ay situaciones persistentes en que nacen seres y naciones. Entre países existe un determinismo geopolítico. De ese bien y de ese mal disfrutan y padecen México, Estados Unidos y Centroamérica. Como imanes, nos atraemos igual que nos rechazamos. En este hecho estamos ya por siglos nuestros pueblos y gobiernos; viajamos en la misma arca.
Como país hemos estado determinados por propósitos indescifrables, sabias previsiones, decisiones más o menos sensatas, amenazas, buena y mala fe, improvisaciones, choques y reconciliaciones. De todo.
Después de la inefable relación con Trump, del enero de la asunción de Biden hasta ayer, creímos llegada cierta calma. Biden fue más que cordial, AMLO fue sensato… pero pocos creímos tal merced. Pronto las realidades empezaron a moverse: migrantes estacionados en nuestra frontera norte recomenzaron su andar hacia EU, mandando a niños adelante. En Washington se encendieron las alarmas. Irónicos, los halcones del Potomac expresaron: Se los dije
.
Los mandatarios y sus equipos tienen presente que compartirán los cuatro años de gobierno en una vecindad de conflictividad única y, hay que sugerirlo, calculan la posibilidad de una sucesión con dos mujeres, Kamala y Claudia, ante el impedimento de ser relectos, impensable hace poco.
Los atractivos de EU son vigentes, pero hoy actúan dos estímulos novedosos: 1) el discurso benevolente de Biden respecto del extranjerismo que, aunque fue referido a los migrantes ya presentes en su territorio, se ha entendido como un compromiso general. Es una grandísima y enredada diferencia; 2) el otro es la reciente noticia de una gran derrama de dinero allá, su efecto sobre la economía y la segura demanda de trabajadores.
En Chiapas empezaron a registrarse los ruidos conocidos de siempre. Nuevamente algo se mueve al sur del Suchiate.
En Centroamérica las cosas no mejoran. El Salvador endurece su gobierno con triunfos electorales impensados que aplastaron a partidos tradicionales. Su presidente, Nayib Bukele, crece como tirano de novela negra, absurdamente es cada día más fuerte. Ha derrotado a los ancestrales partidos Arena, de derecha, y FMLN, revolucionario, acabando con el bipartidismo. Honduras y Guatemala se asfixian entre inestabilidad política, corrupción y criminalidad, y Nicaragua, que sigue aproximándose a absurdas pretensiones electorales de carácter conyugal, lleva años de estar a un paso de un conflicto político terminal con el lógico desplazamiento humano.
En Chiapas los conflictos étnico/religiosos no se disipan y los cortadores de café centroamericanos en los altos del Soconusco siguen siendo explotados por finqueros. Hay corrientes cíclicas de trabajadores indocumentados que no se pueden suspender; la economía agrícola depende mucho de ellos. De la evolución del Plan Integral de Desarrollo de enero de 2020, que oxigenó el momento en beneficio de los tres países centroamericanos, tan elogiado por la Cepal, poco se sabe.
En ese marco, favorablemente está el hecho novedoso de que la relación México-Centroamérica tiene una perspectiva humanista promovida virtuosamente por AMLO. Esta actitud coloca la seguridad nacional como telón de fondo, como corresponde a su especie, dejando a los programas operativos el lugar ejecutivo que les corresponde. Es un principio que significa el cambio paradigmático militar por el de la cooperación.
En este interesante esfuerzo, el Covid-19 vino a trastocar todo. ¿Cómo entonces imaginar que el éxodo disminuirá? Mil cosas tienen que redefinirse ante la pandemia y el culminante es el antiguo y espinoso asunto de las migraciones que seguirá presente en el futuro de las relaciones México-EU y México-Centroamérica.
Es una predecible vuelta al riesgo de nuevos momentos más que graves para la concordia entre países avecindados por el destino. Es quizá, por encima de las relaciones bilaterales meramente políticas, económicas o culturales, el punto crítico, el que debería escribirse con mayúsculas.
Entre los requisitos para reformular todo plan está generar información. No hay conocimiento de que autoridad federal alguna haya levantado un censo de la población migrante indocumentada y que, con él, esté haciendo proyecciones demoscópicas y planeando el proceder, al menos a plazo medio.
Mientras tal complejidad se gesta, las secretarías responsables (Gobernación, Relaciones Exteriores y Seguridad Pública) observan desde su mirador metropolitano. En Chiapas no se conoce a sus titulares. Ellos operan de lejecitos.
Simplificando la inquietud, puede decirse que pronto en EU resurgirá con otras palabras el imperativo ¡Quédense en México! Y de entre las clases conservadoras mexicanas volveremos a escuchar rechazos homófobos, intolerantes contra los centroamericanos. ¡Así que quizá arda Troya otra vez!