ara México la pregunta central del momento es: ¿qué se juega en las elecciones de este junio?
Entre partidos. Para los tres partidos centrales de la oposición que hoy marchan juntos, es su existencia misma la que está en juego. PRI y PAN probablemente prevalecerán, pero bastante disminuidos. De los otros partidos pequeños: del Trabajo, Movimento Ciudadano y Verde; al menos uno puede perder su registro. De los nuevos partidos quizás dos sobrevivan. Morena, aún si gana, arriesga seguir el viejo camino perredista de un enjambre de pequeños y mezquinos intereses sin más perspectiva que la transferida por la popularidad de López Obrador.
La primera batalla. Desde la elección presidencial, AMLO obtuvo triunfó en la batalla por los símbolos. Ese triunfo tiene sustento en una transformación central del quehacer gubernamental: hacer visibles a los excluidos sociales.
La segunda batalla que se presenta, como recordó varias veces Norbert Lechner, es acerca de la definición de la política. AMLO la definió de manera eslabonada con el símbolo central: política es todo aquello que busque mejorar la situación de los pobres. Que busque, repito, no necesariamente que lo logre. Me acuerdo de que alrededor del segundo año de gobierno de Calderón su popularidad era alta y a la pregunta a los encuestados del por qué de su aprobación, muchos contestaron: porque le echa ganas.
El Congreso. ¿Para qué quiere AMLO ganar otra vez el Congreso? Yo tengo dos presunciones basadas en su actuación política. Busca, en primer lugar, una reforma política. Casi todos los expertos en estos temas están a favor de reformas políticas. Para muchos, una de las más evidentes tiene que ver con la anomalía de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sea última instancia en materia electoral lo que mina la fuerza jurídica y política de la Corte Suprema. Pero no creo que el gobierno quiera reformar esto.
Los que gozan de mala fama. En cambio, está el ámbito de los partidos mismos. Los que sobrevivan a estas elecciones presentarán un lamentable espectáculo a los ciudadanos. Se fortalecerá su impopularidad. Se presentan entonces dos caminos. Fortalecer la figura de partidos rompiendo las cerraduras que existen, pero estableciendo barreras para obtener el registro, para obtener prerrogativas y para entrar al congreso. Hay otro camino: reducir su presencia a partir de dos medidas que serían bastante populares dado el desprestigio de los partidos: disminuir drásticamente las prerrogativas y ampliar las cuotas y los periodos para su registro.
La ciudadanía. Para quienes creemos que la democracia requiere de cuerpos intermedios, la segunda opción sería fatídica. Al contrario, la primera opción delineada mas arriba debería complementarse con una profunda reforma municipal que dote de poder de decisión, de recursos suficientes y de capacidad ejecutora. No creo que esto le interese actualmente al gobierno.
El triunfo contundente en las elecciones legislativas del presidente Bukele en El Salvador, la secuencia de la derecha insurreccionista y sus aliados institucionales en Estados Unidos, y las elecciones mexicanas tienen algo en común cada vez más frecuente en el escenario mundial. El peso de las emociones y las pasiones.
Los nuevos emos. Pierre Ronsavallon habla de tres tipos de emociones en la política contemporánea: emociones de posición (el sentimiento de abandono, de ser despreciado), emociones de intelección (entender el mundo y darle un sentido a partir de teorías complotistas) y emociones de acción (expulsar actores de la escena política: ¡que se vayan todos!).
Importan estas discusiones porque si las elecciones de junio son decisivas, lo son también las expresiones de protesta y movilizaciones de las mujeres. Este 8 de marzo reafirmarán que son el sujeto clave de la historia que estamos viviendo.
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