argado el horizonte por nubarrones oscuros del de-sempeño económico, ahora se une la (mala) política en un garrapateo del mañana francamente desalentador. No se trata solamente de interpretaciones varias y fallidas, al gusto del emisor, sino de tendencias relativamente firmes que nos hablan de un desaliento, por calificarlo de algún modo, en las decisiones de invertir, producir y emplear. También de ominosas expectativas para el mediano plazo financiero dentro del cual se definirá la sucesión presidencial de 2024.
Desde luego, no somos ninguna excepción, pero en nuestros terrenos sobresalen los signos negativos en y entre las bases productivas donde se tejen los tiempos presentes del empleo, el consumo y de los mercados financieros; donde, conviene rei-terar, se van urdiendo las grandes y las pequeñas olas de toda economía política.
Cuando las informaciones sobre panoramas desalentadores predominan y el mutismo gubernamental se instala, se alejan todo tipo de lucubraciones en el sentido de que en los altos mandos del Estado se cuente con otros datos que contrarresten los malos augurios. A medida que los días se vuelven presentes continuos, configurando un ominoso cuasi estancamiento secular, las varitas de esperanza devienen carnaval de frustraciones y, peor aún, desaliento difundido a todo lo largo de nuestra estructura social, donde se definen y redefinen nuestras disposiciones a la cooperación y el intercambio político deliberativo, fuente y matraz de toda democracia o, por el contrario, se atizan hogueras de la hostilidad y el pesimismo, descalificaciones y menosprecios.
Por ahora nuestra cohesión social no tiene precisamente las mejores notas y las agresiones del gobierno contra sus opositores, recientemente redobladas con un remedo de acoso fascistoide orquestado por el presidente del partido gobernante, han introducido un entorno de temor en las diferentes esferas de la opinión y las posiciones políticas. Ambiente que es fruto de percepciones y sospechas paranoides, ámbitos nefastos donde las otras voces
, diría Truman Capote, pueden volverse ruido y furia.
Un escenario así, sometido desde ya a otro donde reinan el desprecio abierto por las leyes y las personas y el cotidiano ejercicio de la violencia, anuncia el reinado de la selva y del más fuerte. Una circunstancia desconocida para la mayoría de los mexicanos.
El retorno del lejano oeste a latitudes mexicanas no era esperado ni promovido, menos en estos años de celebración democrática, pero ya está aquí. Sólo faltan los hombres de a caballo con algún marshall a la cabeza y revólver a la cintura, para que adquiera fuerza el escenario de demolición de una república no tan sólida como suponíamos. Los candidatos a ocupar esos cargos y presumir esas “estrellas, ya están en fila con los pelotones al servicio de los poderes locales que, a final de cuentas, saben acomodarse con quien manda.
Frente a la pobreza política mostrada con tanta bravata y amenaza desde el poder constituido, redoblemos esfuerzos para seguir tejiendo una república buena, de leyes y ciudadanos dispuestos a escucharse, exponer sus posturas, respetar las diferencias y andar juntos.