Opinión
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Tamayo del Sol y de la Luna
E

l hecho es memorable y nos lo hizo ver Inés Amor 40 años después. En su Galería de Arte Mexicano de la calle de Milán, poco antes de inaugurar una exposición de Rufino Tamayo, José Moreno Villa pidió permiso para leer una líneas sobre el pintor oaxaqueño.

–Con el nerviosismo del momento las leí rápido y aunque pesqué el significado (insinuaba que Tamayo no necesitaba de pistolas y guerras ajenas para realizar sus magníficas pinturas) creí que el texto podía ser inocuo.

Inocuo porque Inés no esperaba la presencia de David Alfaro Siqueiros a quien sin duda también aludía el texto.

Moreno Villa, escritor republicano recién exiliado en México, llamó la atención de la concurrencia con palmadas y dio lectura desde la escalera a su Voto por Tamayo, un elogio sin rodeos a la pintura del pintor oaxaqueño y una crítica segada y sulfurosa contra Siqueiros.

Inés Amor, como buena anfitriona , estaba en todo. Por eso vio con horror entrar a Siqueiros justo cuando Moreno Villa hablaba de las pistolas.

–Me quedé fría de lo que iba a acontecer.

Y tenía razón, pues habían pasado apenas cuatro años del atentado de Siqueiros contra Trotski en su casa de Coyoacán. Al terminar, Moreno se puso a platicar con los asistentes evitando mirar al Coronelazo. Siqueiros se le acercó por la espalda, lo tomó del hombro y le dijo ¿Por qué no me saludas?.

–Porque no saludo a asesinos.

Rufino Tamayo fue una apuesta ruda para Inés Amor. Invirtió 15 años para que fuera reconocido. Un día llevó uno de sus cuadros con Salvador Ugarte, fundador del Banco de Comercio, quien cuando vio la pintura le dio una palmada en el hombro y le ofreció trabajo para que no anduviera tratando de vender esos adefesios; en otra ocasión el escritor Carlos González Peña, uno de los fundadores del Ateneo de la Juventud, escribió: benditos los ciegos al hablar brevemente de una exposición del pintor oaxaqueño. Ni María Izquierdo, ex mujer de Tamayo, la dejaba en paz.

Tampoco Olga Tamayo en el inicio de su relación con Rufino, apreciaba su pintura:

–Al principio, ella se burlaba de los horrendos monos que hacía; luego comprendió mi obra y, a los pocos meses de noviazgo, nos casamos en Oaxaca.

Después de su luna de miel en Tehuantepec, consiguió que lo invitaran al Primer Congreso de Artistas Americanos en Nueva York. El gobierno mexicano lo apoyó con 35 dólares, que fue el costo del pasaje en autobús a aquella ciudad. Él pagó el pasaje de Olga y viajaron a Nueva York. Al terminar el congreso se quedaron a vivir allá. Recordó en una entrevista que vivían en Manhattan, cerca de Union Square en la calle 15. Más que un departamento era un pequeño estudio: una habitación, un baño, una cocina y agua caliente.

En aquella ciudad conoció todas las escuelas y empezó a circular su obra. La critica vio influencia de Picasso en su pintura, pero también de Braque, Matisse, Chirico.

En su primera época, lo ha escrito Octavio Paz con precisión, el pintor no parece sino interesarse en la experiencia plástica pura. Más que aprender a pintar, Tamayo se proponía encontrar nuevas formas de expresión plástica. Por eso le atrajeron los artistas que redujeron la pintura a sus elementos esenciales, nos dice el poeta.

En ellos iba a encontrar un mundo de formas que se prohibían toda significación que no estuviese contenida en los valores plásticos. El ejemplo de Braque, según me ha dicho el mismo Tamayo, fue precioso entre todos.

Pero la influencia no se convirtió en imitación, sino en algo más profundo: en toda una lección, en su actitud ante la pintura.

A diferencia de los muralistas de la escuela mexicana, la pintura de Tamayo omite la anécdota y la narrativa: nos invita sólo a mirar como miraban nuestros ancestros al fuego antiguo. Sus cuadros vibran por sus colores, pero, sobre todo, por su estructura, por su composición que tensa formas y colores para ofrecernos nuevas lecturas sobre símbolos viejos, como los de la fertilidad o la muerte.

Otro poeta, Xavier Villaurrutia, vio en Rufino Tamayo a un pintor solar. Lo es, pero tambien es un pintor de la noche y su luminoso emblema. Es un pintor dual cuya obra transita entre el día que se obstina y la noche que se acumula; entre el Sol cuya luz vivifica y manifiesta las cosas y la Luna que simboliza el tiempo de los cambios y cuya muerte nunca es definitiva. Hace 30 años murió Rufino Tamayo y sigue estando entre nosotros.