El origen del mayor problema de México
n el artículo pasado sostuve que México tenía su origen en la Colonia y que ese hecho es contradictorio y difícil de calificar. Si nos preguntamos y nos respondemos con sinceridad cuál es el principal problema del México actual, tendríamos que contestarnos inevitablemente que la desigualdad social: las diferencias que hay entre una minoría poderosa y rica, y una mayoría (más de la mitad de la población) en distintos grados de pobreza.
Ése fue el mayor fallo del régimen de la Revolución, del porfiriato y de todos los regímenes que se ensayaron en el siglo XIX. Es en la Colonia donde encontramos la clave de esta desigualdad: durante esta etapa emerge el pueblo de México como una población interracial que abarcaba a los indios, los negros, los mulatos y un enorme sector de mestizos que fue creciendo mientras disminuía radicalmente la población indígena, víctima de las epidemias y de la explotación. El sector de los españoles era muy pequeño y ellos concentraban las grandes fortunas y el poder. La parte hispana, con el correr de las décadas, se subdividió entre los españoles originarios y los españoles americanos
.
En México, el sistema racial rígido, sancionado por la ley y garantizado por ésta, empezó a tomar forma al principio del siglo XVII. Las leyes reconocieron el fenómeno de la estratificación social y denominaron castas
a los distintos segmentos raciales de la población a los que dotaron de obligaciones y derechos distintos.
Había un grupo privilegiado de peninsulares que tenían los principales puestos y el grupo criollo empezó a presionar para ser reconocido en los mismos derechos y privilegios. La ley no distinguió entre españoles de origen y españoles americanos
, pero de hecho, a los criollos no se les permitió llegar a los puestos más altos.
Es asombroso que aun las diferencias sociales y raciales sean causa para la división y la discriminación entre los mexicanos. Así como tenemos que aceptar que México tiene su origen en la Colonia, también tenemos que reconocer que el racismo sincero, brutal, franco de la Colonia, ha subsistido hasta nosotros, pero envuelto en una capa hipócrita de negación. Somos un pueblo con una élite racista pero no lo reconocemos ni reconocemos que las diferencias entre el color de la piel representan entre nosotros ventajas y desventajas decisivas.
Colaboró Mario A. Domínguez