n el andar de los 37 años del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria OP AC, la Escuela para Personas Jóvenes Defensoras de Derechos Humanos, La Escuelita, ha sido un proyecto fundamental para reflexionar sobre la importancia de la educación popular como herramienta emancipadora y libertaria en la defensa de la dignidad humana. Después de haberse imaginado y proyectado por el equipo del Centro, este espacio se empezó a construir en 2002, poniendo especial interés en convocar a juventudes interesadas en el ejercicio digno de sus derechos y en abonar a las diversas luchas de nuestro país. Uno de los pilares de este proceso ha sido la perspectiva de juventudes, que intencionalmente ha nutrido este camino.
Los retos que se han enfrentado han sido variados: entretejer un diálogo intergeneracional que impulsa a reflexionar sobre las dinámicas asimétricas que los rasgos etarios imponen; sensibilizar ante las transformaciones de los contextos y realidades de las corporalidades de diversas juventudes, y reflexionar sobre lo que esto implica en el presente. ¿Cuál es el papel de las juventudes en los territorios y en las luchas que se enfrentan? Hoy es más que indispensable recordar que los cambios generacionales también corresponden a las transformaciones sociales. Y, por ello, el proyecto ha apostado por consolidar en evolución constante metodologías de educación popular, encaminadas a contribuir en la construcción desde abajo de aquellos otros mundos posibles que el propio espacio obliga a impulsar.
Se busca comprender a los movimientos sociales como pedagogías emancipadoras, y, por tanto, se entiende a La Escuelita como un proceso vivo, cambiante, y que responde a las necesidades de quienes lo construyen, generación tras generación. Es menester agradecer a cada persona que ha construido con el centro este proyecto político y pedagógico: a quienes desde el cariño construyen cada sesión, a quienes con solidaridad exponen sus experiencias y conocimientos, y a quienes miran este proceso como necesario. El centro seguirá refrendando su compromiso de caminar con las juventudes, quienes desde una mirada crítica se disponen a apropiarse de herramientas, como los derechos humanos, para la construcción de horizontes esperanzadores que coloquen la dignidad de sus comunidades en el centro. Iniciativas como ésta siguen siendo urgentes, en medio de un contexto minado por intentos de privatizar y explotar los bienes comunes y territorios, así como por crisis de derechos humanos enmarcadas, sin duda, en la crisis de la civilización occidental.
La generación y fortalecimiento de espacios de formación política se vuelve cada vez más una necesidad primordial para seguir contribuyendo a la continuidad de proyectos emancipatorios y al acompañamiento de los movimientos sociales que luchan por buscar justicia y hacer real la vigencia y el goce de los derechos humanos para todas y todos. La Escuelita ha permitido, igualmente, en un anhelo sostenido por una vida digna, reconocerse en los procesos colectivos y relatos de esperanza que se entretejen desde las diferentes disidencias y resistencias. Para protestar y denunciar al unísono, para apoyarse, defenderse y protegerse. Como la propia experiencia de La Escuelita de Derechos Humanos nos deja ver, son sobre todo las mujeres, las personas jóvenes y las voces de distintas disidencias, quienes dan vida desde abajo a los procesos emancipatorios, para hacer frente a los sistemas de dominación que se enfrentan. Son estos procesos en red, basados en el afecto, la defensa, la resistencia y la construcción de alternativas, los que auxilian en la liberación y transformación colectiva.
Hoy, situados en la generación 20 de La Escuelita, se tiene la oportunidad de compartir esta experiencia formativa, profundamente ligada al trabajo en los territorios, desde los cuales se han entretejido redes de colaboración para seguir nutriendo el trabajo que el Centro Vitoria realiza con su compromiso político de aportar a las luchas sociales, y desbaratar las opresiones. Nombramos a las disidencias sexuales, a las feministas en el norte, a las y los defensores de los territorios en el sur. A quienes en sus espacios reflexionan sobre sus masculinidades, a quienes visibilizan sus corporalidades disruptoras, a las juventudes que buscan a sus familiares, a las y los educadores populares que caminan acompañando a las, les y los estudiantes que, como principio rector, sostienen que el conocimiento es para y desde la sociedad. A quienes han transitado por la Escuela para Personas Jóvenes Defensoras de Derechos Humanos: gracias por permitir acompañarles. El centro se sostiene y camina junto con ellos. Como el resto del trabajo realizado por el centro, esta actividad se realiza año con año sin fines de lucro, por lo que necesita del apoyo de la sociedad para mantener sus alcances. Se puede contribuir al proceso visitando el sitio web, derechoshumanos.org.mx/apoya/