Sábado 20 de marzo de 2021, p. a12
Al momento de leer estas líneas, ya es primavera. El equinoccio ocurrió a las 3:37 horas, tiempo del centro de México. Para celebrarlo, pongamos a sonar un álbum asaz hermoso, como la primavera: You Must Believe in Spring, de Bill Evans. También podemos releer una obra maestra: Espera a la primavera, Bandini, del maestro John Fante. Y en la mente proyectemos un mural: Allegoria della Primavera, tesoro nacido en el Renacimiento, de Sandro Botticelli.
¿Listos?
La ancrusa es un ancla hendida en nuestros párpados: un clúster gregario en piano, unísono con la nota más grave del contrabajo. Avanza la frase en piano, produce glissandi el bajo. Estamos, apenas unos segundos de música, ya en trance.
You Must Believe in Spring es uno de los álbumes más hermosos, al que podemos acudir cada vez que el sol se esconda en pleno día. El contenido de este disco todo lo ilumina.
Sonreímos. Bailamos: B Minor Waltz (For Ellaine), se titula el track inicial. Bailar un vals en Si Menor es una bonita manera de celebrar la primavera.
Lo sabe Eliot Zigmund, y por eso danza rondas con las baquetas en el aire para producir efectos como los de un hada cuando hace aparecer estrellas en la frente de las personas que están escuchando este disco: tss, tssss, paaasss, estallan las estrellitas como pompas de jabón.
Emulando elfos, Eddie Gomez danza con su contrabajo acústico y el efecto es semejante al trazo que deja en el agua un delfín cuando danza en altamar. Sus glissandi son en realidad travesuras disfrazadas de versos epifánicos.
La belleza de You Must Believe in Spring es una procesión en pos del Grial; la pieza que da título al disco es una derivación del arte cinematográfico: el musical Les Demoiselles de Rochefort (1967), dirigido por Jacques Demy, conjunta la belleza de Catherine Deneuve y otras actrices y actores con la música del gran Michel Legrand, quien tituló Chanson de Maxence (por el nombre de uno de los personajes del filme) a la pieza que conoceríamos diez años más tarde como You Must Believe in Spring.
Eddie Gomez remplazó a Scott LaFaro mientras Eliot Zigmund a Paul Motian en el Trío de Bill Evans, que ya había alcanzado lo sublime en discos anteriores, y con este, You Must Believe in Spring, los tres músicos alcanzan el Nirvana nuevamente.
Ese vals inicial, dedicado a Ellaine, su mujer, encabeza el repertorio de consecuciones formales, resplandor creativo donde respira el espíritu de Debussy, cantila el poderío orquestador de Ravel, deambula el espíritu romántico de Chopin. Danzan las hadas.
Porque no se puede entender el genio de Keith Jarrett, por ejemplo, sin tomar en cuenta los trabajos pioneros del peón Bill Evans, ni el talento crucial de Chick Corea, ni el de Brad Mehldau, entre otros genios que entendieron el formato trío acústico en jazz como la gran continuación de la historia entera del repertorio cuarteto de cuerda en el ámbito de la música clásica.
Música de cámara, eso es lo que tuvo siempre entre ceja y ceja Bill Evans desde que todavía niño comenzó a trabajar como acompañante de baile en orquestas y giras.
Por eso luego de encaminar los pasos de baile en multitudes, en la soledad de su cuarto de hotel repasaba El Clave Bien Temperado de Bach, para fortalecer su técnica y encontrar un sonido propio.
Para celebrar la naciente primavera, escuchemos también Peace Piece, pues ya que lo mencionamos, se trata de un procedimiento similar al de repasar a Bach para recuperar la paz interior. En este caso, toma como punto de partida la Berceuse en re mayor opus 57 de Chopin, que está engarzada en su segundo disco con formato trío: Everybody Digs Bill Evans.
Al escuchar Peace Piece uno flota, vuela, se estremece.
Procedimientos semejantes realizó Bill Evans cuando estudiaba a Béla Bartok, a Shostakovich, a Olivier Messiaen en su manera de dar voz a las aves sin traducir el lenguaje de los seres alados, sino simplemente dejarlos hablar, a través de su instrumento.
Cuando Messiaen publicó Catalogue d’oiseaux (Catálogo de aves), Bill Evans encontró un espejo: llevaba años en busca de un procedimiento inteligente y natural de hacer cantar como aves a los instrumentos.
Y toda esa cultura musical –que incluía lo más insospechado: Scriabin, por ejemplo– la decantaba al formato trío, para cambiar el status quo: no más una sucesión de solos alternados entre los músicos, sino un concepto de igualdad extraordinaria: la improvisación simultánea, todos escribiendo música al mismo tiempo.
Bill Evans sabía que si lograba romper con los estereotipos, podía llegar a crear música de gran belleza y conmover, hacer de las ideas sentimientos nobles, un equilibrio exquisito entre placer sensual, ideas, emociones como la que acrisoló Ravel en sus Valses nobles y sentimentales.
La obra Peace Piece otorga eso, paz interior, y nos ubica en el ambiente de flotación en el aire que proporciona la música de Debussy y el humor sonriente de Erik Satie.
Sentado al piano, Bill Evans parece entrar en trance, como si la blancura de las teclas y su alto contraste con el color de los bemoles le atrajera como autómata y acercara más y más y más y más los ojos, la frente, la cabeza, a casi rozar las teclas, y la mirada no era de cíclope, como en los juegos de Julio Cortázar, sencillamente porque los ojos los tenía cerrados y el espíritu abierto a la lluvia de luz blanca que baña todo su cuerpo.
Para lograr que su sonido gane en belleza y profundidad, Bill Evans desarrolló, en horas y horas de ejercicio, trabajo tenaz, una técnica muy personal: doma el brazo hasta controlar su peso (algo semejante a lo que hizo a su vez Glenn Gould) y eso determina la duración del sonido, de cada nota, cada compás así medido de una manera totalmente nueva, diferente, de tal manera que cada nota canta y se enlaza de manera natural con la siguiente, que nace igual, cantando.
Por eso nos conmueve, porque mientras algunos pianistas usan el brazo para absorber el impacto del sonido y dejan el discurso sonoro en lo superficial, Evans evade tal modorra en pos de una intensidad que solamente puede brindar el esfuerzo conjugado con talento y concentración en la claridad de la meta a conseguir, siguiendo la ruta de la imaginación.
Cuando uno escucha el disco You Must Believe in Spring de Bill Evans, una luz brillante, blanca, penetra la ventana para inundar la estancia y nos envuelve con sus resplandores transparentes.
En éxtasis brillante.
Feliz primavera a todos.