Los restos que se hallaron durante la construcción del aeropuerto datan de entre 30 mil y 11 mil 700 años // Ya está listo para recibir visitantes
La escritora nicaragüense comparte en entrevista que se siente descolocada y triste
por tener que salir de su país, perseguida por el régimen represor de Daniel Ortega
No tengo donde vivir.
Escogí las palabras.
Allá quedan mis libros,
mi casa, el jardín, sus colibríes.
Las palmeras enormes,
las apodadas Bismarck
por su aspecto imponente.
No tengo donde vivir.
Escogí las palabras.
Hablar por los que callan,
entender esas rabias
que no tienen remedio.
Se cerraron las puertas.
Dejé los muebles blancos,
la terraza donde bailan volcanes a lo lejos,
el lago con su piel fosforescente,
la noche afuera y sus colorines trastocados.
Me fui con las palabras bajo el brazo.
Ellas son mi delito, mi pecado,
ni Dios me haría tragármelas de nuevo.
Allí quedan mis perros Macondo y
Caramelo,
sus perfiles tan dulces,
su amor desde las patas hasta el pelo.
Mi cama con el mosquitero,
ese lugar donde cerrar los ojos
e imaginar que el mundo cambia
y obedece mis deseos.
No fue así. No fue así.
Mi futuro en la boca es lo que quiero,
decir, decir el corazón,
vomitar el asco y la ranura.
Queda mi ropa yerta en el ropero,
mis zapatos mis paisajes del día y de la noche,
el sofá donde escribo,
las ventanas.
Me fui con mis palabras a la calle.
Las abrazo, las escojo.
Soy libre,
aunque no tenga nada.
Un éxito, la muestra sobre la representación de los oficios en la gráfica mexicana de los siglos XX y XXI