Cultura
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Jóvenes creadores, sin oportunidades
L

os estudiantes, en su mayoría universitarios y preparatorianos, ya conocen el camino y suelen llegar a mi casa con facilidad. Acostumbran presentarse sin aviso al caer la tarde porque saben que Martina les abrirá la puerta después de gritarme: Vinieron unos muchachos. Lydia Leija, Elizabeth Fuerte, Fernando Montes de Oca y Rodrigo Ortega se acomodan como mejor pueden en la sala en la que apenas caben cinco personas, y sonríen. Lydia Leija estudia lingüística, escribe sobre arte, feminismo y temas de actualidad. Elizabeth Fuerte es pedagoga e investigadora; diserta sobre artes plásticas mexicanas. Fernando Montes de Oca es fotógrafo, pintor y gestor cultural. Rodrigo Ortega es artista plástico y escritor y entre los cuatro conforman el colectivo Tliltototl.

Lydia, Fernando y Rodrigo dirigieron los documentales ¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Voces del 68, en 2018, y Tierra fértil: Retrato de Rina Lazo, en 2019. Ambas películas son excelentes. Actualmente, trabajan en una serie sobre la vida y obra del pintor y grabador Arturo Estrada, miembro del Taller de Gráfica Popular, quien ya cumplió 99 años.

–¿Cómo se les ocurrió regresar a esta época de la cultura mexicana que a muchos ya no interesa?

Rodrigo: Sentimos que como gente joven nos hace falta identidad, nos ha faltado tener algo en qué creer. Voltear hacia el pasado y ver la época en que los artistas luchaban por una causa y tenían muy claros sus ideales nos motiva a actuar.

Fernando: Sucede que nos enfrentamos al pasado y nos da curiosidad saber qué estamos viendo. Por ejemplo, pasamos por las estaciones que recorre el Metro y en los muros de la estación Bellas Artes vemos pintados a unos músicos mayas tomados de los murales de Bonampak y nos preguntamos: ¿Quién hizo éstas imágenes? Cuando uno tiene esa motivación de la curiosidad empiezan a suceder las cosas. Descubrimos que existió esta etapa sensacional del arte en México y empezamos a indagar: ¿Quiénes fueron y qué perseguían? Investigamos y nos salta a la cara el nombre de Rina Lazo, y descubrimos que era ayudante de Diego Rivera y una mujer con gran sentido social, al lado de Arturo Bustos, su esposo, miembro del Taller de Gráfica Popular.

Lydia: Nos hemos dado cuenta de que las nuevas generaciones sólo miran al futuro, no se molestan en ver hacia atrás. Queremos reconocer nuestra herencia, ya sea para rechazarla o para hacerla nuestra. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Queremos saber qué hubo antes de nosotros para saber qué puede haber después. Por otro lado, el arte se está volviendo cada vez más elitista. Para nosotros es casi imposible acceder al arte como espectadores y como artistas.

–¿Se refieren a las galerías de la Zona Rosa?

Lydia: Claro, sabemos que tenemos oportunidades, pintamos, escribimos, pero hay jóvenes que no han podido llegar a la universidad, como nosotros. Antes, en tiempos del Taller de Gráfica Popular, el arte aparecía en los muros del centro; con salir a la calle te encontrabas con un grabado de Leopoldo Méndez, de Alberto Beltrán, de Andrea Gómez. Todo ese arte popular y callejero se ha perdido. Las corrientes contemporáneas te llevan al encierro de una galería en la que los precios de la obra están a la vista. ¡Y nos espantan!

El arte es para todos, no sólo para quienes pueden entrar a una galería.

–¿Cómo se enteran ustedes de la inauguración de una exposición o de una obra de teatro? ¿A través de un noticiero cultural, de un periódico, de una revista?

Elizabeth: La Revista de la Universidad es, evidentemente, muy elitista.

–Perdón, Elizabeth, pero me parece una revista tan excelente como en la época en que la dirigía Jaime García Terrés con José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Juan García Ponce...

