l sufrimiento de los ucranios, que querían la guerra tan poco como cualquiera de nosotros, es terrible. Pero me duelen igualmente las muertes injustas ocurridas en los mismos días por otras guerras en otras regiones del mundo. Ninguna muerte injusta puede relativizar o justificar cualquier otra muerte injusta. Según una conocida organización que registra las muertes de guerra en todo el mundo, estas son las estadísticas del periodo inicial de la invasión de Ucrania (20 de febrero al 4 de marzo): 114, Ucrania; 23, Irak; 511, Yemen; 187, Siria; 192, Mali; 527, Nigeria; 155, República Democrática del Congo; 180, Somalia, y 112, Burkina Faso. Y si incluimos los conflictos internos, algunos de los cuales son equiparables a la guerra civil, hay que sumar: 258, México; 242, Brasil; 81, Colombia; 124, Myanmar; 38, Afganistán (ACLED, Accesible en https://acleddata.com/dashboard/#/dashboard).
El hecho de que ninguna de las otras tragedias haya merecido atención mediática no tiene para mí otro sentido ni interés que el de permitirme conocer los mecanismos sociológicos de la formación del pánico moral y de la indignación pública.
Los silencios como sociología de las ausencias
Las situaciones de extrema polarización y concentración mediática unidimensional crean dos tipos de silencios: el primero está relacionado con aspectos de fenómenos hipernarrados o afines que, al no corresponder con el guion impuesto, son activamente ignorados en las noticias; el segundo tipo de silencio se refiere a otros hechos ajenos al láser mediático y que sólo por esa razón son considerados indignos de ser noticiables.
El silencio del racismo y del colonialismo
En cuanto al primer tipo de silencio, elijo la forma en que, en momentos de emergencia y polarización, los prejuicios y las prácticas racistas y colonialistas son activados con una virulencia agravada provocando mucho sufrimiento injusto que no llega a las pantallas ni a las páginas de los noticieros. La histeria mediática sobre Ucrania alcanzó principalmente al eje del Atlántico Norte, que también incluye a Australia, Japón y Brasil.
En otras regiones del mundo, la crisis de Ucrania fue de algún modo relativizada porque tiene relación con agresiones armadas (invasiones, bombardeos, muertes de civiles inocentes) de las que han sido víctimas reiteradamente, o porque en la actualidad se enfrentan a otros problemas que les parecen más graves o, al menos, más próximos (hambre, falta de agua y de vacunas, violencia yihadista). Pero cuando la crisis de Ucrania adquirió cierto dramatismo en las noticias de estos países, fueron abordados temas silenciados casi por completo en los medios del eje del Atlántico Norte. El 28 de febrero, la Unión Africana emitió una declaración vehemente contra el comportamiento escandalosamente racista
de las autoridades fronterizas entre Ucrania y Polonia, que discriminaron a ciudadanos africanos que viven en la zona de conflicto y trataban de huir de la guerra, sometiéndolos a un trato desigual debido a su color (www.theeastafrican.co.ke/tea/news/east-africa/african-union-ukraine-war-3732862?view=htmlamp). Básicamente, se trataba de ponerlos al final de todas las colas, ya sea para acceder al transporte, cruzar la frontera y recibir acogida.
Mientras tanto, 10 días después, la respetada red Jewish Voice for Peace anunció que Israel estaba instalando a los refugiados ucranios, que había decidido acoger, en los territorios palestinos que ocupa ilegalmente en el Valle del Jordán y Naqab. Solidaridad internacional a costa de la opresión colonial de los verdaderos poseedores de la tierra.
El silencio de la innovación democrática
El segundo tipo de silencio se refiere a hechos no relacionados con la orgía mediática y que apuntan a la diversidad del mundo. En Europa, la toma de posesión de Gabriel Boric como nuevo presidente de Chile pasó casi totalmente desapercibida. Y, sin embargo, es a todas luces un evento importante. Se trata de la elección democrática del presidente más joven de América Latina (36 años), proveniente de los movimientos sociales (ex dirigente estudiantil) que lucharon en los últimos años por la democratización profunda de Chile, una lucha donde las mujeres y los pueblos originarios (a saber, los mapuches), tuvieron un papel protagónico. Es el país de Salvador Allende, asesinado durante el golpe militar de 1973 que abrió camino a una de las dictaduras más sangrientas del siglo pasado.
En un acto de gran simbolismo, el presidente Boric, mientras se dirigía al Palacio de La Moneda, sede de la presidencia de Chile, rompió el protocolo, salió de la alfombra roja y saludó a la estatua de Allende que se erige frente al recinto. Es igualmente significativo que una de sus ministras sea nieta de Allende y, además, ministra de Defensa.
El primer discurso de Boric como presidente de Chile es un documento histórico. En un país fracturado por la desigualdad económica, la discriminación étnico-racial y el conflicto social, el joven mandatario hizo un vibrante llamado a la unión con justicia social. En un país minado por el etnocentrismo, resaltó la diversidad de los pueblos que conforman el Estado chileno, es decir, los pueblos indígenas con derecho a que se respete su identidad cultural y territorial. En un país con una violenta tradición de Estado represivo, llamó al fortalecimiento de un Estado social, protector de las clases sociales más vulneradas por el neoliberalismo depredador que atravesó el país en las últimas décadas.
En una nación que tiene una convención constitucional en curso, de la que puede surgir una de las constituciones más progresistas del mundo, Boric prometió pleno apoyo al proceso constituyente y al plebiscito que seguirá para aprobar la nueva carta magna. Nada de esto mereció la atención de los medios. Pero fue aquí donde se sembró una nueva esperanza democrática para Chile, para América Latina y para el mundo.
Traducción de José Luis Exeni Rodríguez