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El acto poético de los Rolling Stones
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▲ Los Rolling Stones en una imagen promocional del álbum Sticky Fingers, que este año cumple medio siglo.Foto
 
Periódico La Jornada
Sábado 8 de mayo de 2021, p. a12

Conmemoramos el medio siglo de un clásico: Sticky Fingers, álbum seminal de The Rolling Stones. Está ubicado en la meseta de la trayectoria de esta que es la segunda banda más importante, superada por Pink Floyd, de toda la cultura rock.

En ese pináculo de la curva vital de los Stones está otro par de obras maestras: Beggar’s Banquet y Let It Bleed, antecedentes del álbum que hoy nos ocupa. Se publicaron en 1968 el del Banquete de los Mendigos y en 1969 el de Déjalo Sangrar.

Esos tres discos, apunta mi maestro José Agustín en un texto que publicó en La Jornada en 1988, cuando los Stones visitaron por segunda vez México, forman el momento más elevado del grupo.

Se trata, sentenció quien acuñó el término de la nueva música clásica para referirnos al rock, de tres obras maestras, artísticas y viscerales. La pura esencia del rock.

Sticky Fingers precedió a su vez al siguiente capítulo magistral: Exile on Main Street, de 1972.

Quiere la costumbre que para mencionar Sticky Fingers se enarbole el arcaico sistema de consumo: Brown Sugar, el track inicial, en efecto se convirtió de inmediato en fenómeno de ventas y uno de los himnos Stone. En realidad, la valía musical del álbum del que hoy celebramos jubileo, estriba en las piezas largas: Can’t You Hear Me Knocking, Sister Morphine y Moonlight Mile, tres obras maestras.

Los primeros acordes de Can’t You Hear Me Knocking quedaron hace medio siglo como improntas, junto a otras introducciones indelebles: los primeros compases de la Quinta Sinfonía de Beethoven; los primeros acordes de Learning to Fly, de Pink Floyd; Here Comes The Sun, de Georges Harrison; la entrada triunfal del Danzón número 5, de Pérez Prado.

Algo similar a los inicios célebres de grandes novelas: En un lugar de la Mancha... Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto... ¿Encontraría a la Maga?

Los inicios de Don Quijote de la Mancha, Cien años de soledad, La metamorfosis y Rayuela se parecen al inicio de Can’t You Hear Me Knocking, porque todas son una descarga de adrenalina, toneladas de megatones en un instante.

Como Miguel de Cervantes, Gabriel García Márquez, Franz Kafka y Julio Cortázar, autores de los comienzos magistrales aquí citados, los maestros Keith Richards y Mick Jagger toman su inspiración del universo para dejar mecida en el viento otra impronta.

La historia suele quedar registrada de maneras injustas: el verdadero autor de la magia de Sticky Fingers se llama Mick Taylor, sustituto de Brian Jones, el inmolado (club de los 27, junto a Janis, Morrison, Hendrix, Amy Winehouse et al.), proveniente de una banda blanca de blues negro: John Mayall And The Bluesbreakers.

La alta densidad, la densa intensidad, la viscosa virtud de esa pieza debe su energía molecular, su altísimo voltaje, su capacidad de transformar polvo en mármol, lodo en monumento, flor en loto, está depositada en la guitarra magistral, incomparable de Mick Taylor.

La pareja Jagger-Richards se caracteriza, entre sus virtudes, por el defecto de los celos. No soportan que alguien brille. Mick Taylor brillaba: adiós Nicanor.

Además de la irresistible magia, el encanto de cuento de hadas narrado por un fauno que tiene la pieza Can’t You Hear Me Knocking, su acabado es de filigrana.

Confirma en vez enésima que la mejor música de The Rolling Stones es instrumental (la voz humana, en este caso de Mick Jagger, es un instrumento musical) y esta pieza es el ejemplo más acabado: tiene una larga sesión improvisatoria, de libre devaneo, bien groovy, absolutamente jipi, donde la guitarra de Mick Taylor asemeja guirnaldas en la frente de todos, jóvenes jipis, que estamos escuchando el disco.

