ercano el final de la campaña del medio término, la oposición al gobierno que pretende cambiar el caduco régimen dispara toda su artillería. Y ahí van intelectuales, opinócratas, locutores y medios de comunicación afines al desacreditado modelo de acumulación, unificando sus ideas para prevalecer contra viento y marea. Sienten que esta puede ser ocasión propicia para afectar la línea de flotación de su enemigo jurado. Le han clavado una serie de banderillas a cada paso de estos conflictivos días. No han sido, ni de cerca, los antídotos necesarios para nulificarlo. Pero no abandonan el campo de la cerrada disputa. Tienen, aunque sea de manera por demás repetitiva, armas suficientes en su arsenal. Cada vez encuentran clavos de donde cogerse para sostener su lucha que, por lo demás, juzgan desigual.
Insisten en suponer al gobierno y, en particular, a su Presidente y guía, tener clavados sus ojos en el pasado. Alegan desde sus púlpitos difusivos que tratan, a consuno, de restaurar un modelo de tiempos idos. La consigna es exhibirlo sin propuestas para hoy y menos para un mañana atractivo. Sólo proponen, dicen, un salto atrás: volver a esa nebulosa que se llamó nacionalismo revolucionario. Desean situarlo en una tesitura autoritaria y predemocrática. Una imposible formulación y, sin mucha consideración adicional, le predican un accionar recargado de sermones y ataques generalizados. Lo notable de este planteamiento opositor es que, en su cotidiano pleito, pierde de vista su implícita actitud reaccionaria. Asumen que sus razones están respaldadas por la realidad sin darse cuenta del espejismo que los sostiene y condiciona. Presuponen que la ciudadanía los acompañará en su vuelta a lo mismo
que se ha dejado atrás por el voto mayoritario. Adicionan a sus posturas críticas el deseo de retornar a los tiempos donde ellos fueron protagonistas en la conducción política y cultural del país. Aquel efectivo mal, señalado como paraíso de la desigualdad, que originó la revuelta electoral. Tal es el añorado punto de su confluencia opositora. Para hacer llevadera su propuesta, la crítica que elaboran la visten con ropajes plurales, de balances democráticos. Visualizan como indispensable un mundo de contrapesos instalados que admitan, de nueva cuenta, su estelar participación. No sólo se apresuran a defender a uno de esos organismos autónomos
(INE), sino a los varios que les fueron encomendados a su cuidado en el pasado neoliberal. Le añaden a sus críticas alardes de eficacia económica como bandera que se ha perdido. Y, como quien no quiere la cosa, trasminan, todavía con pocas seguridades argumentativas, que el voto de 2018 no tuvo, en verdad, la legitimidad presumida.
Basta abrir las páginas de opinión del periódico Reforma, cualquier día entre semana y, con mayor enjundia los domingos, para certificar la ruta y transparencia de sus pretensiones reactivas. No tienen otro horizonte que proponer, sino la vuelta al modelo de acumulación desmedida en riquezas y poder. Ese soñado ambiente donde se les otorgó una silla en el cuarto de las decisiones (no las de alcance cupular) o se les compensó con premios y recursos.
Allá, a esos tiempos del dispendio y de complicidades, ausencia de las molestas masas con gente de abajo quisieran volver. Retornar a la prometida modernidad, siempre elusiva y pospuesta. Ya no será posible ni conveniente perseguir esos idílicos arreglos y componendas. No dieron, ni de cerca, los resultados que pudieron entreverse a pesar de contar con los enormes recursos aportados por el petróleo. Todo se esfumó en ensoñaciones de un Estado bajo consigna y negocios al por mayor. Los numerosos pactos que se fueron sucediendo, uno a otro, sucumbieron en medio de farsas y pugnas de élite. Simple propaganda donde sus adalides salvaban a México, armados con reformas copiadas del exterior y compradas con haberes públicos.
Es hasta cansado leer a un Silva Herzog M. envalentonado y citando al checo V. Havel para apuntar su crítica sobre López Obrador ( Reforma, 16/5/21). No puede hacerlo con sus propias imágenes, premisas o argumentos: tal vez se sienta cojo y requiera muletas. Baña sus colaboraciones con citas citables para reforzar sus carencias de convencido y furioso opositor. Y, una vez más, como lo hacen otros de sus colegas, bascula sobre el autoritarismo de un régimen que se les va de manos y cabeza. Fincan sus alegatos en la charlatanería
de las fechas de la fundación de esta ciudad donde viven y, al parecer, sufren. Son incapaces de reflexionar, como lo hace Claudia Sheinbaum al retraer simbolismos y paisajes populares, una narrativa extraída de relatos auténticos. No sólo de las historias escritas por los españoles. Eso, precisamente, es la actitud que cuenta y no la numerología de días, años y datos de fundaciones que, como en casi todas ellas, se desvanecen en la niebla de cualquier año.