l terrorismo de Estado es polimorfo, se sofistica con el tiempo. En el porfirismo era uno, en los años 40 otro. En el 68 orquestó la matanza contra los civiles reunidos en Tlaltelolco dando órdenes encontradas al Ejército Mexicano, a francotiradores militares y al Batallón Olimpia. El gobierno y la prensa nacional acusaron a los estudiantes de disparar contra los soldados.
Tres años después, dada la apertura democrática
, estudiantes y profesores del IPN y la UNAM apoyan la huelga estudiantil en la Autónoma de Nuevo León, y con el ánimo de retomar las calles, convocan a manifestarse la tarde del 10 de junio de 1971. Se marcharía desde el Casco de Santo Tomás por toda la avenida México-Tacuba y San Cosme para culminar en un mitin en el monumento a la Revolución.
En estos 50 años, académicos, periodistas y militantes de izquierda han publicado decenas de análisis políticos sobre el halconazo. Lo propio han hecho los sucesivos gobiernos. De ambos lados hay diferencias internas, mas coinciden en lo esencial. Hablando de las miles de vivencias sufridas, éstas fueron y han sido irremediablemente, por su individualidad, pocas y relatadas con parquedad. Muchos no regresaron a sus hogares, muchos lo hicieron heridos en cuerpo o alma.
Varias horas antes de la 5 de la tarde la gente viajó de diversas zonas del DF deseando congregarse en las calles aledañas a la Escuela de Ciencias Biológicas.
Un profesor de la Facultad de Química de la UNAM y el que esto escribe optamos por comer cerca del monumento a la Revolución; ahí había varios camiones con granaderos. Caminamos por toda la calle Alfonso Herrera, que termina justo a unos pasos de Melchor Ocampo. Pero estaba bloqueada por tanques donde termina la México-Tacuba y empieza San Cosme; la decisión fue cruzar ésta a la altura de la iglesia del Perpetuo Socorro, tomar Cedro hasta Manuel Carpio, pasar la avenida de los Maestros y desembocar en Plan de Guadalupe. El profesor se fue hacia la México-Tacuba, yo encontré a los del CCH Naucalpan donde principia el deportivo Plan Sexenal, más allá de Eligio Ancona.
La manifestación avanzó algunos metros lentamente, minutos más tarde empezaron gritos adelante y atrás de la cuadra entre Carpio y Eligio Ancona. Confusión y desconcierto. De pronto, a pocos pasos, aparecieron por Eligio Ancona aullando y corriendo hacia nosotros muchos vándalos con camisetas blancas y pantalones de mezclilla, unos blandiendo varas tipo kendo y otros con, al parecer, rifles o algo así.
Estábamos acorralados e inermes. Entré en pánico. De pronto escuché un grito: ¡Por aquí, por aquí!
Era una entrada al deportivo Plan Sexenal. Junto con otros me metí a la casetita, y ésta nos dio acceso a los campos de futbol. Corrimos por la primera cancha aterrados, al menos yo, la cantidad de adrenalina generada superó, por mucho, la insuficiencia cardiaca que padecía desde adolescente. El ruido que producía la andanada de balazos opacó mi taquicardia; unos a lo lejos, otros muy próximos. A pocas zancadas de la primera alambrada que separaba la segunda cancha, un adolescente permanecía montado en el borde, ¿enganchado o paralizado por el pánico? Otro chavo la trepó y saltó al otro lado sin dificultad. En otro más la adrenalina le permitió imitarlo, sin pensarlo, por instinto. Así, aturdido, disneico, salté la última alambrada para dar a una calle cuyo nombre desconozco aún ahora. Pasó un taxi. Se detuvo para que cuatro o cinco subiéramos. Por una ruta desconocida llegó hasta el Paseo de la Reforma, ahí nos bajó. No cobró. No recuerdo cómo crucé toda la ciudad para llegar a mi casa.
Medio siglo después, el profundo rechazo que se siente cuando el Estado violenta a los insumisos que exigen se cumplan exigiendo sus derechos se ha nutrido con su repetición ad nauseam. La violencia gubernamental directa o encubierta ha sido década tras década una constante. Varía sólo la intensidad y población objetivo. Los gobiernos federales, estatales y municipales prefieren operar encubiertos, usando grupos paramilitares ( porros, policía secreta, guantes blancos
, halcones, presos comunes, invención de delitos, con o sin montajes
), valerse de engaños, cortinas de humo, distractores y omisiones.
Dice Elías Canetti en Masa y poder que el poderoso hará lo que sea contra su pueblo o sus propios esbirros para ser el único superviviente.
Como otros pensadores, Adolfo Sánchez Vázquez escribió todo un tratado sobre la violencia.
El Estado aterrorizó en 71 como lo hizo en Acteal, Atenco, en Iguala contra los normalistas de Ayotzinapa, como en días pasados en Mactumactzá, Chiapas, y en Puebla a las normalistas rurales de Teteles. Algunos dirán que estas palabras son excesivas. Excesiva es la violencia física, sexual y sicológica que el Estado, a nivel municipal, estatal o federal contra los insumisos.
Todo tipo de terrorismo es condenable, en especial el terrorismo de Estado, en todas sus formas y disfraces.
* Ex profesor del CCH, doctor en ingeniería de procesos; 28 años en UNAM. Participó en la marcha del 10 de junio. Autor de Pierden la sonrisa