ases lacrimógenos, toletes, escudos, persecuciones, golpes, amenazas, vejaciones, ultrajes. Todo en un instante. Todo un significado lacerante.
Las escenas de aquel no tan lejano 2014 se repiten y un frío estremecedor recorre el cuerpo.
Los recuerdos por los trágicos sucesos ocurridos la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre en Iguala, Guerrero, golpean la mente.
La desaparición forzada de los 43 alumnos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos
de Ayotzinapa sigue tan presente que un dejo de impotencia, frustración, molestia e indignación surgen cuando las imágenes llegan a raudales a través de las redes sociales: unos cuantos policías pateando a tres o cuatro mujeres y hombres mientras se hincan en el suelo. No hay distingo en ello. Jalan parejo.
La vileza aparece vestida de gala, ahora en Chiapas y luego en Oaxaca.
La violencia contra los normalistas se recrudece.
¿Qué gobierno golpea y encarcela en una prisión de máxima seguridad a sus estudiantes por el simple hecho de exigir la aplicación de un examen de manera presencial y no en línea, debido a la precariedad y pobreza de las comunidades en las que viven? ¿Por qué el lujo de violencia en las detenciones cuando la autoridad tiene como prioridad salvaguardar la vida de los sujetos?
Y luego, el enjuiciamiento mediático y social que no acaba de comprender que la lucha estudiantil forma parte de un movimiento cuyas demandas se fundamentan en las formas de vida, que es su vida, y no la de aquellos que juzgan desde la comodidad sin pleno conocimiento de ello y del derecho.
Las normales rurales existen porque hay seres humanos que tienen un propósito en la vida: enseñar a pensar sobre lo ya pensado, a actuar sobre lo ya actuado y a valorar sobre lo ya valorado.
Pensar, actuar y valorar, ¿son motivos suficientes para desaparecer, agredir o enjuiciar a unos estudiantes? ¿No acaso la escuela tiene este propósito? ¿No acaso la razón produce una toma de decisiones y acciones con base en el conocimiento y sus circunstancias? ¿No se educa para vivir libremente en un país que, a través de sus leyes, otorga esta posibilidad a los seres humanos?
La sombra de Ayotzinapa ronda Palacio Nacional; los alumnos de Mactumactzá son presa de un ataque sin miramientos.
La Escuela Normal Rural Carmen Serdán
de Teteles está de luto.
Las movilizaciones normalistas se reactivan. Las consignas son ignoradas. La lucha retoma su cauce ante un claro ataque neoliberal que no se ha ido, sigue aquí como si fuera aquel año tan fatídico para los normalistas: 2014.
¿Por qué la sociedad y los gobiernos han olvidado a sus estudiantes?
¡Ayotzinapa vive! ¡Mactumactzá vive! ¡Teteles vive! ¡La lucha sigue!
* Docente de educación normal