Ráfagas de energía. Una tras otra como una gota de agua sigue a su par géiser hacia arriba.

Pares inter pares: prima el espíritu puramente musical, exhalaciones del hálito vital: la larga pieza instrumental Can’t You Hear Me Knocking hermana a The Rolling Stones con Pink Floyd en cuanto magia, atmósfera, nicho, ensueño.

La otra pieza pináculo del álbum Sticky Fingers también tiene autoría ignorada, injusta y misógina (válgase la redundancia) como es la historia: Marianne Faithfull compuso Sister Morphine, pero quiere la historia, fea como la adversidad, que sean Jagger y Richards los machitos que se la arrebaten.

Viene a colación el miedo secular transparentado en odio: Yoko Ono propició obras maestras en el grupo The Beatles de manera semejante a como Marianne Faithfull educó al niño Jagger: le dio a leer, por ejemplo, El maestro y Margarita, de Bulgakov, y el niño Jagger compuso en consecuencia Sympathy for the Devil y con Richards arrullaron a la rubia debilidad con As Tears Go By.

Yoko y Faithfull son las malas de la historia, por supuesto, cuando en realidad se trata de reinas, hadas, soberanas, creadoras con méritos propios.

Marianne Faithfull merece Disqueros enteros. Acaba de vencer, vez enésima, a la muerte y responde con nuevo disco: She Walks in Beauty, que reseñaremos en la siguiente entrega.

Lady Lazarus, le llaman, porque ha vencido al cáncer, las drogas más duras, la desazón. Vivió, esa rubia imponente y frágil, en la calle mucho tiempo. Sobrevivió.

Sister Morphine es una de sus obras maestras, pero quiere la historia que los autores sean, injustamente, Jagger y Richards. Par de cabrones. Pero como dicen los científicos juristas: se la pelaron. Ella entabló querella y ganó el juicio, recuperó la coautoría de la canción: ella autora de la letra, Jagger y Richards de la música.

Well it just goes to show
Things are not what they seem

Escribió esos versos Marianne Faithfull en el más puro estilo dylaniano y con su característico sentido de la ironía, y los canta salivando Jagger. El mérito de esa obra maestra pertenece a Marianne Faithfull, que la escribió, y a Mick Taylor, que la embelleció aún más con su guitarra, inspiradísima. A la guitarra de Mick Taylor se pueden aplicar los versos de Lord Byron que rescata Marianne Faithfull en su nuevo disco: she walks in beauty.

Ella, llena de fe, faith full, Marianne Faithfull.

La otra pieza larga y magistral del disco Sticky Fingers, que hoy cumple 50 años, es Moonlight Mile (when the wind blows and the rain feels cold / in the window there is a face you know. / Don’t the nights pass slow) es otro himno jipi, con instrumentación sinfónica y mucha inspiración poética. De los mejores momentos Stone.

La Tetralogía Stone, conformada por Beggar’s Banquet, Let It Bleed, Sticky Fingers y Exile on Main Street, configura el mejor momento de ese grupo seminal. Su segundo gran momento ocurrió hace cuatro años con su disco número 23: Blue and Lonesome, con el que alcanzaron la meta que habían anhelado toda su vida: tocar blues como hacen los negros, como hicieron en los campos de algodón y en el delta del Mississippi los arrancados de la tierra.

La décima pieza de ese disco, Little rain, es su mayor momento poético: una mansa lluvia cae.

Ese disco, Blue and Lonesome, contiene 12 blues clásicos gracias a los cuales sus intérpretes dejan de ser The Rolling Stones para convertirse en músicos anónimos, que es la mejor manera de hacer sonar la epifanía: el acto poético de la música deja de pertenecer a quien escribe o hace, para convertirse en bien común.

Algo semejante a lo que ocurre con la pieza Can’t You Hear Me Knocking y con todo el álbum Sticky Fingers, del que hoy conmemoramos jubileo.

Próxima estación: Marianne Faithfull.

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