os negociadores rusos y ucranios se mostraron satisfechos con los avances logrados el martes en su encuentro en Estambul, y coincidieron en que sentaron las bases para un posible acuerdo que ponga fin a la guerra. El representante de Moscú afirmó que Kiev está dispuesta a renunciar a ingresar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a instalar bases extranjeras en su territorio y a desplegar armamento ofensivo que pudiera ser considerado por Rusia como una amenaza –es decir, a asumir un estatus de neutralidad–, siempre y cuando los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y cinco países más garanticen que no será agredida por nadie. Del otro lado, el jefe de los negociadores ucranios informó como conclusiones preliminares el planteamiento de garantías jurídicas que aseguran un nuevo perfil de seguridad para su país (análogo del artículo quinto de la OTAN
), el regreso de la problemática de Crimea a la agenda de conversaciones, la confirmación de la existencia y viabilidad del Estado ucranio, y el comienzo de la revisión de los principios globales de la seguridad y del papel de las instituciones.
Las declaraciones de las partes dejan entrever la enorme complejidad de los diálogos que tienen lugar en la capital turca, así como todo lo que queda por delante para alcanzar un acuerdo aceptable y asumible para ambas. El primer punto que augura dificultades de muy difícil resolución es el referido al futuro de la península de Crimea, que para los rusos forma ya parte inseparable de su territorio, mientras para los ucranios no hay otra posibilidad que la restitución de las fronteras a su situación previa a 2014. En este mismo plano territorial, habrá de acordarse el estatuto de las regiones separatistas de Donietsk y Lugansk, a las que Moscú ya reconoció como repúblicas independientes, pero Kiev entiende plenamente sujetas a su soberanía. Acaso la salida a esta espinosa cuestión pase por reconfigurar al Estado ucranio como una confederación que otorgue una amplia autonomía a estas entidades, como se había propuesto en el formato de Minsk, pero un arreglo de este tipo requiere tanto de un desafiante rediseño institucional como de consultas populares.
Para colmo, en esta fase del conflicto tanto el gobierno del presidente Vladimir Putin como el de su homólogo Volodymir Zelensky reciben presiones internas de grupos que no contemplan otro escenario que la victoria total y la rendición incondicional del enemigo, postura odiosa pero comprensible cuando la propaganda bélica ha intoxicado los ánimos ciudadanos y generado un ambiente patriotero que será arduo desactivar. Por si estos obstáculos no fueran suficientes, hay que añadir el nefasto papel jugado por Occidente, y en particular por Estados Unidos, que no ha dejado de complicar cualquier resquicio para una salida negociada y que trabaja activamente por la continuidad de la guerra, en beneficio de su industria armamentista, pero también de su capacidad para mantener a sus aliados europeos supeditados a su voluntad.
Ante las perspectivas abiertas para la paz, sólo cabe esperar que Washington se resigne a ver truncados sus negocios y su influencia en aras de un acuerdo que es urgente para el resto del mundo, y que resulta impostergable para poner fuera de peligro las vidas de los millones de civiles que nada tienen que ver en el rejuego entre potencias.
Por error se publicó ayer en este espacio que los consejeros electorales del Instituto Nacional Electoral son designados por el Senado, facultad que en realidad corresponde a la Cámara de Diputados.