Una educación parisina
lusiones perdidas. Filmada en blanco y negro, ambientada en el París de las dos últimas décadas del siglo pasado, y con un guión discretamente autobiográfico del propio realizador Jean-Paul Civeyrac, Una educación parisina ( Mes provinciales, 2018), su noveno largometraje, relata la llegada del joven bordelés estudiante de filosofía Étienne (Andranic Manet), a la ciudad de París, donde ahora ha decidido estudiar cine. En un ambiente universitario en el que abundan las discusiones bizantinas sobre el propósito del arte y también el culto a una cinefilia que moldea y determina las conductas y manías de algunos estudiantes, el melancólico y seductor Étienne (una versión del joven Jean-Pierre Léaud en Besos robados, Truffaut, 1968), no tardará en integrarse a un cenáculo de aspirantes a cineastas –divididos entre la tradición y la vanguardia–, que emulan, a su modo, a los inquietos críticos y directores de la nueva Ola francesa de finales de los años cincuenta. Una educación parisina es una mirada romántica, intensamente literaria, a ese París, capital de la cinefilia, desde la perspectiva de un joven de provincia que en sus condiscípulos más cercanos reconoce una educación sentimental indisociable de la suya. No es un azar que el título original de la película sea Mes provinciales, en referencia no sólo a una obra homónima del filósofo Pascal, sino a las afinidades intelectuales que guardan entre sí estos amigos amantes del cine, provenientes todos de la provincia francesa.
En el centro de este grupo de estudiantes figura el afrodescendiente Mathias (Corentin Fila), una presencia magnética, de fiera lucidez crítica, que fascina por su inteligencia y también repele por su petulancia, al resto de sus compañeros; en especial a Étienne, quien manifiesta hacia él una adhesión incondicional y entusiasta. En la cinta abundan las citas cinéfilas (al Paradjanov de El color de la granada, de 1969, o al soviético Marlen Kutsiev de Tengo veinte años, 1965), que celebran la imaginación y la pureza del quehacer fílmico, y las insistentes alusiones a escritores románticos como Gérard de Nerval. Por fortuna, ese alud de referencias culteranas, muy propio del espíritu del cine francés de autor, no ahoga a la trama ni tampoco impide que el relato transite a asuntos más sustanciales y atractivos como la compleja relación que Étienne y Mathias sostienen con dos mujeres fascinantes; el primero con Valentina (Jeanne Thiam), conciencia aguda sobre los límites del compromiso amoroso, y el segundo con Annabelle (Sophie Verbeeck), la joven militante de izquierdas que señala la futilidad de una creación artística alejada de un compromiso político. Otro personaje interesante es Jean-Noël (Gonzague Van Berversselès), un estudiante inútilmente enamorado de Étienne, que se desprende de los idealismos y la verborrea intelectual, para poner los pies sobre la tierra y hacer el cine del que sus amigos sólo hablan incansablemente. Una educación parisina, un retrato generacional con toques de entusiasmo artístico y todo un desencanto moral post-68.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 12:15 y 17:15 horas.