l jueves por la noche se supo que en las 24 horas previas murieron mil 699 brasileños. El viernes, mil 760. Otra vez, más de 70 decesos por hora, más de uno por minuto. Brasil vive un cuadro cada vez más trágico, sin horizonte a la vista.
En total han sido 262 mil 948 víctimas fatales en un año, de acuerdo con datos oficiales, hasta la noche del viernes. Se trata, sin embargo, de una cifra cuestionada por institutos científicos y por la mayoría de la comunidad médica, que alertan sobre las subnotificaciones y señalan que serían al menos 300 mil las personas fallecidas.
Desde el 20 de enero, el número de víctimas fatales se sitúa por encima de mil cada día. A partir del 25 de febrero, en más de mil 300. Y especialistas alertan que a fines de mes podrían alcanzarse los 3 mil.
También el jueves, se supo que en Bahía hay gente muriendo en ambulancias mientras espera un lugar en los hospitales. Que en el sureño estado de Santa Catarina el sistema de salud está colapsado.
En Río Grande do Sul, el Moinhos de Vento, uno de los hospitales privados más prestigiados del país, tuvo que alquilar contenedores refrigerados para guardar cadáveres. Y en muchas ciudades los alcaldes compran tumbas en cementerios particulares, una vez que los públicos agotaron su capacidad.
El viernes, el gobernador de San Pablo pidió voluntarios para ayudar al sistema de salud pública, en un operativo de guerra
, y el alcalde de Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, tercer estado más rico del país, declaró que el sistema de salud entró en colapso.
En San Pablo, capital del estado, ciudad más rica y poblada de Sudamérica, hasta en hospitales privados hay enfermos instalados en sillas colocadas en pasillos, aguardando camas en las unidades de terapia intensiva.
En la región noreste se registraron largas colas de enfermos resguardados en ambulancias a la espera de espacios en los hospitales.
Las escenas trágicas se repiten con rapidez en todo el país. Gobernadores de 16 estados mandaron una durísima carta al ultraderechista presidente Jair Bolsonaro, exigiendo medidas urgentes. Presionan sobre la falta de vacunas y la inercia del Ministerio de Salud, a cuya cabeza está un general activo del ejército, Eduardo Pazuello.
Varios estados y municipios recurrieron a la Corte Suprema pidiendo que los dejen comprar biológicos al margen del gobierno nacional. Y el viernes, alcaldes de mil 700 –de 5 mil 100– municipios brasileños anunciaron un movimiento para comprar inmunológicos, independientemente del gobierno nacional, incluso vacunas todavía no aprobadas por las autoridades de salud pero que son utilizadas en otros países.
Tedros Adhanom Ghebreyesus, titular de la Organización Mundial de Salud (OMS), lanzó el mismo viernes una clara advertencia: luego de afirmar que la situación brasileña es preocupante
y debe ser tomada muy en serio
, dijo que el cuadro actual podrá reflejarse no sólo en otros países de la región, sino de todo el planeta.
Médicos, especialistas e investigadores piden a gritos que se adopten medidas urgentes de contención del coronavirus.
Uno de los más elocuentes, Miguel Nicolelis, es también uno de los más respetados en la comunidad científica internacional. Profesor titular de la prestigiada Universidad Duke, ha sido claro: o el país impone una suspensión radical de actividades por 21 días o en pocos meses la cifra actual de muertos por Covid-19 llegará al doble.
Brasil no se transformará en un paria, ya lo es. Se transformará en un laboratorio a cielo abierto para la creación de nuevas variantes de Covid-19
, alertó.
Frente a semejante cuadro, ¿cómo actúa el gobierno nacional? De manera errática, sin ningún tipo de coordinación con gobernadores y alcaldes. El general activo puesto a la cabeza del Ministerio de Salud se desdice cada tercer día, y los militares que colocó a su alrededor tampoco tienen idea de qué hacer.
Dos ejemplos ilustran la absurda inepcia del general y sus colegas uniformados: alrededor de 7 millones de pruebas para detectar la infección de Covid-19 perdieron su plazo de validez olvidadas en una bodega del aeropuerto, y las dosis esperadas por el estado de Amazonas, literalmente diezmado por el coronavirus, fueron a parar a un estado vecino.
A todo eso, ¿cómo actúa el presidente Jair Bolsonaro?
Criticando a alcaldes y gobernadores que adoptan medidas restrictivas, diciendo que basta de lloriqueos, que basta de mariconadas, que hay que trabajar.
Dice que el país sufre con el pánico difundido por los medios de comunicación. Sigue defendiendo el uso de medicamentos que, además de ineficaces, pueden provocar efectos colaterales graves.
Sigue ignorando lo que dicen los médicos y asegurando que la OMS no es más que un órgano controlado por la China comunista.
Así actúa Bolsonaro: como un genocida, un sicópata enfrentado a la realidad. Y no hay quien lo pare.