Cultura
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La clase obrera va al paraíso
Periódico La Jornada
Sábado 6 de marzo de 2021, p. 5

Una vez me enamoré de una trotskista.
Me gustaba estar con ella
porque me hablaba de Marx,
de Engels, de Lenin,
y, desde luego, de León Davidovich.
Pero, más que nada
porque estaba en verdad como quería.
Tenía las piernas más hermosas de todo el
movimiento comunista mexicano.
Sus senos me invitaban
a mantener con ellos actitudes
fraccionales.
Las caderas, que eran pequeñas, redondas,
trazadas por no sé qué geometría lujuriosa
lucían ese movimiento binario
que forma cataclismos en las calles populosas.
Un día, cuando
me platicaba que:
“Lenin había visto con lucidez
que la época de los dos poderes llegaba a su fin”,
yo le tomé la mano;
ella continuó:
“pero el problema básico
era la concientización de los soviets”.
Yo no despegaba los ojos de sus senos.
Un botón de audacia meditaba
Y me vuelvo un hombre rico.
Y ella proseguía:
“había que reforzar el papel de la
vanguardia”.
No me pude contener
y la estreché a mi cuerpo
con la boca de cada poro mío
buscando otros iguales en su carne.
Y ella: Lenin había previsto que
Y yo ataqué el botón de su camisa
y me puse a jugar con la blancura.
Y mi trotskista, con la voz excitada:
“los mencheviques estaban
en minoría ya en los consejos”.
Y yo, con decisión,
le fui subiendo poco a poco la falda,
como quien deja de hablarle de usted a un ángel.
Se hizo un silencio.
Un silencio para disfrutar
del pequeño burgués abrazo que abre
la toma del poder por el orgasmo.