–Sí, es buena pero no hay tanta apertura para nosotros. Vemos los nombres de los ya reconocidos. Lo que hace falta es una apertura mayor a los jóvenes y al público en general. En la primera mitad del siglo XX, sí hubo un proyecto en el que la cultura, la historia y la educación resultaron fundamentales. José Vasconcelos logró vincular a la sociedad con el conocimiento, el arte, la cultura. No dudo que actualmente se estén generando ese tipo de proyectos, pero siento que tendría que haber mayor apertura a las nuevas generaciones y a sus propuestas.

Hace años que leemos los mismos textos de los mismos autores, el mismo tipo de historia de bronce. ¿A qué me refiero con ello? Nos entregan ya digerido lo que el gobierno quiere que aprendamos.

–¿Por qué no proponen a nuevos autores, pintores, grabadores entre ustedes mismos?

Fernando: No es que falten jóvenes autores, lo que ocurre es que cuesta mucho trabajo darnos a conocer por la falta de difusión. El compañero Rodrigo escribió unos cuentos maravillosos que valdría la pena leer y no logra publicarlos. No es por falta de ganas, es que llegar a las altas esferas de editoriales, periódicos y revistas es imposible sin un padrino. Tanto el apadrinamiento como la apertura de una buena editorial son inalcanzables para un joven autor.

–¿Han concursado?

–Sí, y las autoridades culturales, que podrían darte una palmadita o un apoyo, no se abren ni oyen, y mucho menos nos dan espacio. Cuando eres joven quieres que alguien te dé algún norte, un consejo, que te diga qué te falta, que te muestre el camino. Quienes tienen un nombre ya no te voltean a ver. A veces sólo necesitas que revisen tu trabajo para orientarte, pero los famosos ni siquiera aceptan recibirlo. No soy crítico. No tengo tiempo. Busque a otra persona. Te dan la espalda o de plano te mandan a volar.

–Fernando, en mi época Octavio Paz, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Rosario Castellanos fueron muy accesibles, muy generosos. ¿A quiénes recurren ustedes?

Fernando: Es complicado llegar a los que aún viven... Tampoco hay instituciones que apoyen. Y cuando llegas, no recibes una respuesta satisfactoria, ni la certeza de que han leído tu texto. Si aceptan ver tu fólder o los bocetos y hasta el óleo que pintaste, no hay respuesta. Por eso buscamos una palanca. Hemos acudido a todas las convocatorias, concursos y bienales, pero el jurado escoge a sus amigos o a los hijos de sus amigos.

–¿Son indispensables las recomendaciones?

–Sí, y nosotros no conocemos a nadie... Nos volcamos mucho al pasado para tener una buena cimentación, una raíz. Los jóvenes necesitamos ver lo que se hacía antes para entender lo que vamos a hacer ahora. Documentamos las artes en un momento histórico de México y vimos que en la época posrevolucionaria (de los años 20 a los 50) no sólo los muralistas tuvieron oportunidad de viajar al extranjero, sino hasta Los Fridos, pero ahora los jóvenes de hoy no tienen nada.

–Mi percepción, Fernando, es que ahora hay mucho más que antes. La Secretaría de Cultura, la UNAM, la UAM, el Politécnico, el Inbal y otros abren sus puertas... Son más generosos que nunca...

Rodrigo: Hace años, hablamos con Felguérez y con Vicente Rojo, ambos muy amables, pero sin herramientas para permitirnos difundir nuestro trabajo. Por tanto, en lo que se refiere a pintura, después de Cuevas, Felguérez y Rojo ya casi no han salido creadores y quienes antes triunfaron se empiezan a morir. No son ellos (los pintores consagrados o los best sellers) quienes abren la puerta porque no tienen la llave. Lo difícil es acceder a galerías y a editoriales. No hay críticos de arte ni críticos de literatura, no hay nada.

Lydia: Nos miran hacia abajo y sólo se enfocan en los consagrados. Ningún crítico literario lee nuestros manuscritos...

Fernando: Tal vez los consagrados o que ya la hicieron abracen a los que no tienen acceso a galerías, pero jóvenes como nosotros, sin contactos, sin visibilización, no tenemos posibilidad de darnos a conocer...

–¿Ni con las redes sociales?

–El problema es que todo es negocio. Para que te conozcan hay que invertir. Puedes escoger la vía de la autogestión; juntar a amigos con un interés similar y hacer un proyecto, pero sin luz verde, mejor morir.