as alianzas de partidos, electorales, y eventualmente también de gobierno, son una práctica cada vez más recurrente en las democracias parlamentarias y presidenciales del mundo, decíamos e ilustrábamos con ejemplos la anterior colaboración, en este mismo espacio de reflexión y análisis. Hoy veremos que México no ha sido la excepción desde hace décadas, sólo que ahora de manera más amplia y diversificada.
El espíritu de las alianzas es el mismo en todos los casos: sumar ideas, estrategias y fuerzas para alcanzar un objetivo común, una agenda consensuada a partir de los puntos de convergencia, así se sacrifiquen transitoriamente las plataformas programáticas partidistas, no así los principios esenciales.
Ese objetivo común que trasciende los cálculos cortoplacistas de los partidos políticos puede ser un listado enunciativo no limitativo, conservar o restaurar la propia democracia representativa, defender el andamiaje constitucional y legal, preservar el legado Locke-montesquiano del poder primigenio de los ciudadanos y los necesarios pesos y contrapesos en el ejercicio del poder, desmontar también estructuras del pasado que se estiman anquilosadas, hasta la ampliación de los derechos sociales de los sectores que históricamente no han sido favorecidos en la distribución de la riqueza y preservar los derechos humanos universales.
En suma, anteponer el interés nacional, el de México en el caso que hoy analizamos, cada alianza con su propia visión y propuesta, siempre a partir de la vigencia de la democracia y la atención a las exigencias apremiantes de los ciudadanos, sobre las agendas ordinarias de los partidos coaligados.
Nos remontaremos al inicio embrionario del sistema de partidos políticos posterior a la Revolución Mexicana, en 1929, cuando el PNR fue constituido como un gran frente que aglutinó a múltiples partidos regionales y diversas organizaciones sociales, con lo que pudo procesar civilizadamente las diferencias ideológicas y los intereses de distintos grupos y facciones, con el objetivo común de proscribir la violencia y privilegiar el debate y la voluntad ciudadana como método para definir la renovación del poder público, especialmente la Presidencia de la República.
Más adelante, ya con la denominación de PRI, durante varios procesos presidenciales –de las décadas de los 50 hasta los años 70– fue el eje de alianzas de centroizquierda, con frentes o candidaturas comunes que hacían converger al propio partido en el poder con el PPS, el PST y el PARM. Del PRI emanaron también destacados cuadros políticos que formaron y encabezaron importantes partidos políticos, la mayoría de orientación de izquierda, y también de derecha ilustrada y moderada.
Por otra parte, el Frente Democrático Nacional fue también, en 1988, una importante agrupación de fuerzas progresistas –PMS, PARM, PFCRN y PPS– en torno al liderazgo nacional del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, una coalición que es un referente histórico en la consolidación de la democracia mexicana y la creación del sistema de partidos políticos que hoy nos rige.
En otro ángulo, más tarde el PAN y el PRD se unieron en distintos momentos, primero en procesos estatales y municipales, y después en elecciones federales, como la votación intermedia de diputados al Congreso de la Unión en 2018.
Esa alianza de referentes ideológicos contrastantes, pero al mismo tiempo de importantes puntos de concurrencia valorados por sus respectivas militancias, fue la fórmula para alcanzar triunfos en distintos puntos de la geografía nacional.
Actualmente, en un proceso que tendrá su punto culminante el 6 de junio, tanto en procesos estatales como en el proceso federal para renovar la Cámara de Diputados, hay dos alianzas, cada una de ellas con tres miembros y cuatro partidos en lo individual, incluidos tres que participan por primera vez, que se disputan la preferencia ciudadana de los mexicanos.
Se trata de un proceso inédito no sólo por la intervención de dos alianzas amplias, sino porque por primera vez habrá una concurrencia de elecciones federales, estatales –incluidas 15 gubernaturas– y municipales en la cual se renovarán más de 21 mil cargos de elección popular, así como legislativos y de gobierno, considerando las planillas de los ayuntamientos.
Lo destacado en el caso es que las alianzas son un fenómeno cada vez más común en los procesos electorales del mundo, sobre todo las democracias más avanzadas, y México no es la excepción.
Hay en esta ocasión una sumatoria de ideas, estrategias y militancias en torno a dos expresiones coaligadas, cada una de ellas galvanizada y unificada por puntos esenciales de concurrencia que trascienden a las plataformas partidarias de quienes las constituyen.
La propia consolidación del sistema de partidos, cuya evolución expusimos someramente, permite la creación de estas alianzas que buscan estimular la participación ciudadana, destacando los objetivos superiores y anteponiendo los intereses nacionales.
* Presidente de la Fundación Colosio