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Mito y cambio
D

os palancas se aplicaron al unísono como estrategia petrolera. La primera trató de extraer todo el crudo posible para su venta al exterior y sólo un tanto para refinarlo. La segunda consistía en ir mermando la capacidad de Pemex hasta hacerla inicua o desaparecer. Ambas encajaban a la perfección dentro de la concepción neoliberal dominante. Las fueron cumpliendo con regularidad y constancia. Vender crudo era el negocio. Las consecuencias fueron variadas. Las reservas probadas disminuían rápido. La producción, a partir de un pico de 3 millones de barriles, decaía por días y su venta al exterior menguaba en cantidad. La importación de petrolíferos crecía constantemente y su factura pesaba como fardo en la balanza comercial, aun descontando de ella los ingresos por el crudo. La situación en la petrolera no podía ser más lamentable. La corrupción la agobiaba a cada paso o cambio de personal directivo. Los robos de diversos productos aumentaban fuera de todo control propiciando mercados ilegales. Pero, sobre todo, la deuda, en especial la foránea, se hacía impagable incapacitándola para invertir. En medio de este cúmulo de infortunios, la carga impositiva continuó siendo desmesurada, sólo amparada por la ingente necesidad de fondear la débil hacienda pública. Un panorama por demás negro pero consecuente. El futuro mostraba los efectos del descuido, el abuso, los intereses cruzados y las pésimas decisiones en variados órdenes.

Esto no ocurría separado de la manera que se pensaba actuar a continuación. La misma reforma de 2013-14 no hizo otra cosa que profundizar la decadente situación tercamente generada. Abrir el campo de la energía al extranjero se presentaba entonces como ruta indispensable y acorde con lo deseado. Muy a pesar de la apertura, las inversiones masivas quedaron a deber. La exploración y trabajos de producción en aguas profundas no se concretaron, como se publicó. El peso de los ingresos petroleros para el fisco, sin dejar de ser significativos, declinaban. México dejaba, a paso veloz, de ser un país petrolero autosuficiente. Se proclamó, incluso, la muerte de la gallina de los huevos de oro. Nadie confesó su responsabilidad ni nadie la investigó.

El mito largamente trabajado como generador de política energética daba los resultados esperados. Era mucho más rentable comprar fuera todo lo posible, en especial los petrolíferos, que tratar de refinarlos. Las instalaciones para tal propósito languidecían en el abandono y las malas decisiones abundaban. Incluso se vendieron partes de las refinerías y dejaron sin instalar –empaquetados– costosos trenes de destilación.

La nueva política del régimen, en construcción acelerada, cambió de manera radical la visión energética de la nación. Ahora se actúa, reparando, las dos palancas usadas anteriormente como disolventes mecanismos. Se deja a Pemex invertir y se le administra con honradez. A las refinerías prexistentes se les repara y adicionan dos, lo que llevará a la autosuficiencia para 2024. Ambos trabajos se hacen sin tregua y muy a pesar de la estrechez de recursos disponibles. Es entendible, entonces, la virulenta contrariedad provocada sobre todo en las élites, dominantes en el pasado, para las que los sucesivos gobiernos trabajaron con ahínco. La opinión y los intereses populares nunca fueron considerados en este proceso destructivo de riqueza, gobernanza y futuro. La pérdida de soberanía energética quedó marginada de cualquier ecuación e incluso se le ridiculizaba como ideal tonto, pasado de moda.

Desde el inicio, este gobierno se dio a la difícil tarea de recomponer el dramático cuadro de malformaciones e irracionalidades encajadas en el aparato productivo petrolero. El alarido de la oposición y sus aliados resonó con estruendo. Las profecías de fracasos rotundos surcaron los aires y las ondas hercianas opositoras inundaron el ámbito colectivo. Sostenían, por todos lados, que una inmensa, torpe y desafortunada política se estaba llevando a cabo con envidiable tesón. ¡No se puede revivir moribundos! Fue y sigue siendo la consigna que se oye insistentemente. No importa notar, sólo un tiempo después, que la caída de la producción petrolera ya se detuvo y se inició la mejoría. Y que no son los extranjeros los que la están propiciando, sino la misma empresa, muy a pesar de su complicada organización heredada. El complejo de refinerías avanza en su consecuente marcha para sostener la autosuficiencia visualizada. No como un sueño imposible, sino como estrategia coherente y viable.

Nada se ha dejado a la improvisación en los campos petroleros y las refinadoras. Los desbalances y las ataduras impuestas a Pemex se han eliminado y se prepara el campo para su eficaz funcionamiento. La consigna de servir al público es la que orienta los afanes de usar, de renovada cuenta, a petrolera como la soberbia palanca detonadora del desarrollo interno.