Al terminar la pelea de exhibición en la que Julio César Chávez se despidió por segunda ocasión de los cuadriláteros, invitó a subir al enlonado a Saúl Canelo Álvarez. Arriba, intercambiaron elogios, el ex peleador dijo que el joven probablemente será el mejor de la historia; el pelirrojo le devolvió el halago y dijo que como el César no habrá nadie más. Mientras eso ocurría, en las butacas del estadio Jalisco lo observaba Julio César Chávez junior, quien parecía destinado a seguir los pasos de su padre, pero que esa noche fue derrotado por un rival que ni siquiera era boxeador.

Omar Chavéz, el menor, también fue derrotado horas antes Ramón Álvarez, hermano del Canelo, lo que dio un tinte amargo a la despedida del ídolo mexicano.

Ya se tardaron en retirarse los hijos de Chávez, sostiene Ignacio Beristáin, prestigiado entrenador que se encargó de la preparación del Junior cuando fue derrotado de forma abrumadora por Canelo.

Hace tiempo debieron irse; no van a conseguir nada en el boxeo; lo único que provocan es sufrimiento al padre y le restan brillo a un evento como en ese, la gente también hace mucho tiempo que dejó de creerles. Si alguna vez hubo expectativas de que, sobre todo el Junior, replicarían la figura del padre, gastaron todo el bono de credibilidad.

Beristáin no consiente cómo desperdiciaron sus carreras. La gran-deza de Chávez padre es incuestionable e intocable y es triste ver cómo sus herederos arrastran la cobija con ese legado, con ese apellido.

Daniel Zaragoza, ex campeón formado por Beristáin, vio en ese abrazo entre Canelo y Chávez padre el relevo de dos generaciones. Pero sobre todo, el ocaso de la carrera del Junior.