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Libro de Gerardo Arreola devela grandes debates de hoy en Cuba

Documenta la vida en la isla desde que se inició el traspaso del poder a Raúl Castro

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▲ El periodista Gerardo Arreola presentará su libro el 22 de enero.Foto Alfredo Domínguez
 
Periódico La Jornada
Miércoles 5 de enero de 2022, p. 9

Lejos de la idea preconcebida que proyectan la mayoría de los grandes medios de comunicación sobre Cuba, como sistema político anacrónico inamovible, un castrismo sin Castro, en el libro Cuba, el futuro a debate, del periodista Gerardo Arreola, se registran los múltiples ángulos de una sociedad y unas instituciones atravesadas por un hervidero de discusiones y acciones, inmersas en un debate vivo, crucial, pleno de preguntas con respuestas pendientes.

Publicado por La Jornada y Penguin Random House (en su serie Debate), el libro documenta en detalle la vida social y política de Cuba desde el momento en que el líder Fidel Castro inicia la gradual transferencia del poder a su hermano Raúl, por los quebrantos de su salud (2006), hasta el periodo actual de transición. La generación histórica de la revolución cubana apeló a la legitimidad de origen, dice el autor. En cambio, los gobernantes del relevo, con Miguel DíazCanel (61 años) al frente, tendrán que construir su propia legitimidad.

Esta crónica panorámica de los 15 años de Raúl Castro, con sus antes y sus después, se extiende hasta la entrada en vigor de la Constitución de 2019, la forma en que la pandemia de covid-19 cabalga sobre la isla imponiendo nuevos desafíos a esta historia y, en un epílogo, la sacudida de la protesta social que estalló el 11 de julio en La Habana y 14 provincias.

Después de una mirada sobre una reforma de gran calado que ha avanzado, no sin obstáculos y retrocesos, el final se subraya con una pregunta del autor, actualmente coeditor de La Jornada en línea, donde publica su columna Del Gran Caribe: ¿Puede existir una esfera pública de debate sin que la discrepancia signifique exclusión o descalificación?

–¿Puede definirse a Raúl Castro como el reformador del sistema socialista de Cuba?

–No sé si con el artículo. Pero sí, él se puso al frente de un proyecto de reforma más ambiciosa y de mayor alcance que la que emprendió 10 años antes su hermano Fidel. En algunos tramos del libro se consigna que él lamenta que no se haya podido avanzar más en ciertos aspectos e identifica que la traba principal es la falta de consenso: una manera de decir que hay tendencias y sectores que se oponen a la reforma. No es muy explícito, pero cita que hay sectores nostálgicos de la Unión Soviética.

Entiende, y gran parte de la sociedad cubana también, que nada puede ser como fue antes del 89.

–¿Cuál es el hilo conductor del libro?

–Es el viejo debate que surge alrededor de la caída del Muro de Berlín. En aquel momento las salidas fueron radicales: la Unión Soviética se parte en 15 pedazos, Checoslovaquia se divide en dos, las Alemanias se unifican. Yugoslavia se rompe y se mete a una guerra sangrienta. China y Vietnam están en procesos de reforma. Cada uno de los países socialistas, para bien o para mal, decidió su propio camino. En Cuba, pasan cuatro años antes de que se den las primeras reformas. Lo más interesante es que se abre una discusión que hasta el momento no ha terminado.

–Sobre las condiciones de trabajo de los corresponsales, ¿cómo se teje esa red de relaciones, indispensable para mantenerse informado sobre muchos asuntos que no se ventilan en medios o fuentes oficiales?

–Con la crisis postsoviética en los 90, Cuba se interesa por tener una mayor cobertura de prensa extranjera, con la idea de transmitir la imagen de un país que no se ha derrumbado, que resiste con su propio sistema.

“Llega a tener un mayor número de corresponsales, las fuentes oficiales se preocupan por transmitir con mayor diligencia sus mensajes. Aparecen elementos que están fuera del control de las autoridades. Hay empresarios extranjeros, una mayor cantidad de delegaciones culturales, comerciales y también sectores de la cultura, la economía y la actualidad que son más accesibles a la prensa. Pero en la sociedad, y aquí es lo más importante, se deja de temer a hablar con un extranjero, como ocurría en los 80 y antes.

“Hablando de fuentes informativas, cada vez hay componentes más diversos.

Esto se cruza con una sociedad civil mucho más actuante y crítica. Se lograba investigar ciertos asuntos preguntando casa por casa hasta lograr unas 10, 20 opiniones que daban una idea más amplia; fuentes conocedoras de los temas que estás tratando, que te tienen confianza y saben que compartir su conocimiento es socialmente útil.

–¿Es una ventaja adicional para un corresponsal con tus condiciones, con una pareja cubana, una hija cubana que va a la escuela, que comparte todas las incidencias de la vida cotidiana?

–Es el insumo principal. En un país con un sentido comunitario como lo tiene Cuba, lo más normal es que un vecino te toque la puerta para pedirte un café; incluso que no te toque la puerta. Eso es absolutamente común y corriente. Las redes de comunicación y la confianza se van tejiendo siempre a partir de una taza de café. Y esta es una entrada muy importante a la percepción de los estados de ánimo que tiene la gente.

Nuevas expresiones

–Entre los temas a debate está el de un sistema de partido único o no. Otro gira es el peso y los derechos de las minorías organizadas.

–La nueva Constitución que se promulgó en 2019 confirmó una de las viejas nociones del modelo de socialismo real: el partido único que está por encima de todas las demás instituciones. La Constitución lo define como la fuerza superior de la sociedad. Para algunos, que los cerca de 600 mil militantes del partido tengan la capacidad para decidir sobre los 11 millones de cubanos, es razonable. Para otros, es cuestionable.

“La contraparte de este debate son precisamente las minorías. ¿Qué garantías tienen esas minorías para organizarse, para expresarse? En ese entorno han surgido temas que, o no estaban en la agenda oficial o no tenían el énfasis que tienen ahora: la ecología, las cuestiones de género y muy destacadamente las acciones contra la violencia de género, que es un problema en Cuba más grave de lo que se ve a simple vista. Todo este conjunto de temas reclaman un espacio, una vía legal o institucional, donde expresarse y materializarse fuera de la marginalidad.

–Es llamativo el tono de irreverencia y confrontación con que se expresan algunos sectores culturales, particularmente jóvenes; lo que generó en su momento el llamado movimiento de San Isidro y que, si no me equivoco, es el antecedente de las movilizaciones del 11 de julio.

–Justamente eso es lo que conforma esta recomposición de los grupos minoritarios. El problema que veo es que las vías institucionales están cerradas. Mezclado esto con el deterioro de la situación económica, con el ascenso del activismo social y con los recursos tecnológicos, da como resultado un cambio social muy importante.

–Planteas varias preguntas. Una de ellas es central: ¿Puede existir una esfera pública de debate sin que la discrepancia signifique exclusión o descalificación? ¿Qué respondes?

–Debería poderse. Pero es todavía parte de los fenómenos de tensión que se producen. Conglomerados sociales, sobre todo de jóvenes, tienen objetivos y demandas propias, locales, que no tienen que ver con un desafío al sistema ni con un derrocamiento del gobierno; ¿por qué no podrían tener un espacio donde puedan decir sus cosas y ser interlocutores del gobierno?

Por la vía de los hechos todo esto se expresa frente a una relativa tolerancia, aunque estrictamente por ley están prohibidos.

Cuba, el futuro a debate. La era de Raúl Castro y los retos de la transición, se presentará el 22 de enero en Casa Refugio Citlaltépetl.