Espectros de pobreza en la capital colombiana
parecen como espectros al anochecer y tiran de carretas sobrecargadas por las calles de Bogotá en busca de la basura de otros, la cual alivia su pobreza.
Abriéndose paso entre el tráfico, los recicladores recorren barrios acomodados de la capital colombiana para escudriñar entre los cubos unos pocos residuos que acumulan a cambio de un puñado de dinero.
Son un ejército de hombres, mujeres y a veces niños en la miseria, muchos de ellos migrantes de la vecina Venezuela. Jalan enormes cajones de madera sobre dos ruedas y son la cara de la pobreza que los candidatos presidenciales del 29 de mayo prometieron combatir en uno de los países más desiguales del mundo.
Distanciados en un abanico de problemas que aquejan a esa nación, los aspirantes de diversas corrientes coincidieron en denunciar una pobreza enconada en Colombia (39 por ciento), así como la informalidad, que según cifras oficiales, afecta a 43.5 de los 50 millones de habitantes.
Con sombrero negro y sonrisa lozana, Jesús María Pérez, de 52 años, recoge residuos en la calles. Dejó Venezuela, donde era cocinero, y lleva cinco años malviviendo en Colombia. Esta vida es dura, pero es mi única opción para sobrevivir... No tengo papeles que me permitan tener un trabajo formal
, confiesa.
Recogiendo plásticos, botellas de vidrio y cartones, lucha por recaudar unos pesos que cubran lo esencial. Entre el alquiler de su cuarto en una pensión y el costo de aparcar su carreta, apenas le queda un cuarto de dólar para la comida. Vende caramelos para compensar.
No alcanzan para comer...
, reniega el hombre que abandonó su país debido a la inflación disparada en la alicaída potencia petrolera.
Para arrastrar la carreta usa sus brazos, pues a partir de 2014 las autoridades prohíben el uso de burros o caballos en esta actividad.
Es habitual encontrarse con familias enteras. Los padres rebuscan en la basura y los niños esperan sobre el vehículo. Bogotá produce cada día 7 mil 500 toneladas de residuos, de los cuales 16 por ciento se reciclan.
Tras varios kilómetros, Jesús hace una última parada frente a un moderno edificio del centro de Bogotá para clasificar la basura de un contenedor.
Los residuos que recolecta irán a parar a pocos kilómetros de allí, al almacén
, un complejo maloliente bajo techo repleto de papel, plástico y vidrio amontonado.
Martha Muñoz, la dueña del local, hace el papel de intermediaria entre los recicladores, muchos de ellos indigentes, y las grandes estaciones de clasificación de basura.
Afp