Jueves 6 de mayo de 2021, p. 5
En el libro Pintura y ciencias penales asumen el papel de críticos de arte abogados, juristas, magistrados y criminólogos. Editado por el Instituto Nacional de Ciencias Penales, el volumen constituye un recorrido por la historia del arte con el fin de recordar al lector la dualidad del ser humano: su impulso por ejercer la violencia y los mecanismos que se han construido para contenerla
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En ello, medio centenar de personalidades del ámbito jurídico analizan obras pictóricas que van desde la pintura La batalla (700) de la zona arqueológica de Cacaxtla, Tlaxcala, pasando por el Renacimiento hasta llegar al arte callejero, Guantánamo (2007), realizado por Banksy en el londinense Mercado Exmouth, y Estoy bien (2019), de la australiana Sara Riches.
Coordinado por Gerardo Laveaga, Manuel Jorge Correón, Alejandra Silva y Julio Téllez, el libro, primero de dos volúmenes, reúne 46 reflexiones de pinturas que retratan un motivo relacionado con el derecho penal, la criminología, la criminalística o la victimologías.
Rostros de delito y justicia
Las ciencias penales, señalan, encuentran en la pintura un lugar para mostrar sus facetas y provocar reacciones. El óleo La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp (1652), de Rembrandt, se vincula con la ciencia forense, ya que se representa la autopsia realizada a un hombre ahorcado por robo.
Se hallan pinturas que reflejan pro-cesos emblemáticos para la historia, como El juicio de Núremberg (1946), de Laura Knight, o los juicios de Salem, plasmados por Matteson en El juicio de George Jacobs (1855).
Existen obras que retratan las fallas del proceso penal, como los murales de la Suprema Corte, donde se ponen de manifiesto los vicios del sistema penal mexicano
. Otras reflejan el sufrimiento y desesperación de las víctimas, captado, por ejemplo, por Oswaldo Guayasamín en Lágrimas de sangre (1973), homenaje a Salvador Allende, Pablo Neruda y Víctor Jara.
Las conductas criminales han sido fuentes de inspiración. Allí están Trata de blancas (1894), de Joaquín Sorolla, y La masacre de los inocentes (1611-1612), de Rubens, en referencia a un pasaje del evangelio. Caso aparte son los retratos de mujeres de Samuel Little, asesino serial que en prisión se dedicó a pintar los rostros de sus víctimas.
El libro constituye un esfuerzo para socializar el conocimiento de las ciencias penales por medio de la pintura, a partir de la reflexión de los autores que se adentran en creencias míticas de la maldad y la locura, cárceles, castigos, torturas, asesinatos, así como la discriminación social, racial y de género
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