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Ver día anteriorMartes 5 de abril de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desglobalización y militarización
L

os hechos brutales de la guerra continúan, la oprobiosa propaganda de Occidente (el relato de la guerra según los intereses de las oligarquías) sigue su curso sin freno ni pudor. A la par, esos intereses van trazando los trayectos que configuran un nuevo mundo, sin que haya una fuerza popular organizada capaz de incidir en esa ruta. Y el discurso se renueva: Estados Unidos (EU) está dejando atrás la prédica de un mundo liberal contra el otro iliberal que debía redimir, y ahora se trata de lasdemocracias versus las autocracias; aunque no se trata de meterlas al redil, sino de combatirlas. Biden dio línea al mundo desarrollado y sus apéndices, con su discurso de Varsovia: ¿Quién prevalecerá? ¿Prevalecerán las democracias? ¿O prevalecerán las autocracias? China y Rusia son los enemigos a vencer. Todo cantado.

Así, la globalización neoliberal entró en agonía: tenderá a ser dividida en al menos esas dos partes contrapuestas, y para EU y su entraña belicista, esa partición exige la militarización de las democracias. Con las armas en vilo ha empezado el adiós a la mayor urgencia global anterior a la pandemia covid-19 y a la guerra en curso: los programas contra el devastador cambio climático.

Veremos empeorar los indicadores sobre la desigualdad, la descarbonización, la biodiversidad, la investigación científica, la cultura, las relaciones internacionales… Los 17 objetivos 2030 del desarrollo sostenible fueron convertidos en una mueca trágica sin sentido: fin de la pobreza; hambre cero; salud y bienestar; educación y calidad; igualdad de género; agua limpia y saneamiento; energía asequible y no contaminante; trabajo decente y crecimiento económico; industria, innovación e infraestructura; ciudades y comunidades sostenibles; producción y consumo responsable; acción por el clima; vida submarina; vida de ecosistemas terrestres; paz, justicia, e instituciones sólidas, y alianzas para lograr los objetivos. Larry Fink, consejero delegado de BlackRock, la mayor firma de inversión del mundo, dijo el pasado 28 de marzo: La invasión rusa de Ucrania ha puesto fin a la globalización que hemos vivido en las últimas tres décadas.

Veremos una irracionalidad mayor a la que de suyo comporta el capitalismo. Separar al menos en dos cotos al mundo globalizado no será tarea fácil, sólo de ver la colosal infraestructura global creada durante los últimos 40 años. El desperdicio a mares de recursos se advierte ya en todas las líneas productivas de alcance global.

Más aún, como advierte Marco d’Eramo en New Left Review, la globalización tenía como base una certidumbre y una garantía: no habría élites nacionales sino una élite global única. Fue una suerte de pacto global que cautivó a los ricos de todos los rincones del planeta, sometidos totalmente, como habían estado, al bastón de mando de la cabeza imperial. La globalización presentó a las élites provincianas de aquí y allá, un espejismo: “El fin de su sumisión, su asimilación a la única fuerza dominante del planeta. Bajo el régimen de la globalización, un magnate de cualquier país que comprara una casa en Londres o abriera una cuenta bancaria en Nueva York podía esperar que sus activos estuvieran seguros, independientemente de las fluctuaciones de la diplomacia mundial. El lema era ‘multimillonarios del mundo uníos’ (bajo una única patria trasnacional): una ilusión que… ha quedado al descubierto con la crisis de Ucrania”.

Estados Unidos está preparándose para una economía de guerra permanente, dice Michael T. Klare en The Nation. El presupuesto militar de Biden para 2023 es de vértigo: 813 mil millones de dólares. Y la decisión de recurrir a las reservas estratégicas de petróleo –un millón de barriles diarios durante los próximos seis meses– es inherente a un estado de guerra. El italiano Matteo Bortolon escribió en Il Manifesto: La asombrosa subordinación actual de los países de la Unión Europea (UE) a la línea de EU en relación con la guerra de Ucrania, sin una sombra de autonomía estratégica, sólo puede explicarse por rasgos estructurales que son difíciles de atribuir a la mera incompetencia, miopía y obtusidad de la oligarquía de la UE. Bortolon avisa: “Los fondos de la UE tienen nombres poco conocidos: PADR (Acción Preparatoria de Investigación en Defensa), EDIDP (Programa Europeo de Desarrollo Industrial de la Defensa), PESCO (Cooperación Estructurada Permanente) y EDF (Fondo Europeo de Defensa), y a partir de marzo de 2021 EPF (Fondo Europeo de Paz)…” Como siempre, la guerra produce ganancias sin cuento a los señores de las armas: un reciente informe del Transnational Institute muestra cómo los fondos PADR y EDIDP han vertido unos 600 millones de euros en un número muy reducido de fabricantes de armas vinculados a los mayores Estados de la UE: Francia, Alemania, Italia y España, permitiéndoles producir y exportar tecnología y sistemas de armamento.

Muchos escollos hay aún para analizar. Es preciso defenderse del alud que viene.