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e llamo Isidro Aragón Martínez, tengo 68 años y me gusta hablar de mi pueblo, Ticumán, que se encuentra a un lado de Las Estacas, ese maravilloso balneario natural en el centro geográfico del estado de Morelos. Pertenece al municipio de Tlaltizapán.
La voz de don Isidro se quiebra al hablar de su pueblo y nos comunica su emoción. A Ramón López Velarde le conmovería oírlo decir: Quiero que todos conozcan a mi pueblo
. Su pasión por su tierra me lleva a preguntarle: Don Isidro, ¿qué hay en su pueblo para que lo quiera tanto?
–Primeramente, hay unas cavernas milenarias que todavía desconoce la gente. Una se llama La Changüera y la otra El Gallo, donde hay arte rupestre. En esas cuevas vivieron los fundadores de mi pueblo. En la época precortesiana, los xochimanquis fueron adoradores de las flores, les rendían culto y les hablaban en náhuatl, la lengua de Nezahualcóyotl, la más preciosa, incluso más bella que el latín, la lengua de Virgilio. Eso lo decía Lorenzo Boturini.
–¿Son muchos los mexicanos que hablan a las flores? Creí que sólo lo hacía Pellicer
–En sus orígenes, Ticumán se consagró al culto de la flor azteca, rica en aromas y colores, amada por el sol, el aire, el agua y las estrellas. En la época precortesiana, con la evangelización, se instaló en Ticumán la orden de Santo Domingo de Guzmán, su patrón. Los conquistadores impulsaron el cultivo de la caña de azúcar con esclavos traídos de África, y aquí se instaló la primera ganadería de la región. La cuidaban los españoles, los jesuitas, los naturales y los criollos.
“En ese tiempo, la hacienda de Xochimancas lucía en todo su esplendor. Ahí se instaló una de las más ricas familias porfirianas, la Escandón. Posteriormente, un casco de hacienda perteneció a los Creel, parientes legendarios de la familia Terrazas. Cuando a uno de los Terrazas le preguntaban si era oriundo de Chihuahua, respondía que Chihuahua era suyo. Posteriormente, ese mismo casco pasó a manos de la familia Salinas de Gortari.
“Vino a Ticumán la orden de Santo Domingo de Guzmán y fundó la iglesia; por eso se llama ahora Santo Domingo Ticumán. La palabra Ticumán viene del náhuatl, de un árbol llamado tecomatl que da un fruto redondo.
“Antes de que Emiliano Zapata se lanzara a la Revolución, cuando era joven, veinteañero, le gustaba visitar mi pueblo, ir a los gallos, al jaripeo. Anenecuilco y Ticumán eran vecinos tan cercanos que atraviesa uno un cerro y ya.
“En Tlaltizapán estuvo el cuartel general de la Revolución del Sur. Cuando Zapata se cansaba –porque hacer la Revolución es cansado–, venía a Ticumán a platicar, a jugar dados, a pasarla bien con sus viejos amigos. Por 1915, los zapatistas acordaron con don Graciano Aragón, otra gran figura de la Revolución, deslindar los pueblos de Anenecuilco y de Ticumán. En ese acto, don Graciano Aragón actuó como jefe de la junta de representantes y Victoria Hernández, Lino Castillo, Manuel Rivera, Jacinto Cabrera y Onofre Ortiz además de los vecinos de los dos pueblos. Con ese acto pudo cristalizarse el sueño de Emiliano Zapata en cumplimiento del artículo sexto del Plan de Ayala, mediante acta firmada en fecha 23 de junio de 1915.
Los ejidatarios de Ticumán fueron gente idealista, con altas miras progresistas. A pesar de que sus ejidos fueron los más pequeños del estado, contribuyeron mucho a la construcción de obras comunitarias, como el palacio que se derrumbó con el temblor de 2019 así como parte del atrio de la iglesia. Juntos, unidos, los ejidatarios levantaron unas altas bardas para proteger su tierra.
–Don Isidro, leí que Zapata cuidaba caballos en la hacienda de Ignacio de la Torre
–De Zapata se dicen muchas cosas; que fue un caballerango, que tuvo muchas mujeres y muchos hijos, que fue a Xochimilco, que hizo esto y lo otro, que su caballo era blanco, que fue a la Ciudad de México, que fue al Sanborn’s, que se entrevistó con Pancho Villa en Palacio Nacional, pero el historiador Sotelo Inclán dice con sustento: “Lo mejor que hizo Emiliano Zapata fue el Plan de Ayala (‘la tierra es de quien la trabaja’)”. Por eso nosotros, los de Ticumán, nos sentimos orgullosos de haberlo acompañado a cumplir ese sueño.
–Por lo visto, don Isidro, está muy orgulloso de que Ticumán sea un pueblo zapatista
–El mío es un pueblo al sur de Morelos que pasó de ameno y delicioso
–como lo describió Altamirano– a ser un pueblo abandonado, pero muy valiente, porque a pesar del terremoto de 2019 y de la actual pandemia, sigue adelante. Mi pueblo es muy antiguo porque sus primeros pobladores hablaban náhuatl, una lengua preciosa, más hermosa y poética que el latín de Virgilio.
En Xochimanca estuvieron los famosos Plateados, de quienes habla el ilustre Ignacio Manuel Altamirano cuando se refiere a los antiguos pobladores de Ticumán.
–¿En qué novela, don Isidro?
–En el capítulo 19 de esa brillantísima y hermosísima novela que tituló El Zarco. Altamirano describe la hacienda ahora derruida a la que nadie le puso atención. Lo único bello que queda son terrenos fértiles de caña que trabajan los campesinos. Son terrenos de agua, no son temporaleros. Es hermoso verlos al llegar a Ticumán, porque son como el verde jade de los cañaverales.
“También en Ticumán tuvimos una estación por la que pasaba el ferrocarril interoceánico, cuyos vestigios nos enorgullecen, porque esa vía férrea fue escenario de la gesta zapatista, con trenes desvielados, descarrilados y calcinados. De veras era algo espectacular ver a la locomotora entrar a nuestra estación, porque la máquina es la madre de la Revolución Mexicana.
“A Emiliano Zapata, la prensa de la capital le puso El bandolero de Ticumán. Contaba el agrarista Octavio Paz, padre del Premio Nobel, Paz Solórzano, que el general Zapata lo recibió con una sandía y que de un solo tajo la partió a la mitad en la mesa del cuartel de la Revolución del Sur en Tlaltizapán, para ofrecerle una rebanada. Octavio Paz, el poeta, recordaba que cuando era niño su padre se sentaba a la mesa con un mezcal y el mantel olía a pólvora. De eso hizo una poesía, ‘Canción mexicana’. En Ticumán también tuvimos cine comunitario itinerante, el cine obrero, muy parecido al Cinema Paradiso. Gracias a él conocimos las joyas del cine de oro nacional, como María Candelaria y Los caifanes.
“Otro personaje muy simpático y muy conciliador de Ticumán fue La Ramona, quien así se puso en honor a la comandanta Ramona del EZLN; nuestra Ramona murió con la pandemia. También recuerdo con afecto a El Güero de Ticumán, que nos llevó de golpe y porrazo al sincretismo de las fiestas patronales y del jaripeo. Su hazaña más explosiva fue montar al toro Cola de Plata, que pertenecía a Joan Sebastian. El Güero murió en una monta a beneficio de una escuela de Anenecuilco. Compusimos corridos en su honor. ¿Ya se dio cuenta usted qué bonito es Ticumán, mi pueblo?”