efensora, es un decir, como soy de la gramática tradicional castellana, así como del buen uso de la lengua, sin embargo, me aventuro a incorporar en el lenguaje escrito el uso del signo de admiración solo (!), al final de una frase, o sea, cerrar la frase con él sin haberla abierto con el correspondiente ¡, lo que justifico por lo convencida que estoy de que la intención en el sentido es diferente al usar solamente el signo final (!), de la que sería cuando, además de cerrar una frase con él (!), se hubiera abierto con el correspondiente ¡. Abrir y cerrar una frase con los dos signos de admiración (¡!) da un sentido a la frase; únicamente cerrarla con el correspondiente ! da a una frase, no necesariamente la misma, un sentido diferente.
A todo esto, debo advertir que no desconozco que la lengua es un ente
vivo, que cambia y que, se supone, evoluciona de manera permanente. En mis años formativos leí y he releído alguna otra vez el Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés, y en este momento, más que a mi memoria, recurro a la enciclopedia para recordar la curiosa historia de este libro, clave para conocer y manejar con naturalidad la lengua castellana, escrita y hablada. El Diálogo de la lengua fue escrito en Nápoles en 1535; Gregorio Mayans lo publicó en 1736; pero su autoría no se determinó hasta el siglo XX. Lo que sí he tenido presente a lo largo de los años es que este libro defiende la sencillez y la precisión en el uso de la lengua, que evoluciona, y que incorpora la naturalidad de la lengua hablada, con corrección, por supuesto, tan rica en dichos y refranes por lo general sabios, en especial en labios de Sancho Panza, creo que su máximo exponente en la literatura clásica en castellano.
Si no tolero que el ignorante diga, ¡o escriba!, “Yo pienso de que…”, tolero menos, absolutamente menos, definitivamente menos, que un escritor escriba, ¡o diga!, “Me di cuenta que…” Ay! Hago corajes en solitario, o aprieto los dientes y mantengo cerrados los labios, no tanto para que no entren moscas como para guardar las formas, de ser posible incluso sonreír cuando tengo al infractor delante, peor si se trata de un colega amigo. La falta de concordancia (¿así se llama, oh, catedráticos de la lengua?), por ejemplo, al decir “Soy de los que tengo derecho a…”, llámese como se llamara, ¡me desespera!
Tal vez mi exasperación, obsesión o, según asimismo podría identificarse esta característica mía, histeria, se deba a que soy escritora y, comprensiblemente, a que quiera que lo que escriba se entienda exactamente como quiero que se entienda, por más que me arriesgue, cuando así lo deseo, a que mi humor específico no se entienda. Además, como al mismo tiempo que soy escritora soy soñadora, mi exasperación ante el mal uso de la lengua pueda atribuirse a que, por soñadora, quiero que lo que escribo pueda ser comprendido con la precisión con que quiero que lo sea si llega a ser traducido a otra lengua, otras lenguas. En especial a las que conozco, pero incluyo lenguas sobre las que pueda informarme.
Para terminar este fragmento rezagado que ya he ampliado quizá más de lo prudente, a continuación escribo un párrafo a manera de ejemplo de cuanto expongo en estas líneas.
Las llaves de agua de este lavabo se abren en el sentido hacia adentro del lavabo y se cierran en el sentido hacia afuera del lavabo; en cambio, las llaves de agua de este otro lavabo, se abren en el sentido hacia adentro del cuarto de baño en el que se encuentra el lavabo en cuestión y se cierran en el sentido hacia afuera del cuarto de baño en el que está ubicado el lavabo en cuestión.
Acepto que de golpe pueda resultar confusa mi explicación, pero una vez que identificas en qué sentido se abren las llaves de agua de cada uno de los dos lavabos de los que hablo y te esfuerces en acostumbrarte a llevar a la práctica la instrucción, abrirás y cerrarás automáticamente, sin confusión ninguna, las llaves de agua de cada uno de los dos lavabos.