s conocida la afición de los gobernantes de Estados Unidos por el uso de la mentira para justificar sus acciones en el mundo, constitutivas, como regla general, de flagrantes violaciones del derecho internacional y de los principios humanistas elementales.
Pero pocas veces la hipocresía y el cinismo del imperio del norte han llegado tan lejos como cuando sus voceros profieren que las indebidamente llamadas sanciones
económicas a países como Cuba, Venezuela, Siria, Irán y Corea del Norte buscan castigar a sus líderes y no a sus poblaciones.
Así lo corroboro al leer el muy documentado y pormenorizado informe anual del gobierno cubano a la ONU sobre el daño ocasionado a su pueblo por el bloqueo. Por cierto, es hora de recordar que Washington llama eufemísticamente embargo o sanciones a esta medida punitiva de fuerza, arrogándose el derecho, que nadie le ha conferido, de decidir quiénes son los buenos y los malos en el mundo. No me voy a detener a explicar ahora por qué se trata de bloqueo y no de embargo. Sería como explicar por qué se le dice pan al pan. Pero el término sanciones envuelve la arrogancia, la altanería y esa obsesiva inclinación de Washington por la mentira, cuando intenta encubrir bajo ese vocablo graves violaciones al derecho internacional y a los derechos humanos, que no tienen otro nombre que medidas coercitivas unilaterales. Son coercitivas por aplicarse mediante la fuerza y son unilaterales por hacerlo en contra de la Carta de la ONU y de otros instrumentos internacionales, en desconocimiento de los organismos multilaterales –como el Consejo de Seguridad de la ONU–, únicos facultados para adoptar sanciones contra terceros países de acuerdo con la normatividad internacional.
Pero volvamos a lo que constituye el meollo de este alegato: la mentira estadunidense de que las sanciones van dirigidas contra los gobernantes y no contra los pueblos. En el periodo analizado por el aludido informe del gobierno cubano, entre marzo de 2019 y abril de 2020, se constata que por primera vez desde que este reporte se debate en la ONU (1993), la afectación ocasionada por el bloqueo a la economía cubana sobrepasa 5 mil millones de dólares, para situarse en el orden de 5 mil 570.3 millones, un incremento de alrededor de mil 226 millones de dólares respecto del periodo anterior, cifra muy alta para una economía pequeña. Este aumento refleja la hostilidad y el odio sin límites desplegados contra Cuba por el gobierno de Trump, pero evidencia, por su extraordinaria magnitud, el objetivo deliberado de ocasionar el mayor malestar posible no a los dirigentes, sino al pueblo cubano.
El orden de magnitud de esta cifra y el cuadro de descaradas amenazas y castigos a todo aquel que en el mundo osara realizar un negocio con Cuba u otorgarle un crédito revela la perversa intención de la medida: ocasionar hambre, escasez generalizada –incluso de medicamentos esenciales–, largas filas para comprar lo más elemental, con el propósito de provocar un estallido social del pueblo cubano y el anhelado cambio de régimen. Esto seguido, por supuesto, de planes desestabilizadores, incluyendo el intento de golpe blando, como se ha visto en los últimos meses. En eso llevan más de seis décadas, si contamos a partir de que adoptaron las primeras medidas contra la economía insular, aunque todavía formalmente no se hubiese decretado el bloqueo.
La crisis económica internacional y su notable agravamiento por la pandemia han hecho daño a Cuba, como al mundo entero, pero es asombroso el grado al que el bloqueo puede hacer más dolorosa esta situación, sobre todo debido al ensañamiento que le ha impregnado Estados Unidos en tiempos de pandemia. Tomemos un ejemplo. El Instituto Finlay de Vacunas tuvo que acudir a proveedores de terceros países para realizar compras de productos de fabricación estadunidense. Para ello empleó 894 mil 693 dólares, de los cuales podría haber ahorrado 178 mil 938 de haberlos adquirido en Estados Unidos.
Es sólo un caso, pues los esfuerzos de Cuba por combatir la pandemia se han visto sensiblemente limitados debido a las disposiciones del bloqueo, especialmente las extraterritoriales, que han permitido a Washington privar a Cuba deliberadamente de ventiladores mecánicos, mascarillas, kits de diagnóstico, gafas, trajes, guantes, reactivos y otros insumos necesarios para enfrentar el Covid-19.
En esas adversas condiciones, Cuba no sólo tiene el índice de mortalidad por Covid más bajo de la región, sino que aplica masivamente a su población vacunas creadas por sus científicos. Además del apoyo de sus médicos a más de 50 naciones para combatir la enfermedad. En unos días Estados Unidos recibirá de nuevo en la ONU el rechazo del mundo a esta política, que califica como genocida con arreglo a la Convención de Ginebra de 1948, y como crimen de lesa humanidad, por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. Sí, señor Biden.
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