osario, febrero de 1959. En el asado dominical, la parentela habla a los gritos y sus comentarios giran en torno al personaje que anda en boca de todos. El abuelo filofranquista que acaba de llegar de Madrid, destaca las raíces españolas
de Fidel, y estira una oreja para oír al sobrino comunista que siempre explica todo aunque nadie entienda nada.
El primo socialista sin excesos
, asocia la caída de Batista con la de Perón, mientras la tía librepensadora que no pierde la esperanza de encontrar novio, enciende un cigarrillo y descoloca a los comensales: “Digan lo que quieran. Pero el rosarino que lo acompaña, está ‘churrísimo’”.
Meses después, por debajo de la puerta de casa, el conserje desliza la última edición de la revista Life. En portada, una impactante fotografía de Fidel, y en páginas interiores el reportaje que a inicios de 1957 le hizo el periodista Herbert Matthews para el New York Times, en la finca El Chorro de Sierra Maestra (“before the year ended –he said– he could be a hero or a martyr”; Life, 3/8/1959).
Desde entonces, desfilaron por la Casa Blanca 13 presidentes, 22 directores de la CIA y 37 secretarios de Estado (incluyendo los interinos). Y todos, habiendo exportado bombardeos sobre ciudades abiertas, borrando a países enteros del mapa, derrocando o asesinando presidentes, junto con millones de muertos, torturados y heridos so pretexto de la libertad
. Pero con Cuba, nunca pudieron.
Tras la penúltima cruzada de Washington a la isla, volvieron a circular las tres valoraciones que acompañaron el derrotero de la revolución cubana: 1) la del general Ignacio de Loyola (en toda plaza sitiada, disentir es traición
); 2) la del ciudadano consciente y de a pie (revolución acosada, revolución defendida
), y 3) la de los herederos de Lucky Luciano que en Miami nunca olvidaron el día en que llegó el Comandante y mandó a parar.
Atributos de la fe y la razón que empezaron a recalentarse en el decenio de 1980, cuando los propios nietos de la revolución de octubre se encargaron de apagar, una tras otra, las luces que en 1917 encendieron la esperanza de los parias de la Tierra
. Aunque a decir verdad, el único con motivos válidos para putear haya sido el cosmonauta de la Soyuz, que desde el espacio gritaba con desesperación: ¡Hola, hola...! ¿Me oyen? ¿Queda alguien por ahí?
El cimbronazo en la patria universal del proletariado
pegó fuerte en Cuba. Varias generaciones de revolucionarios peligrosos dieron un paso al costado, y otros se atrevieron a pensar que el materialismo histórico reclamaba, por lo menos, conocer la historia material de América Latina. Porque Cuba seguía ahí.
Entonces, el 26 de mayo de 2003, en Buenos Aires, Fidel despejó algunas interrogantes en una larga entrevista concedida al diario Clarín. Uno de los periodistas le preguntó:
–¿Cómo imagina usted la transición en Cuba?
–¿A cuál te refieres, a la que hicimos o a una nueva?
–A la nueva.
–¿Y hacia dónde? (…) Búsquenme un mejor modelo, y yo les juro que haría todo lo posible, empezaría otra vez a luchar otros 50 años por el nuevo modelo…”.
Palabras como transición
y modelo
no eran inocentes. Al presidente Joe Biden, por ejemplo, nadie le preguntaría qué tipo de transición
y modelo
piensa impulsar en su país después del 6 de enero pasado. ¿O ya olvidamos el día en que el extraterrestre Jake Angeli, envuelto en la bandera estadunidense y luciendo un bonito gorro sioux con cuernos de bisonte, asaltó junto con un grupo de dementes el templo mundial de la democracia y la libertad?
Mientras aquella reunión familiar de Rosario tenía lugar, el vicepresidente Richard Nixon se reunía en Washington con un joven Fidel de 33 años. Luego de lo cual, redactó un memo confidencial para la CIA, el Departamento de Estado y la Casa Blanca: O bien Castro es increíblemente ingenuo acerca del comunismo o está ya bajo su férula
.
Washington DC, 30 de julio de 2021. El presidente Biden se reúne con líderes de la mafia cubana de Miami, con el fin de apoyar al pueblo caribeño, que vive bajo un régimen comunista fallido
(sic). Ocasión en que Biden dio un paso histórico. En lugar del senador republicano-trumpista Marco Rubio, Biden nombró al senador demócrata-trumpista Bob Menéndez para que lo oriente en asuntos cubanos
.
Han transcurrido 62 años y las redes antisociales consiguieron que pasado y futuro del mundo se conjuguen en presente perpetuo. Con excepción de la política de EU hacia Cuba. Política que, parafraseando a un célebre escritor inglés, se parece a la instalación eléctrica de la Casa Blanca: llega un nuevo inquilino, pulsa el interruptor, y se encienden otra vez las luces de siempre.