en extremo fantasiosas, le parezcan familiares, incluso banales, al alcance casi de la mano.
La experiencia en la que acepta participar Alma consiste en convivir por un breve tiempo al lado de un androide atractivo y treintañero de nombre Tom (Dan Stevens), diseñado para satisfacer las necesidades físicas y sentimentales de una típica mujer germana. Alma acepta el desafío, incluso el cliché de encarnar a la alemana clásica, en un momento delicado en que atraviesa por una profunda inestabilidad emocional, agravada por la separación de su antigua pareja y por la atención a los síntomas de demencia senil que manifiesta su padre. En esta situación anímica lo menos que necesita esta joven escéptica y pragmática, es tener frente a sí, en la mesa o en la cama, a un ente mecánico desprovisto por completo de cualquier otra señal de empatía humana que una eterna sonrisa ingenua, programada como todas sus demás reacciones para responder a las preguntas de Alma o a los enigmas que suele resolver con impecable eficiencia robótica.
Uno de los aspectos más interesantes que sugiere la cinta es la posibilidad de que el comportamiento de Tom, el encantador y a la vez frío robot humanoide, sea un reflejo del caracter metódico e impersonal de la propia Alma, quien a pesar de anhelar emociones espontáneas y genuinas por parte de sus compañeros de ocasión, parece a su vez incapaz de proporcionarlas de manera consecuente. Este cuestionamiento básico de su vida personal y de la calidad de sus relaciones afectivas, provoca en la joven arqueóloga un profundo desasosiego. Es aquí donde en lugar de una comedia romántica banal, que multiplicaría situaciones bufas de inversión de roles genéricos (el hombre perfecto sometido a la voluntad de una mujer súbitamente empoderada por la tecnología), tenemos una reflexión muy sutil y crítica sobre las dificultades en hombres y mujeres, por igual, para sostener interacciones estimulantes con sus parejas y poder transparentar con plena libertad todas sus emociones.
Maria Schrader, directora también de la miniserie No ortodoxa (2020, en Netflix) y de una interesante cinta, Stefan Zweig, adiós a Europa (2016), tiene aquí el primer acierto de elegir a Berlín como ciudad emblemática de un posible futuro de deshumanización urbana, muy a tono con los experimentos de robótica humanoide e inteligencia artificial que describe la cinta. Cabe asimismo destacar, en materia de casting, la elección de actores competentes que cumplen cabalmente con el propósito de dotar de complejidad emocional a los dos protagonistas centrales. La mejor sorpresa, sin embargo, es la estupenda participación de Sandra Hûller (recuérdese su actuación en Toni Erdmann, dirigida por Maren Ade en 2016), como la ejecutiva encargada de colocar a los robots humanoides –mascotas domésticas parlantes y pensantes– con los amos que mejor les correspondan. Desde las fantasías fetichistas de I love you (Marco Ferreri, 1986) donde un llavero con figura femenina obsesionaba eróticamente al protagonista interpretado por Christopher Lambert, hasta Ella ( Her, 2013), memorable extravagancia fantástica del estadunidense Spike Jonze, el tema de la gratificación virtual de emociones y apetitos humanos ha sido una veta dramática, y a menudo cómica, muy provocadora. El hombre perfecto representa ahora un punto intermedio entre aquella desmesura futurista y el encanto de una comedia romántica inteligente y, por fortuna, nada artificial.
Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía Loreto y en salas comerciales.