spaña perdió hace mucho tiempo su imperio, aunque no dejará de tener responsabilidades como potencia colonial, hasta que se decida el futuro de su antigua colonia del Sahara Occidental (SO). Hogar del pueblo saharaui y cuna del prestigioso Frente Polisario, el SO tiene hoy ocupada la mayor parte de su territorio por Marruecos, simplemente por no haberlo defendido Madrid, su deber de Estado miembro de la ONU. Esa conducta hoy llega al extremo de que el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, acaba de anunciar que apoyará a Marruecos en su vieja propuesta de no conceder la independencia al SO, sino una autonomía que lo convertiría en otra provincia del reino alahuita. Las élites del Estado español –como casi todas las de Europa occidental, tengan o no colonias– conservan el espíritu colonialista y unas ínfulas de poder y riqueza que, particularmente en el caso ibérico, no van acordes con el grado de desarrollo capitalista que ha alcanzado y mucho menos con su bochornoso papel de achichincle del decadente imperialismo de Estados Unidos (EU). Aunque esta condición es hoy válida para los países europeos miembros de la OTAN, que, sin apenas excepciones, han sido cómplices desde hace décadas, o se han sumado posteriormente, a la provocadora y anti-rusa expansión de la alianza hacia el este promovida por Washington. El silencio, la subestimación y abiertas provocaciones anti-rusas fueron la respuesta de Estados Unidos y sus socios europeos a los reiterados reclamos de Moscú por recibir garantías de seguridad de la OTAN dentro de un régimen colectivo de seguridad europeo. Perversa conducta mantenida inalterable, que ante el creciente riesgo de ingreso de Ucrania a la alianza occidental, terminó por colocar a Rusia en una situación límite. Como se ha explicado ya en este espacio, la desgraciada consecuencia fue el ataque de Moscú a su gran vecino eslavo sureño, verdadero nido de frenéticas pandillas neonazis con creciente influencia en el gobierno de Kiev. Las crisis históricas de gran calado global suelen hacer que caigan máscaras y salgan a flote conductas que en otro momento no habrían pasado de intenciones o de la etapa embrionaria. En este contexto se inserta la voltereta del gobierno socialista
de Pedro Sánchez respecto al SO, realizada a espaldas de sus socios de coalición de Podemos, que la han censurado claramente, y bajo la crítica de todas las fuerzas políticas del Estado. Una actitud burda y servil, dirigida a desactivar la válvula migratoria con que Marruecos chantajea periódicamente a Madrid, mediante el estímulo a traspasar las altas bardas de alambre espinoso de Ceuta y Melilla. Pero también, cómo no, a complacer a Washington, estrecho aliado del monarca marroquí, cuyo interés geopolítico en el norte de África y, por tanto, en apuntalar a Mohamed VI, se ha elevado mucho en la medida en que una creciente influencia rusa está de regreso en el ámbito africano y, sobre todo, la muy sistemática y robusta de China.
España, como potencia colonial, tiene la responsabilidad, de acuerdo con el derecho internacional, de propiciar un referendo en que los habitantes del SO se pronuncien por el estatus futuro que desean. En este caso, sería la independencia o formar parte de Marruecos, opción ésta impensable por parte de los saharahuis. No en balde Rabat se opone categóricamente a la realización de la consulta luego de décadas de darle largas con todos los pretextos imaginables. Pero Madrid, pese a sus declaraciones, nunca demostró tampoco la más mínima voluntad política de defender los derechos del pueblo saharaui, causas que han llevado a éste a retomar la lucha armada. En reiteradas ocasiones, tanto Juan Carlos de Borbón, en su condición de jefe de Estado provisional durante la agonía de Franco, como el ex jefe del gobierno Felipe González y sus sucesores incumplieron la promesa de defender el derecho del pueblo sarahui a decidir su futuro y fueron complacientes con Rabat.
Hoy, es el anuncio del gobierno de Sánchez de apoyar la autonomía del Sahara Occidental, que con esa fórmula seguiría formando parte de Marruecos y no tendría competencias en política exterior, seguridad y defensa. Una verdadera burla, contraria a todas las resoluciones de la Asamblea General de la ONU encaminadas a consagrar el derecho saharahui a la autodeterminación.
Pero, también señal de la insondable crisis capitalista, hace unos días, se trató de la renuncia de casi toda Europa al mínimo de independencia que podía conservar ante Washington, al sumarse ciegamente al carro belicista contra Rusia y enajenarse, por propia voluntad, toda posibilidad de desempeñar un papel constructivo para evitar que la larga guerra multidimensional de EU/OTAN contra Rusia se desbordara en cruentas acciones militares dentro del teatro ucranio. Situación que lleva en sus entrañas, tal vez como nunca antes, la amenaza de una guerra nuclear.
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