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La escritora Kim Thúy recurre a la experiencia personal para contar el dolor del exilio
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▲ En Ru, de Kim Thúy, las historias dibujan un mapa de los periplos vitales, de la guerra y los problemas de los migrantes.Foto Ap
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 5 de marzo de 2022, p. 7

Cuando Kim Thúy (Saigón, 1968) abandonó Vietnam se dio cuenta de que no sólo cambió la geografía, también dio un salto a una nueva cultura. Esa misma sensación atraviesa a los relatos que componen Ru (publicada por Periférica y traducida al español por Manuel Serrat), un dibujo fragmentado del exilio vietnamita contemporáneo donde todas las situaciones, como lo indica el nombre del libro, aparecen como un flujo de historias en apariencia dispersas pero que, al superponerse paulatinamente, presentan una unidad coherente con pleno sentido que se ajusta estructuralmente a las vivencias narradas.

Por la colmena de retratos y situaciones desfilan, por ejemplo, una profesora canadiense, un mesero vietnamita, piratas, soldados, jóvenes alumnos quejándose de los cursos obligatorios de historia, privilegio que sólo los países en paz pueden permitirse. Es una novela fragmentada que no pertenece a un género definido en la que todas las piezas –Ru está formada por materiales muy breves una especie de prosas sueltas– basadas en hechos reales y recompuestas en función de un bien mayor, un libro de estructura quebrantada que describe de forma descarnada la guerra y la posguerra como terapia para ahuyentar fantasmas.

Las memorias de Kim Thúy son una buena referencia cultural de la migración vietnamita. Thúy tenía 10 años cuando cruzó la frontera de su país con destino a Malasia –en una patera junto a sus padres y sus hermanos– para después viajar a Canadá. De su relato autobiográfico se desprende una narrativa del Vietnam, del último cuarto del siglo XX, que describe la situación de los habitantes de aquel país después de la guerra ocasionada por el conflicto que enfrentó al norte y el sur, a las dos partes en que se dividió el estado vietnamita entre 1959 y 1975. Su recorrido personal está marcado por una identidad en construcción desde los avatares de una ciudad de Saigón, donde los restos hechos pedazos de los cohetes coloreaban el suelo rojo como pétalos de cerezo, hasta su conformación como abogada, escritora y crítica gastronómica en Canadá. Y, sin embargo, la ganadora de numerosos premios –por su obra que aborda el desarraigo y la construcción personal lejos de la predisposición y de la cultura de origen– traslada su evolución vital a sus lectores con serenidad, sin que su personaje se revele de forma épica ni heroica, un drama interno aparentemente neutralizado por la cadencia de los sucesos y acontecimientos relativamente ordinarios que se producen como emigrado en el extranjero.

El paraíso y el infierno

En esta primera novela Thúy combina de manera prodigiosa una gran cantidad de elementos autobiográficos y de estilos (entre la autobiografía y la memoria, entre la crónica y el cuento, entre el humor y el drama, entre el realismo y lo grotesco) en torno a la experiencia vivida durante la infancia en una feroz guerra, en Ru, Kim Thúy ya instalada en otro país, en otra cultura y lengua intentará encajar poco a poco, como si de piezas de un rompecabezas se tratase, la apasionante complejidad de sus orígenes. Unos orígenes mezclados que hoy en día definen a muchos exiliados por la guerra, gracias al exilio mis hijos nunca fueron prolongaciones de mi misma, de mi historia cuenta la autora en el libro, y continúa, en el vientre de nuestro barco se habían mezclado el paraíso y el infierno. El primero no prometía un cambio en nuestras vidas. El segundo, por el contrario, delataba nuestros miedos: a los piratas, a morir de hambre.

De una forma fragmentada y emocionante, como las capas de ropa, una sobre otra, que se alternan sin cesar entre presente y pasado, salpicando la narración como siempre de un prodigioso uso de la memoria y un tono reflexivo para evocar los hechos decisivos de una vida, Kim Thúy va ensartando historias, una tras otra, como cientos de agujas atravesadas por el mismo hilo. De vez en cuando simula, para escapar de la cicatriz de refugiada apátrida, que señalan su vacío de identidad, su ambivalencia, su estado híbrido: a medias esto, a medias aquello, nada en absoluto y todo al mismo tiempo.

Por su libro desfilan y se entrelazan sin cesar recuerdos personales y de su familia como su padre decidiendo dormir para siempre a su familia si ésta era capturada por comunistas o por piratas; la mirada apagada de algunos vietnamitas que habían soportado el peso del cuerpo de un pirata o de aquellos que aguantaron los incontables años de reducación comunista en los campos de paz después de la guerra; los primeros trabajos de su madre: mujer de la limpieza y obrera en fábricas, restaurantes y manufactureras. Allí Thúy revelará la principal lección aprendida: avanzar por la huella dejada por los que caminaron antes que ella para imaginar cómo sería la historia escrita a partir de los recuerdos de las personas en lugar de estar consagrada en libros de texto que silencian o distorsionan la verdad.

Contra los relatos oficiales

Una buena parte de los libros de historia vietnamitas deciden no alejarse mucho de los relatos oficiales para describir hechos como: la invasión japonesa, la separación entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, la hambruna de 1945, la reforma agraria de 1953 o la invasión estadunidense; pocos intentan explorar sus causas, consecuencias o excesos. Pero durante décadas algunos de los escritores de ficción vietnamitas –cómo Viet Thanh Nguyen, Nguyen Phan Que Mai o la misma Kim Thúy– pisan con cautela este territorio aún peligroso, recurriendo a la experiencia personal y las historias orales para dibujar la historia desde los puntos de vista de los civiles, campesinos y mujeres. El hecho de que estas literaturas se publiquen primero en inglés o francés significa que su contenido aún enfrenta obstáculos de traducción y censura, antes de llegar a los lectores en Vietnam.

Kim Thúy señala que hablar, pensar y escribir en otro idioma –en inglés y en francés, por ejemplo– le permitió mirar todo lo que tenía por delante y ganar una distancia que brinda un segundo idioma, una distancia necesaria para abordar una historia inquietante con calma. Esa perspectiva, ese desapego y esa distancia le permitieron presentar un retrato conmovedor por medio de su descripción de personajes que sufrieron bajo un régimen opresivo y al mismo tiempo ofrecer a sus lectores un registro de la nostalgia por el país perdido y el dolor del exilio. En conclusión, esta novela es una pieza de escritura brava que estalla con ingenio, corazón y empatía. La palabra ru en francés significa arroyo y, en sentido figurado, flujo. En vietnamita ru significa canción. Cualquiera de estos significados funciona bien como título para la novela de la escritora vietnamita, y, desde hoy, Ru debe significar: defensora y voz de las personas desplazadas en todo el mundo.