En el toreo todo puede cambiar, excepto la bravura que emociona y el torero que apasiona, afirma el aficionado Bruno Newman
Se me olvidan los nombres de ganaderías exigentes porque ya no las vemos y nadie las reclama, ni públicos ni toreros ni crítica ni autoridades. El descuido ha sido múltiple.Foto Archivo
os buenos aficionados, la gente sensible y pensante que asistimos a las plazas, no queremos que la fiesta esté en paz, sino que prevalezcan la pasión y los partidarismos a partir de la bravura de bestias y de hombres. En otra época he llorado, me he extasiado, he pitado y hasta me he peleado en las plazas porque había pasión, frenesí, exaltación. Sin bravura no puede haber pasión y tampoco fiesta. El espectáculo taurino necesita renovarse con inteligencia, no con oportunismo y antojos. Si las empresas no entienden que su principal producto es el toro bravo, no entienden nada, aunque sean amigos de los diestros que figuran, los otros corresponsables de la crisis actual de la fiesta, más predecible que nunca.”
Habla Bruno Newman, referente obligado de la comunicación institucional en México, del manejo de imagen, relaciones públicas y mercadotecnia. Una vez retirado de las diversas empresas que fundó y dirigió, Newman se puso a descansar haciendo adobes ya que a su arraigada afición al coleccionismo añade ser fundador y propietario del original Museo del Objeto del Objeto (MODO), en Colima 145, en la colonia Roma, con exposiciones diversas y un acervo de más de 150 mil piezas que documentan la vida cotidiana desde principios del siglo XIX hasta hoy.
Pero además, el hombre encabeza Leer nos incluye a Todos, es miembro de varios patronatos y consejos de otras tantas empresas, instituciones culturales, filantrópicas y asociaciones profesionales y, por si faltara, es escritor y editor de éxitos de librería como El Banquete de las Banquetas, Diálogos con Germán Dehesa, Las de Endenantes frases y palabras en desuso, Cómo ganar una elección o Responsabilidad social total, entre otros. Su colección incluye desde lápidas y angelitos de tumbas infantiles hasta casquillos de diferentes calibres con los cuales crear insospechados cuadros, pasando por lápices y plumas de épocas pretéritas.
“A la terquedad y descuidos de sucesivas empresas taurinas −abunda Bruno−, hay que añadir que ningún empresario ha hecho fila en la taquilla. Ahí empieza su grave distanciamiento con el público, la notable falta de empatía de los promotores con su cliente principal, el gran público, y cuando no hay empatía con este, identificación inteligente con sus expectativas, todo propósito de servicio brilla por su ausencia. Hago lo que se me pega la gana sin rigor de resultados y, si no te gusta no asistas, pero no me interesa mejorar mi oferta de espectáculo taurino, parecen decir.
Me da tristeza que aficionados de toda la vida hayan dejado de ir a la plaza porque ya no les resulta apasionante ni interesante lo que ven. El primer tercio se ha vuelto simulación de lo que fue y presagio de lo que viene. Casi se puede decir la película que vamos a ver. Desde luego nada es como antes y en el toreo todo ha ido cambiando, pero lo que no puede pervertirse es la bravura que emociona y el torero que apasiona. Si eso se desvirtúa, la fiesta de los toros pierde su sentido y la emoción es expulsada de las plazas. Se me olvidan los nombres de ganaderías exigentes porque ya no las vemos y nadie las reclama, ni públicos ni toreros ni crítica ni autoridades. El descuido ha sido múltiple. Ya son muchas temporadas en la Plaza México de carteles flojos y encierros mansos a partir de un criterio empresarial clasista, racista, exclusivista y maternalista. A la fiesta le urge asombro, misterio, personalidades y drama. No es una cuestión de edad, es falta de verdad tauromáquica
, concluye Bruno Newman con aire preocupado.