Lunes 2 de mayo de 2022, p. 9
Transcurrieron casi 75 años para que Bronislaw Zajbert pudiera escribir sobre sus vivencias en el gueto de Lodz, el segundo más grande de Polonia y uno de los más herméticos de los establecidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, donde se estima que de los más de 200 mil judíos que fueron encerrados, sólo sobrevivieron alrededor de 877.
Ahora, con casi 90 años –el pasado 18 de abril cumplió 89–, las comparte en el libro Mi nombre es Broni, publicado por Debate. Se trata de un recuento en carne viva de cómo logró sobrevivir al Holocausto en ese gueto, al cual fue recluido junto con sus padres y hermano por el ejército alemán desde que tenía seis y hasta los 12 años, de 1940 a 1945.
Es un relato sin adjetivos sobre lo más sublime y miserable de la naturaleza humana, cuyas incidencias se prolongan a las vicisitudes y los lugares del mundo que el autor debió recorrer hasta asentarse en México, en 1960, donde formó una familia. De todo ello habla Bronislaw Zajbert en entrevista con La Jornada.
–¿Qué tan difícil y doloroso fue escribir estas memorias?
–Originalmente, diferentes organizaciones o escuelas me pedían que les contara algo de mi vivencia durante la Segunda Guerra Mundial. Yo lo hacía y sí me costaba trabajo recordar. Con el tiempo me acostumbré a revivirlo sin tanto dolor ni preocupación. Cuando decidí por fin escribirlo, ya no fue tan doloroso, porque es una memoria que, aunque no pienso en eso todo el tiempo, siempre la tengo en la cabeza; en mí hay sucesos, colores, cosas que me recuerdan aquel tiempo. Entonces, ya se me hizo más fácil escribirlo. Comencé este libro hace varios años, pero ninguno de esos intentos resultó a mi gusto. Finalmente, hace dos años, con la ayuda más organizada de dos profesoras, logré hacerlo.
–¿Cuál es su objetivo de publicarlo?
–En principio, transmitir lo que sucede cuando una nación o alguien como Hitler decide conquistar el mundo y matar a los que considera diferentes. Es un peligro que siempre existe, lo vemos a través de la historia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora, en la cantidad de guerras menores que han existido y en las que se han repetido, quizá no en esa forma tan organizada, las matanzas y los odios. Si más gente se da cuenta de lo que puede pasar, quizá se logre evitar un futuro horror como el Holocausto.
Sin deseo de venganza
–¿Hay en usted resentimiento u odio por ese episodio histórico?
–No, pero sí algo de dolor cuando recuerdo algunos sucesos o personas que fallecieron. No guardo resentimientos ni odios. Al correr del tiempo me di cuenta de que era inútil y al único que hacía daño con el odio era a mí mismo; me estaba amargando, enfermando, al odiar a cierta gente. Decidí dejar eso de lado; sí recordar que fue terrible, pero quitarle el deseo de venganza.
–¿Cuál es su sentir hacia Alemania y los alemanes?
–Me he topado con alemanes en diferentes ocasiones, pero, en primer lugar, son hijos o nietos de aquella gente que nos martirizó o asesinó. No creo que tengan culpa por lo que hicieron sus antecesores.
–¿En los años de la guerra había conciencia en el gueto del trágico destino que les esperaba?
–No, sobre todo en el gueto de Lodz, el segundo en tamaño después del de Varsovia, pero era el más hermético, donde menos se sabía qué pasaba. Estaba rodeado con alambre de púas, tablas de madera y guardias alemanes; nunca se supo nada durante el tiempo que estuvimos encerrados. Los alemanes se llevaban a la gente y nos decían que iban a otro lugar de trabajo. Nos enteramos de los campos de concentración días después de la liberación.
–¿Renegó de sus creencias religiosas mientras estuvo en el gueto?
–A mi corta edad no tenía aún muchas creencias religiosas; sabía quién era, pero no lo practicaba. Durante la guerra, no había forma de practicar la religión, estaba todo prohibido. Si me pregunta si creo en la existencia de Dios, mi respuesta es no. A mucha gente le sorprende esa contestación y trata de hacerme ver que fue gracias a Dios que mi familia y yo nos salvamos, pero yo les respondo que si voy a creer que fue gracias a él que me salvé, debo creer que fue también debido a él que 6 millones de judíos murieron en el Holocausto. Y como no lo voy a culpar de algo que no es su culpa, tampoco puedo darle crédito por algo que no es su mérito.
–¿Aprendió algo la humanidad de ese trágico episodio?
–Tristemente, creo que no ha aprendido, porque a cada rato vemos que en alguna parte del mundo existe algo, si no igual, si no tan organizado, sí muy parecido; existen la discriminación y las matanzas.
El mundo no ha aprendido de la historia; la mejor forma de no repetir nuestros errores es conocerla. El mundo conoce qué pasó, no por mi libro ni los otros cientos que existen, tampoco por las películas, sino por la historia en sí. El mundo conoce, sabe, pero no aprende; es algo muy triste.